
Ceder el protagonismo no implica debilidad ni derrota. Al contrario, es una muestra de profunda fortaleza interior. Significa poseer la seguridad y confianza necesarias para no requerir ser siempre el centro de atención, y la generosidad para desear el éxito de los demás. Como afirmó el filósofo Lao Tse en el Tao Te Ching: “El líder sabio habla poco. Cuando su trabajo está hecho, la gente dice: Lo hicimos nosotros mismos”. Esa es la forma más elevada de ceder el protagonismo: guiar de tal manera que los demás alcancen la meta sintiendo que el mérito es suyo.
Cuando llega el momento de abandonar la primera línea, la política, en su esencia más pura, se convierte en el arte de servir a la comunidad. Es una vocación que exige entrega, resiliencia y, sobre todo, una integridad inquebrantable. Sin embargo, existe una pregunta tan crucial como incómoda que todo servidor público, en algún momento, debería plantearse: ¿cuándo es el momento de abandonar la vida política? No se trata de una cuestión de derrota o cobardía, sino de un acto de profunda responsabilidad consigo mismo, con la institución que representa y, lo más importante, con la ciudadanía.
Abandonar la política no siempre supone un fracaso; en ocasiones, es la decisión más honorable que se puede tomar. En el año 2013, la generosidad de un hombre, José Alcaraz, portavoz municipal del PSOE en Telde y secretario general, dio un paso al lado porque comprendió que el retiro oportuno de una generación permitiría la oxigenación del debate, la inclusión de nuevas perspectivas y la llegada de líderes con una visión más acorde a los desafíos actuales.
La verdadera generosidad reside en la construcción colectiva, por lo que la mera acción de “apartarse” no es inherente a la generosidad o al egoísmo. El valor moral de la decisión reside en el “por qué” y el “cómo”. La generosidad no es sinónimo de renuncia. En ocasiones, la generosidad es quedarse para luchar por lo correcto. Otras veces, como en el caso que nos ocupa, es “irse” para permitir que florezcan nuevas ideas. La acción más generosa es aquella que se toma con humildad, pensando no en la propia gloria o comodidad, sino en el bienestar a largo plazo de la comunidad a la que se sirve.
Cuando se pierde la convicción y el norte ético, es necesario dar un paso al lado. El motor de cualquier político debería ser un conjunto de valores y convicciones firmes orientados al bien común. Cuando ese motor se apaga, cuando las decisiones se toman por inercia, por cálculo electoral o para beneficiar intereses personales ajenos al servicio público, se ha perdido la esencia. Si un político ya no puede mirarse al espejo y reconocer los ideales que lo llevaron a presentarse, es señal de que ha llegado la hora de ceder el paso. La política sin principios es una técnica vacía de poder.
Cuando se constata que la presencia de un individuo se ha convertido en un obstáculo en lugar de una solución, es preciso considerar la retirada. La historia está repleta de ejemplos de figuras que se aferraron al poder hasta volverse disfuncionales para el sistema que prometieron defender. Ya sea por falta de capacidad, por obstaculizar necesarias renovaciones dentro de la organización o por priorizar la lealtad a una persona por encima de la lealtad a la verdad, el político debe poseer la autocrítica suficiente para cuestionarse: ¿mi presencia aquí está beneficiando o perjudicando a la organización? Si la respuesta es la segunda, el acto más noble es retirarse.
La política es una actividad exigente, plagada de críticas, desgaste personal y familiar. Retirarse para preservar la salud o la vida privada es legítimo, pero presentarlo como un gran sacrificio por el bien común puede resultar hipócrita. En ocasiones, se trata simplemente de una salida elegante ante una derrota previsible o el desgaste del poder.
La hiperpolarización ha vaciado de contenido los debates incluso dentro de las propias organizaciones políticas. Ya no se discuten ideas; se lanzan consignas. Ya no se convence; se movilizan trincheras. El arte del diálogo, del matiz, del encuentro en el complejo término medio, ha sido sacrificado por el silencio y la resignación. Se descubre que se dedica más tiempo a defenderse de ataques personales que a explicar propuestas, más a desmontar mentiras y medias verdades que a construir el futuro. Ese desgaste constante transforma la pasión en cinismo y la vocación de servicio en un mero juego de poder.
Gregorio Viera Vega fue concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Telde.




















Rafael Hernandez | Domingo, 31 de Agosto de 2025 a las 20:43:06 horas
Gregorio, parece que no te aplicas el cuento que predicas.
Lo tuyo no se trataba de dar un paso, sino de salir corriendo hasta perderte de vista.
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