
Esa parece ser la aberrante premisa sobre la que se sostiene el bloqueo que durante décadas EE. UU. ha impuesto al pueblo cubano. Y digo pueblo, porque suponer que durante más de 60 años todo el mundo piense igual en un país me parece muy improbable. Te mato de hambre para hacerte libre. Te mato por ausencia de medicamentos para hacerte libre. Te quito toda posibilidad de tener una vida normal, seas comunista o anticomunista, viejo o niño, nacido o por nacer... porque sí. Te tocó nacer en Cuba y, para derrocar a un gobierno que no me gusta, que no te deja ser libre, te condeno a toda una vida de precariedades y sufrimientos... por el simple hecho de que no logro derrocar a tu gobierno.
Naciones Unidas no sólo votó días atrás reconocer mayoritariamente la existencia de un Estado palestino, tras más de 70.000 personas asesinadas en el último año y medio por Israel. También votó, por enésima vez, acabar con el bloqueo a la isla caribeña. Tan sólo tres países se negaron a acabar con ese contrasentido. ¿Adivinan? Sí: EE. UU., Israel y... Ucrania. Estos paladines de la libertad, la democracia y los derechos humanos también votan juntos para que la asediada población de Cuba se pliegue a la consigna de "votar" o morir. "Neoliberal" o morir.
El Derecho Internacional Humanitario, ese marco jurídico creado tras vivir dos guerras mundiales y constatar que, incluso en los conflictos bélicos, debe haber unas reglas que nos distingan de la total barbarie, deja claro que los ciudadanos no son combatientes y que "matar de hambre" a una población es crimen de guerra. Si bombardear y matar de hambre a los gazatíes es un crimen, una barbaridad, una salvajada, un genocidio, ¿por qué bloquear la entrada de alimentos, medicinas y los productos más básicos para permitir una vida normal en Cuba no lo es?
Alguien estará pensando a estas alturas que, si EE. UU. evita que cualquier país del mundo pueda comerciar libremente con Cuba, es por un "bien mayor": derrocar al gobierno comunista. Un cubano nacido el 1 de enero de 1959, fecha en que se instauró el actual régimen cubano, tiene hoy 66 años. Ha vivido prácticamente toda su vida limitado y en precario porque los dirigentes de otro país y régimen político más poderoso han decidido que Cuba tiene que ser libre al modo norteamericano o morir bloqueada.
Esta aberración se ha normalizado tanto y por tantos para el caso de Cuba que lo que debería ser lo fundamental —esto es, preservar la vida— ha quedado fuera de plano. Que un niño gazatí muera de hambre porque el régimen sionista de Israel no deje entrar la ayuda humanitaria es demencial. Que EE. UU. no deje que ningún país pueda vender medicamentos para que los enfermos cubanos puedan sanar de sus dolencias, también lo es. Matar a quien dices querer liberar (¿?) es un contrasentido propio de desalmados.
Viene esta reflexión al socaire de la artificialidad que supone reconocer un Estado palestino por la ONU, si ésta no está dispuesta a pararle los pies de verdad a los psicópatas criminales que han reducido a pedazos la franja de Gaza. Porque si no es así —si la ONU también en este caso actúa de la misma manera que ha actuado con el criminal bloqueo a Cuba durante décadas de resoluciones— es la ONU la que está muerta. Esto no es sorpresa, pero conviene recalcarlo.
Que dos gobiernos, dos regímenes, dos formas distintas de concebir su organización política y sus relaciones sean contrarios y mantengan una "guerra ideológica" no puede tener como consecuencia que la comunidad internacional se quede sin intervenir cuando es población civil la que muere.
Si de verdad a EE. UU. le preocuparan los derechos humanos y no sus propios "intereses estratégicos", hace tiempo que en más de un rico sultanato con petróleo las atrocidades medievales no existirían. Casi toda América Central y del Sur se hubieran ahorrado decenas de miles de asesinados y desaparecidos, el sudeste asiático varias guerras y África el apartheid y sus hambrunas severas.
Si en la ONU sólo seis países se creen con derecho de vetar a su antojo, la posibilidad de que quebrar el Derecho Humanitario tenga consecuencias no se va a dar. Va siendo hora de crear otra ONU. Si el Consejo de Seguridad, nacido de un reparto de roles tras la Segunda Guerra Mundial, lejos de ser un instrumento de control es de sumisión a sus respectivas barbaries, habrá que conformar otra comunidad internacional que represente a la humanidad.
El derecho a la vida es el principal cimiento sobre el que se asientan todas las declaraciones nacionales e internacionales. ¿Para cuándo su cumplimiento? ¿Para cuándo una autoridad mundial legítima que las haga cumplir?
José Carlos Martín Puig es sociólogo.
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