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Colaboración

"Voces de mala reputación" o socialmente malsonantes

Nicolás Guerra

NICOLÁS GUERRA AGUIAR Sábado, 23 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 23 de Agosto de 2025 a las 10:46:50 horas

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Acabo de terminar la relectura de un artículo (“Voces de mala reputación: el caso del ‘haber’ personal”) publicado el mes de febrero por el profesor Morera Pérez, de la universidad lagunera. Me atrajo desde el primer párrafo, pues tras la presentación del tema central (una cuestión gramatical impuesta por la Real Academia Española, RAE) sospeché la inmediata réplica, rechazo y propuesta renovadora (había escrito “revolucionaria”) frente al planteamiento (¿conservador?) de la institución y otros. ¿Y cuál es el asunto o materia sobre el cual discrepa el riguroso maestro? Pues, muy en síntesis, que las formas verbales como había o ha habido son “oficialmente” consideradas impersonales, es decir, no cambian de número por más que el nombre que las acompañe se encuentre en plural.

 

Y ante tal consideración, el articulista es taxativo: construcciones como “había muchos aficionados en el partido” o “en esta carretera ha habido muchos accidentes” admiten la pluralización verbal y, por tanto, son correctas las secuencias “...habían muchos aficionados” y “...han habido muchos accidentes”.

 

No se trata, claro, de una mala percepción del profesor ni, por supuesto, de incorrecta fantasmada profesional: su argumentación gramatical en el artículo es rigurosa y convincente. A ella debe sumarse otra verdad: unidades como las anteriores (”habían muchos aficionados; han habido muchos accidentes”) son muy usadas por los hablantes, únicos propietarios de la lengua. Se trata, pues, de “rebeldes a los preceptos académicos”. Y no incultos, tal como los define un ortodoxo lingüista: “Si se cometen incorrecciones tan descomunales como el han habido entonces está mal hablada [la lengua española]”. Y a sus usuarios, concluye, deberíamos llamarlos “analfabetos o cuasi semianalfabetos”.

 

Por la misma regla de tres, y respetando las diferencias, con tal estricto planteamiento académico algunos profesores y exprofesores de la Universidad de La Laguna (doctores Corrales, Corbella, Morera…) podrían ser incluidos en condenatoria sentencia: pasarían al listado de los ilustrados vulgares o cuasi semivulgares a pesar de sus estudios, publicaciones y premiados trabajos de investigación lingüística. ¿Por qué?

 

Por dar legitimidad numérica, científica y cualitativa en diccionarios a voces oficialmente malsonantes (así llamadas por la RAE) o de “mala reputación” que ‘ofenden al pudor, el buen gusto o la religiosidad’. Y si pretendemos el cum laude en la supuesta vulgarización lingüística, añado el sustantivo choro (presente en sustratos relacionados con chorizos, delincuentes) y su correspondiente forma verbal chorar, también considerada por el Diccionario académico como chabacana, grosera, basta. Unos mataíllos lingüísticos, hablando mal y pronto.

 

(Pero a mí me desestabiliza tal posibilidad aplicada, por ejemplo, a personas como los señores Morera, Corral y la señora Corbella, académica de número de la RAE, por cierto. Desde muchos años atrás les hago el seguimiento profesional y, por tanto, me veo capacitado para afirmar la inviabilidad de tal remota consideración como su alumno a distancia -aunque mayor-, con casi cuatro décadas en el aula y trato personal con ellos.)

 

El caso es el siguiente. Días atrás dos personas se quejaban en la parada guagüera de la manifiesta suciedad en esta urbe capitalina. Una de ellas habló de “meadas y cagadas” de perros y, añadió, de “pastuños” abandonados una vez realizan sus naturales emisiones. Y tal voz me trasportó, de inmediato, a mi infancia galdense, Sardina del Norte, varios decenios atrás.

 

Los tales pastuños voluminosos (sobre todo los cotidianos en la cueva de Los Artigos, Playa Chica, a los pies del dinamitado Risco Partido), mostraban voluptuosamente mil una variantes geométricas y muchos tiraban a irregulares pero coquetas circunferencias. Y estaban también los catalogados como “de estreñimiento”, es decir, enhiestos, rectos, verticales tal las araucarias de la plaza del pueblo… pero sin manifiestos grosores, obviamente.

 

Por aquello de la profesionalidad ya jubilada tras siete decenios y pico, pero con manifiesta curiosidad, me interesé por la nombrada unidad lingüística, nada novedosa. Consulté el Diccionario (RAE) y descubrí que es una palabra no registrada en el mismo. Pero por el campo al cual pertenece y su directa relación con el verbo cagar (intransitivo malsonante para la RAE), puede concluirse que si algún día es registrada en el Diccionario académico sería etiquetada cual vulgar grosería, seguro.

 

Como se trata de un vocablo conocido desde mi angelical niñez ojeé el Diccionario básico de canarismos (DBC, Academia Canaria de la Lengua): tampoco figura, aunque por similitud recoge “pastura”, es decir, ‘excremento no blando y grande de personas y animales’. Tal aproximación léxica animó a continuar y a registrarla, por desconocida, en el archivo memorístico.

 

Por suerte, nuestra variante dialectal es una de las correspondientes al español más estudiadas con el rigor científico exigido y publicaciones. Así, pude ampliar las consultas en volúmenes diccionariales o glosarios especializados en tales investigaciones: doble éxito. Así, el Diccionario ejemplificado de canarismos (profesores Corrales-Corbella) ubica la voz en Fuerteventura, Gran Canaria y Lanzarote, es decir, Canarias Oriental. Su definición coincide con la anterior y, a la vez, remite a “pistuño” en Gran Canaria y a “pastura” como primera acepción y coincidencia con el DBC. Lo intenté también en su (de ambos) Tesoro léxico canario-americano, pero no se trata de un americanismo.

 

Como paso siguiente fui al Diccionario histórico-etimológico del habla canaria (profesor Morera). Su definición es muy cercana: ‘Excremento grande y duro’. Registra también “pistuño”, pero con un significado ajeno a los descubiertos hasta ahora: en su isla natal, Fuerteventura, se usa para referirse al niño pequeño.

 

De lo cual concluyo, estimado lector (¡acaso osadía la mía!) que quizás la etiqueta de ‘palabra malsonante que ofende al pudor, buen gusto o la religiosidad’ muy presente en el Diccionario RAE está de más, es impertinente, no viene a propósito desde la perspectiva lingüística. Tal vez es un respetable considerando desde la perspectiva social de una clase, pero no de la colectividad que las usa sin caer en vulgarismos, incorrecciones o falta de educación.

 

A nuestros estudiosos canarios citados ni se les ocurrió alguna apostilla o puntualización negativa sobre la voz estudiada, “pastuño”, en absoluto chavacana, ordinaria o zafia. A pesar de su relación con otras (bosta, excremento, boñiga, caca, mierda…), ninguna de ellas ofende lingüísticamente ni a sus usuarios ni a los lectores con conocimientos dialectales. La hipotética y supuesta ofensa llega desde la perspectiva social, sociedad pulcra, aseada y esmerada en su conducta que dictó sentencia condenatoria contra ellas, infelices estructuras compuestas por los hablantes, los únicos dueños de la lengua. Y estos, las más de las veces, simplemente evolucionaron términos recibidos de una cultura clásica denominada latín.

 

(Por cierto: ¿por qué cagar es palabra grosera y no lo son defecar, excretar o deponer, si se refieren exactamente a la misma acción evacuadora… o cagadora?)

 

Nicolás Guerra Aguiar es catedrático y escritor.

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