
En pleno paseo marítimo de Melenara, entre turistas, veraneantes y vecinos que acuden cada día a disfrutar de la costa, se levanta una vivienda que parece detenida en el tiempo. La última casa centenaria del barrio costero, con sus muros blancos y las puertas y ventanas pintadas de azul marino, mantiene el mismo emplazamiento desde hace más de cien años, como un símbolo de resistencia y memoria.
Su propietaria, Carmen Artiles Calixto, vive rodeada del arrullo del mar. Tras superar varios problemas de salud, asegura que la casa no solo le da cobijo, sino también salud: Asegura a La Provincia-DLP que «mi médico siempre me dice que esta es la mejor de las medicinas, porque me cura el cuerpo y el alma».
Origen vinculado al tomate y la caña de azúcar
La historia de esta casa se remonta al año 1900, cuando fue construida por la familia inglesa Fyffes, dedicada a la exportación de tomate. El abuelo de su difunto marido, Francisco Herrera, la adquirió tiempo después. En el risco cercano todavía se aprecian restos de las estanterías de madera donde se depositaba la caña de azúcar antes de cargarla en barcas hacia los barcos fondeados frente al antiguo muelle de la zona.
Antes de ser comprada, la vivienda era custodiada por un guardián, que no solo vigilaba la playa, sino que también cobraba un canon a los camiones que pasaban por la zona. En el interior aún se conserva el pequeño cuarto que ocupaba el vigilante, hoy reconvertido en despensa.
Un bar con sabor y cartas de amor
El abuelo de Paco transformó parte de la vivienda en un pequeño bar que alcanzó fama por sus churros de pescado y rebozados, muy demandados por los visitantes. Durante un tiempo, incluso sirvió como oficina de correos improvisada: «Muchas mujeres que tenían a sus novios en El Aaiún dejaban aquí sus cartas», recuerda Carmen con una sonrisa.
Con los años, la casa se convirtió en refugio familiar. Cada lunes, día de descanso de su negocio en Vecindario, el histórico Asadero de Pollos Canarias, Carmen y Paco dedicaban horas a arreglar la vivienda. Tras su jubilación, la disfrutaron juntos hasta la muerte de Paco.
“No es una casa cueva, es mi hogar”
Frente a quienes creen que la vivienda es una cueva, Carmen aclara que no lo es, aunque esté construida pegada al risco. Su encanto y ubicación privilegiada han despertado numerosas ofertas de compra, algunas muy cuantiosas, pero todas rechazadas: «Aquí hay recuerdos y vida. No hay dinero en el mundo que pueda pagarla».
La propietaria confiesa que a veces debe lidiar con la curiosidad de turistas que intentan entrar sin permiso buscando un baño o queriendo ver cómo es por dentro. Pero, lejos de molestarse, lo cuenta con resignación y cierto orgullo: su casa es ya parte del paisaje de Melenara y un patrimonio sentimental que trasciende lo material.
Con más de un siglo a sus espaldas, este inmueble no solo representa la historia de una familia, sino también la de un barrio marinero que sigue latiendo entre modernidad y tradición.



























Jose | Domingo, 24 de Agosto de 2025 a las 15:10:44 horas
A ver creo que se equivocan de jose, yo no critico ni los merenderos ni lo de la plaza de las clavellinas porque jamás he estado alli, lo que si critico en la falta de limpieza es la arena de la playa por el lado donde está el chorro para quitarse la arena tanto del cuerp o como de los pies, así que primero asegúrese de a quien critica y luego hagalo, que quejarse es gratis
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