
“Arbolé, arbolé, seco y verdé”, estimado lector, es una hermosa composición de Federico García Lorca, el poeta granaíno muerto el 18 de agosto de 1936 “a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra”... según el parte oficial. Este, traducido al román paladino (“en qual suele el pueblo / fablar a su veçino”), significa asesinado por su ideología republicana, proximidad al socialismo, quizás masonería y “prácticas de homosexualismo”.
El poema canta a una “niña de bello rostro” indiferente a lascivas propuestas de cuatro jinetes (“con trajes de azul y verde”), tres torerillos y un joven que lleva “rosas y mirtos de luna”. Ella sigue vareando (golpea un olivo para después recoger las aceitunas) mientras “El viento, galán de torres, / la prende por la cintura”: se trata, tal vez, de su amado. Cargado de figuras literarias, estas dificultan la comprensión del texto pero, a la vez, lo embellecen. Sirvan como ejemplos la antítesis u oposición árbol seco - árbol verde, es decir, árbol muerto - árbol vivo y, también, el mismo viento, personificación.
Así, todo se desarrolla en un espacio natural (la vega, el campo, olivos y aceitunas); las personas que andan en movimiento dan vida y acción al poema (la niña vareadora, los jinetes en jacas andaluzas, los torerillos “delgaditos de cintura / con trajes color naranja”, el joven… y el viento, primoroso).
En definitiva: logradísima conjunción Naturaleza viva – personas -cromatismo - elementos sensoriales (olores embriagadores de rosas, mirtos…), luminosidad… en solo treinta versos y, además, octosílabos, la medida versal popular de nuestro idioma. Y cuando digo “popular” digo notoria, muy presente en composiciones normalmente anónimas del pueblo o en otras firmadas -como esta- por inmortales poetas españoles. (Las flores que lleva el joven recuerdan los iniciales versos garcilasistas “En tanto que de rosa y azucena / se muestra la color en vuestro gesto”, es decir, la cara de una jovencita. Viene a ser rosa roja como pasión amorosa en oposición a “azucena – mirto”, flores blancas que simbolizan la pureza, la castidad.)
Pues bien. De un tiempo a esta parte a iluminados políticos españoles les da por elevar a los cielos gigantescos y aparentes pinos durante las fiestas navideñas (ajenos, por supuesto, a exquisiteces poéticas como las del arbolé negro y verdé). Y cuanto más alto sea el suyo frente a otros, más endiosados se sienten, más se distancian de la realidad social. Desprecian la normalidad, lo usual, lo común, el pino de siempre y se lanzan en desenfrenada carrera a llamar la atención con la monumentalidad. (Los griegos del mundo clásico, tan conocedores del alma humana, lo llamaron megalomanía, es decir, ‘manía o delirios de grandeza’.)
Pero no sienten a ese elemento de la naturaleza a la manera de autores como Sebastián Monzón o Gerardo Diego, por ejemplo. Estos, desde la sensibilidad poética identifican en sus respectivos sonetos a otro tipo de árbol, el ciprés. Así, para el primero es perpetuo vigilante el plantado cerca del lugar (cementerio de San Isidro, Gáldar) donde reposa el sueño eterno Antonio Padrón, su amigo. Y Diego se identifica con el del monasterio de Santo Domingo de Silos para su ansiada ascensión a los cielos, muy respetable sentimiento cristiano.
El supergigantesco y falso pino navideño, por contra, nada tiene que ver con la emotividad inherente al ciprés, pues engalanamientos y emperifollamientos lo vuelven voz silenciosa, apagada… Y se convierte en objeto material: es desnaturalizado y adulterado, pura decoración y artificialidad frente al arbolé garcíalorquiano. ¿Por qué? ¿La ausencia o mínima capacidad de sentido estético (tan presente en miembros de instituciones) le rompe sus encantamientos?
¿Arranca con carga histórica desde la Hispania medieval, por ejemplo, su presencia en plazas públicas españolas? ¿O es un tic de estos años, un llamar la atención para disimular flagrantes miserias sociales y humanas, incompetencias, mediocridades? ¿Responde a comportamientos megalómanos, manías o delirios de grandeza? ¿Al dicho popular “Burro grande, ande o no ande”?
Pese a supuestos, elucubraciones o artificiales imitaciones, la inmediata realidad nos lleva a Vigo (Galicia), Cartes (Cantabria), Santa Cruz de Tenerife... cuyos gobiernos municipales forcejean entre sí para ver quién instalará en su plaza el acartonado árbol navideño más alto, más próximo a las estrellas. Y así (suponen falsamente) se convertiría en emulación del simbólico de Gerardo Diego, “flecha de fe, saeta de esperanza, / ejemplo de delirios verticales” o (¡qué disparate!) del lorquiano, también maravillosa poetización.
El instalado en Cartes (año 2003) medía sesenta y cinco metros de altura (uno detrás de otro), treinta y cinco más que los concedidos por Natura al pinus latino, el auténtico pino, como el abeto o el cedro. Pero ya se sabe: la tozudez es muy osada. Y por imprudente endiosamiento de quien manda, el de Vigo estará por encima de los cuarenta y cuatro metros… ¡pero alcanzará los cincuenta el correspondiente a la capital tinerfeña!
Y como solo se trata de invertir miles y miles y miles de euros, el señor concejal chicharrero pasa fantasmal invitación al galeguiño alcalde de Vigo para que se desplace a Santa Cruz y contemple cómo la empresa privada (eso sí) será capaz de construir tal plataforma en la santacrucera Plaza de España (canariasahora). “¡Anda, rabea rabea!”, le dirá a quien también llegó a creerse el centro del mundo, ombligo del universo y genialidad.
Pero no, en absoluto. Estoy seguro de que para ellos no es elemento simbólico, no pretende representar ideas, conceptos, pensamientos, no: solo se trata de un entramado al que cargan decenas de miles de bombillos, lámparas, trillones y trillones de descargas eléctricas, kilos de materiales y adornos navideños como si aquello, por sí mismo, nada representara: Naturaleza disfrazada, sobrecargada, fría. (Lo ironizan ciudadanos chicharreros, lo publican periódicos tinerfeños: “Santa Cruz está sucia, el carril bici está cerrado, el rastro lo llevaron del centro a las afueras... Pero la solución mágica es un árbol de Navidad de 50 metros”.)
¿Qué pensarán, estimado lector, aquellos niños santacruceros a cuyas edades y muertas esperanzas solo llegarán silencios, impotencias e imposibilidades económicas de sus padres estas navidades? Miles y miles y miles de euros ciudadanos gastados en megalomanías, autopromociones y simples vanaglorias, ¿podrían servir para otros fines cargados de ilusiones infantiles... más a la altura de sus necesidades?
Nicolás Guerra Aguiar es catedrático y escritor.
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