
El pasado viernes 10 de octubre se celebró el Día Mundial de la Salud Mental. Este día tiene como objetivo concienciar sobre los problemas de salud mental, reducir el estigma y movilizar esfuerzos globales para mejorar el acceso a los servicios de salud mental. Sin embargo, aún se estigmatiza a las personas, especialmente a las mujeres, utilizando el término “loca” con un tono despectivo para invalidar sus emociones y asociarlo a enfermedades mentales.
Según la Organización Mundial de la Salud, 1 de cada 4 personas en el mundo experimentará un trastorno mental a lo largo de su vida. A pesar de estas cifras, el estigma y el silencio continúan siendo una barrera. La salud mental no se limita a la ausencia de enfermedades, sino que es un estado de bienestar en el que la persona puede desarrollar sus capacidades, afrontar el estrés cotidiano, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad.
Tradicionalmente, la salud mental se ha considerado un asunto privado, una batalla librada en la intimidad de la mente y las emociones de cada individuo. No obstante, esta perspectiva es incompleta. La salud mental no es un fenómeno aislado; está profundamente vinculada al tejido social que nos rodea. No solo somos seres biológicos y psicológicos, sino también sociales, y es en este contexto donde factores cruciales como la pobreza, la discriminación, el entorno laboral y las redes de apoyo configuran nuestro bienestar psicológico. En esencia, la salud mental es un fenómeno social y para comprenderla y promoverla eficazmente, debemos ir más allá del individuo y analizar las estructuras y dinámicas colectivas que la influyen.
La salud mental enfrenta un estigma social que la convierte en un problema, en una barrera formidable. Este estigma, alimentado por mitos y desinformación, crea un muro invisible de vergüenza y autoculpa: las personas internalizan los prejuicios, sintiéndose “culpables” o “defectuosas” por su sufrimiento. El miedo al rechazo o a la incomprensión lleva a muchas personas a ocultar su dolor, retrasando la búsqueda de ayuda. Esa discriminación percibida en el entorno laboral, escolar o incluso familiar provoca que tratemos a las personas con trastornos mentales con condescendencia o las excluyamos directamente.
El impacto de la discriminación y la exclusión, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia, el machismo y otras formas de opresión sistemática tienen un impacto devastador en la salud mental. Ser objeto de discriminación constante genera el denominado “estrés minoritario”, un desgaste psicológico que erosiona la autoestima y aumenta el riesgo de trastornos. La lucha diaria por ser reconocido y aceptado en una sociedad que marginaliza es un factor de riesgo psicosocial innegable.
La salud mental es un bien común, no un lujo individual. Al comprender que está moldeada por fuerzas sociales, podemos dejar de culpar exclusivamente a la persona que sufre y empezar a construir, entre todos, una sociedad más justa, conectada y compasiva. Una sociedad que cuida el bienestar psicológico de sus miembros es una sociedad más resiliente, productiva y, en definitiva, más humana. Cuidar de nuestra salud mental colectiva es, en esencia, cuidar el alma de nuestra comunidad. Especialmente en estos tiempos de hiperconectividad.
En la era digital actual, las redes sociales han creado una compleja red que conecta a miles de millones de personas. Sin embargo, su impacto en la salud mental no es uniforme y presenta contrastes marcados entre las generaciones más jóvenes y las más adultas. Mientras que para los adolescentes pueden ser una fuente de ansiedad social, para las personas mayores pueden suponer un recurso contra la soledad. Comprender estas diferencias es fundamental para navegar en este entorno digital de forma saludable. El reto colectivo consiste en construir una cultura digital donde la conexión virtual no sustituya, sino que complemente, la conexión humana auténtica, independientemente de la edad. La salud mental en la era de las redes sociales depende de nuestra capacidad para utilizarlas con intención, y no permitir que ellas nos utilicen a nosotros.
Gregorio Viera Vega fue concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Telde.
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