
Apenas han pasado unos minutos de las ocho de la mañana. Es lunes. Aunque es un lunes de agosto y, por tanto, no se nota tráfico y las calles de la ciudad se antojan despobladas, ventiladas por el frescor reciente del amanecer. Toca coger el ascensor, lo que dura un trayecto de cuatro plantas. Entro. Hay una mujer casi de mediana edad pegada al teléfono que, dado el volumen del aparato, enseguida se percata uno de la conversación que es, en este caso, con su marido, pareja, compañero o camarada sentimental; lo que aún se pueda ser a esas alturas de la vida. Estamos solos. El ascensor comienza su andadura. No llega al minuto. Pero la conversación entre ambos es sobre qué van a hacer para cuando llegue el almuerzo; ¡a las ocho y poco de la mañana!
Se dicen el uno al otro que no se preocupe, que a la salida del trabajo pasará por el supermercado. Y así echan un pulso del que uno es testigo. Entonces pienso que esta pareja está rota o más unida que ninguna. Que no hay término medio. Que un lunes a esa hora no se puede hablar de qué comer al mediodía, que es inconstitucional. Que solo cabe que se amen o se soporten malamente porque ninguno se atreve a separarse y afrontar la dureza redentora de la soledad.
Agosto, también los lunes de agosto, es un homenaje al enamoramiento, a la siesta, a las tardes largas, al café degustado despacio en la sobremesa, a la conversación interesante… Agosto es la vida. Agosto son todos los meses del año en uno. La vida sin agosto no sería vida. Y, por tanto, no es posible que agosto sea un lunes de ascensor a primera hora hablando de qué hacer luego al mediodía. Que una pareja no puede caer en semejante burocracia. Que agosto está para besarse, para brindarse caricias, para las miradas comprensivas, para los diálogos en los que afloran la complicidad trascendente que supera, precisamente, la grisura de la rutina.
No me dio tiempo de preguntarle nada a la señora. Tampoco era mi intención. Salí del ascensor y seguía móvil en ristre hablando con ese ente lejano llamado marido o similar. Me quedé dudando qué harán en septiembre, cuando retornen los atascos, la dureza de los horarios, las visitas a la sucursal del banco para abonar las facturas pendientes… Septiembre es recordar que todo sigue igual, como aquella canción de Julio Iglesias. No nos dimos los buenos días. Tampoco nos despedimos. Estaba absorta en el móvil. No sé si en septiembre se amarán, se divorciarán o continuarán engañados a sí mismos en la sobria melancolía del otoño entrante.
Confundamento | Miércoles, 27 de Agosto de 2025 a las 07:32:40 horas
Magnífico.
Hagamos tu agosto todo el año.
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