Luces de agosto

No es agosto un mes inocuo. Ya ninguno lo es, vivimos en un lodazal de información donde nos cuesta encontrarnos, aturdidos entre tanta imagen. Los muertos se confunden con los vivos y andamos por la tierra como si este fuera un lugar para quedarse cuando en realidad es un lugar de paso donde no deberíamos dejar huella. 

Nos extinguiremos como lo hicieron los dinosaurios, como se extinguen las especies que no se adaptan. La inteligencia artificial no suple a la inteligencia humana. Quizás nos consuele saber que ella tiene todas las respuestas, pero le falta algo que solo los humanos tenemos: sensibilidad.  

Quizás nos falta eso, sensibilidad, un poco de sentido común y mucha decencia para situarnos al lado de los más débiles, de los más necesitados. Salvo que seas de aquellos que piensen que quienes están ahí se lo merecen o no han trabajado lo suficiente. Sensibilidad para no ofender con tus lujos y privilegios. Algo chirria en el hecho de pasar unas vacaciones en una mansión a todo lujo en Lanzarote cuando en la Palma hay gente que todavía después del volcán, no tiene una casa sino un contenedor donde vivir.  

Sentido común para pensar que esta tierra es de todos, como decía Víctor Jara, y no del que tenga más. Decencia para respetar nuestro entorno y nuestro paso por el mundo. 

En cambio, vemos desde nuestro sillón como el fuego arrasa, como en las islas el paisaje se aniquila en post de una ganancia desaforada, como la información es asesinada en Gaza y la libertad se ha convertido en una moneda. 

Y más, más hoteles, más club de golf, más parques temáticos, más masificación, más fiesta, mientras, hay pueblos sin agua y gente sin casas o casas sin gente. 

Decencia para dimitir cuando tu becaria tiene dos titulaciones y un master y tú no has acabado ni el bachillerato. Decencia para creer que eres mejor y tienes más derecho de vivir en esta tierra que el que llega en una patera. Sensibilidad para querer dejar una mejor herencia a los que vendrán después.

Somos una especie a extinguir que destruye su propio hábitat, que desprecia su pasado y su memoria, que vive como si no fuese responsable de este mundo. 

Sensibilidad para no exponer tus esplendorosas miserias en un mundo de niños famélicos que mueren de hambre, sentido común para comprender que quizás convendría ir dejando algunos privilegios para que otros vivan mejor. Decencia, para no dejarnos caer en el cinismo capitalista de que el éxito es solo cuestión de querer.  

Tal vez, deberíamos desconectar, apagar la luz y no ver tanta superficie ilustrada, tanta banalidad endiosada, tanta violencia, pero las luces de agosto nos impiden dormir.  Las amenazantes luces de Navidad, que el alcalde de Santa Cruz ya coloca en la ciudad, nos deslumbran para ver este cruel sol de agosto.

“ Muera la inteligencia, viva la muerte!" decía el general Astray. Pues eso, fiesta, fiesta, fiesta. 

O luces de agosto, que nos impida ver la realidad que nos rodea. No hace falta inteligencia artificial, ni pantallas ni redes, sensibilidad para ver la luz del día y comprender que solo la justicia hará una sociedad más igualitaria. 

Sensibilidad para poder estar al lado de los otros, a no ser que seas de los que piensan que esta cualidad es solo propia de los niños y los poetas. Nos esperan malos tiempos, de violencia sin sentido, de vacuo desprecio por la vida humana, de ver el dolor retrasmitido como una película, una imagen sin sentido, que aparece de pronto y que apartamos para no ver, para no sentir nuestra ración de responsabilidad, nuestra parte, adulta y responsable de este todo.

Nieves Rodríguez Rivera es profesora de Lengua y Literatura y escritora.