
Dedicado a todos los seres humanos, peregrinos siempre.
O Camiño es el Camino, así con mayúscula.
Es el camino de la vida, sólo que la vida en este Camino se desarrolla sobre una ruta ancestral cuyos orígenes se diluyen con el paso de los siglos.
No trato de hacer un artículo más sobre un Camino que ha sido estrella siempre de los medios de comunicación y de la creación literaria, visual, músical, artística en el más amplio sentido del término. Ríos de tinta se han vertido sobre el Camino, decenas de series televisivas y películas, exposiciones de toda índole, congresos, encuentros, jornadas, ponencias… Sobre el Camino se han gestado multitud de historias de todo tipo.
Pretender banalizar la importancia que el mismo tiene a nivel personal, grupal, social desde todos los rangos que pretendamos analizarlo: religioso, espiritual, cultural, artístico, etnográfico… es esfuerzo estéril, tarea inútil.
O Camiño es cariño y amor, es sentir la tierra.
Permítanme la licencia de acercarles un pequeño tramo de uno de ellos. No es baladí que en el Camino, si estamos recorriendo el llamado Camino Francés, en nuestra salida de la hermosa villa de Portomarín nos encontremos una obra escultórica definida en el vacío provocado por un cilindro de acero cortén. Abiertas sus bases, una al permanente contacto con la tierra y la superior a la inmensidad de un espacio cuajado de estrellas al amanecer, su interior se encuentra horadado y expuesto a los cuatro vientos por una serie de valores que, recortados e inmortalizados en su dura superficie metálica, lo definen. Son vocablos que perfilan e interpretan el complejo mundo del ser humano.
Leo la mayoría de ellos, es posible que alguno se me escape pero es la esencia del Camino que, en acusado descenso por la calle principal del pueblo, tras dejar atrás las últimas casas y la protección de sus soportales, me llama, animándome a seguir el río de peregrinos que, iniciado este otoño, confluyen en el puente que se oferta sobre una de las colas del embalse. La presencia de otros peregrinos me atrae, sus iluminados rostros transmiten ilusión y esperanza.
Tras cada persona, senderista, caminante, peregrino, se agazapan, adormecidos por el tráfago diario, por las prisas y la inmediatez que todo lo devora, una serie de valores, valores que se revelan a la luz del cilindro.
Esfuerzo, respeto, felicidad, lealtad, responsabilidad, compañía, amor, amistad, gratitud, unidad, tolerancia, aventura, amabilidad, valor, cortesía, libertad, historia, patrimonio común.
El Camino que comienza donde cada persona decide, encuentra en Portomarín un lugar con magia, un pueblo reinventado, resurgido tras la desaparición del antiguo poblado, oculto ahora y desmantelado baja las agua del embalse.
Y el Camino fluye, marea humana a veces, peregrinos y caminantes siempre, bajo el dosel arbóreo de robles y castaños.
A veces son pinos y eucaliptos quienes nos embriagan con sus salutíferos efluvios, otras el bosque autóctono nos sorprende con sus carballos y castaños y entonces el camino se cubre de hojas festoneadas, de color cobrizo y espinosos erizos verdes que protegen los frutos de los castaños. Y es que la caída de los frutos de los castaños ha comenzado ya.
Y en la comunión con el árbol, uno no hace distinciones entre autóctono y foráneo, uno no se plantea si éste árbol o aquel otro debe existir o ser eliminado. Sólo entiende uno qué es un árbol y observa al árbol y se siente parte del mismo. Y es entonces, cuando uno lo ve desde una perspectiva universal e integradora, cuando siente la importancia del respeto a la vida, un respeto emocional a toda manifestación viviente.
La vegetación preludia agua y el agua fluye. Sólo es necesario escucharla, y observarla. Fluye por regatos, pequeños arroyuelos, ríos de pequeño tamaño y ríos mayores. No es el mejor momento para gozar de sus cauces rebosantes de agua pues el estiaje aún es reciente, pero ahí está, mermado su caudal pero surgiendo siempre. Podemos olfatear y seguir el rastro de los fuegos exterminadores que el reciente verano transformó estos paisajes en infierno, convertidas sus llamas en voraces depredadores capaces de dejar yermo cualquier espacio pletórico de vida.
Pero los prados continúan húmedos y aún se observan pequeños espacios encharcados, allí donde las pezuñas de las vacas, aún abundantes, han pateado el herbazal en busca de la hierba más fresca. Su humedad va sumándose a otra y poco a poco los charcos se perfilan como pequeños hilos de agua que discurren hasta formar arroyuelos.
Me levanto temprano y salgo de noche, justo cuando el mirlo con sus estridentes trinos despierta al amanecer, que no tardará en presentarse. Observar y sentir el nacimiento de un nuevo día es una experiencia tan increíble, tan llena de energía, que todos deberíamos v¡virla.
Ya hay personas en el camino y bastones que golpean hasta horadarlas, las piedras que pisan. Ya se cruzan miradas y sonrisas y surgen como saludo, madrugadoras palabras donde -Buen Camino-, son los vocablos más agraciados, más agradecidos. Se trata del saludo del peregrino, del senderista y del caminante que hace su camino al andar. Son tan usados estos dos términos que no sólo las utilizan los castellano hablantes sino que surgen de las cuerdas vocales de caminantes alemanes, ingleses, portugueses, franceses, chinos, vietnamitas, coreanos, norteamericanos, australianos, japonenses… Las variantes en su pronunciación son muchas y muy diversas, pero todas hacen referencia al mantra jacobeo: -Buen Camino-.
En este periplo con sabor otoñal, camino con mi hija al lado. Es un camino para sentir el Camino. Es breve en cuanto recorrido, pero no se trata de la distancia a recorrer ni de los días exigidos. Se trata de sentir, de recuperar la armonía del cuerpo con el entorno, de ser. La distancia no es mucha, algo más de un centenar de kilómetros separa a pie el pueblo de Sarria de la ciudad de Santiago de Compostela. Fueron cinco días de periplo para recorrer ciento trece kilómetros.
Las villas se sucedieron y en todas ellas el Camino enriquecía la vida de sus habitantes y el saneamiento de su economía.
Sarria, Portomarín, Palas de Rei, Melide, Arzúa, O Pedrouzo, Santiago, y entre villas y pueblos, decenas de pequeñas aldeas.
Se respira el campo, la vida rural, agrícola y ganadera, se siente la importancia de la industria maderera.
Y reconfortan los cafés y las infusiones, los bocadillos de casi todo y las empanadas gallegas. Las raciones y las comidas, las paradas y los encuentros.
Y comprende uno, tras veintiséis años de Caminos diversos, que da igual que recorras el Norte, el Primitivo o el de la Plata, el Portugués, el Inglés o el Francés, los Caminos de verano, la vía Kuning o el Camino de Invierno, que lo importante no es la ruta trazada ni el Camino elegido, lo importante eres tú y tu Camino y que para ello no necesitas más que ponerte en marcha, andar es preciso, y un paso tras otro, realizar tu periplo.
José Manuel Espiño Melián, amante de los caminos y de la vida. Escritor y educador ambiental.
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