
Mamadú Cámara y la lección a la lucha canaria.
Un ejemplo lo vivimos cuando presentamos la necesidad de confeccionar una lista de luchadores para celebrar el Día de Canarias 2017 en La Gomera.
En aquella ocasión se convocaron 28 luchadores, 14 por cada bando, entre ellos uno de origen subsahariano de Mali.
Con el paso de los días, la mayoría de los convocados se fue cayendo de la lista, alegando excusas de todo tipo para no acudir. Algunos, es justo reconocerlo, mantuvieron su compromiso. Pero lo más significativo fue que, en medio de todas esas renuncias, hubo un luchador que no se escondió, que mantuvo su palabra y acudió con dignidad a la cita: Mamadú Cámara.
Este luchador, además, ha alcanzado un logro reservado a muy pocos: obtener la categoría de Puntal A, la máxima distinción de nuestro deporte. No es solo un reconocimiento a su calidad en el terrero, sino también a su respeto y al amor profundo que siente por la Lucha Canaria, más allá de su lugar de nacimiento.
Ese gesto habla más alto que cualquier prejuicio. Mientras muchos nacidos aquí buscaban excusas para no estar, él honró el compromiso con la lucha canaria y con el Día de Canarias.
En aquella luchada, Mamadú sufrió una lesión en el hombro tras una caída. Yo mismo lo llevé al centro médico de Valle Gran Rey, donde me confesó, con el brazo inmovilizado, que la semana siguiente debía disputar la final de la liga en Tenerife. Le pedí disculpas a él y al presidente de su club que era el Tegueste y a su presidente Marcos Galván por lo ocurrido, en ese momento fue trasladado en ambulancia a San Sebastián de La Gomera. Antes de partir, volví a disculparme. Y entonces me respondió algo que me marcó para siempre:
—Usted me puede seguir convocando a todas las luchadas que me necesiten, porque yo le debo mucho a la Lucha Canaria.
Aquellas palabras me hicieron reflexionar: Cómo puede ser que un luchador no nacido aquí sienta tanto amor y compromiso por nuestra tierra, mientras que algunos de los nuestros no muestran el mismo apego?
El debate actual
En los últimos tiempos, la llegada de luchadores de origen subsahariano ha despertado un debate que, más allá de lo administrativo, revela un trasfondo preocupante. Se duda de su documentación, especialmente de las fechas de nacimiento, pero lo más grave es que algunos aprovechan esa excusa para insinuar que estos jóvenes son una amenaza para la Lucha Canaria.
Esa sospecha, además de injusta, atenta contra la esencia misma de nuestro deporte.
La Lucha Canaria nació del encuentro entre pueblos y generaciones. Nunca fue exclusión, sino acogida. Señalar a alguien por su origen o por su color de piel no solo es discriminatorio: debilita la grandeza de nuestra tradición.
Lejos de perjudicarla, la incorporación de luchadores de otros lugares puede enriquecer la lucha canaria, darle proyección y demostrar que sigue viva, abierta y capaz de hermanar culturas. Lo que realmente la pone en riesgo no son ellos, sino el recelo, el prejuicio y la manipulación interesada.
No vienen a quitarnos nada
Arrastramos un viejo complejo: creer que todo el que llega de fuera viene a arrebatarnos lo nuestro. Se repite ahora con quienes arriban en cayuco. Pensamos que nos quitarán el trabajo, la casa, la tierra o incluso la lucha canaria. Y no es así.
Quien se juega la vida en el mar no viene a quitarnos nada: viene a sobrevivir, a buscar un futuro que en su tierra le ha sido negado. La mayoría solo aspira a trabajar con dignidad, enviar dinero a su familia y vivir en paz y si de paso puede hacer algo de deportes y en este caso es la lucha canaria pues bienvenido sean.
Nuestra identidad no peligra porque un inmigrante pise el terrero. Al contrario: se engrandece cuando se comparte. Un joven africano que aprenda nuestras mañas no debilita la lucha, la hace más universal y más humana.
El verdadero peligro no está en quienes llegan, sino en nuestro propio miedo y en la falta de confianza en lo que somos. Una cultura que se encierra muere. La que se abre, se multiplica.
La incoherencia interna
Pero, sin embargo —tal como he dicho y denunciado en otras ocasiones—, nos alarmamos por la diferencia de edad de un luchador subsahariano, mientras permitimos que un niño de doce años se enfrente a un adulto de casi veinte.
Lo mismo ocurre cuando un cadete de catorce años lucha en categoría sénior, contra hombres de hasta cuarenta años y con un peso muy superior. Eso sí que es un disparate.
O cambiamos el Reglamento, o este deporte se nos muere. Como dice el refrán: “Entre todos la mataron, y ella sola se murió”. En una población de 2.200.000 personas una cifra de 3.000 practicantes es ridícula. En conclusión algo debemos de estar haciendo mal.
Sé que estas palabras me pueden costar críticas, incluso la pérdida de algunas amistades. Pero es mi manera de pensar.
No hablo para herir, sino porque creo que debemos buscar soluciones reales para que los niños y la juventud compitan en igualdad de condiciones.
Ese es el camino: mejorar y no retroceder.
José Trujillo Artiles, Pollo de la Barranquera IV




















christiam | Viernes, 29 de Agosto de 2025 a las 10:07:46 horas
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