Los hay que están inmersos en sus vacaciones y otros tantos que aún no las han cogido. Los primeros, todavía, no experimentan la desgana de la vuelta, pero la presienten; a fin de cuentas, nadie está predispuesto a retornar la rutina de los despertadores y el pago de las facturas mensuales. Es mejor la desidia de las tardes largas del verano en las que la imaginación se dispara y el silencio engendra lo mejor de nosotros. Mas las vueltas son complicadas. También para los (supuestamente) más afortunados. Recuerdo aún aquel telediario de TVE noventero en el que informaba que Romário no regresaba a los entrenamientos del Fútbol Club Barcelona. Y en esas, mientras el locutor entonces daba la noticia, imagino que con corbata, todavía imperaba la formalidad, se le veía al delantero en Brasil jugando con el balón en la playa acompañado de su legión de amigos, la habitual que acompaña por mero interés a los ricos. Para mayor enfado, claro está, del entrenador Johan Cruyff.
Aquello fue el verano de 1994. Estuvo solo dos temporadas en el Barcelona y, por tanto, el verano que empató una competición con la otra era ese: 1994. En La Moncloa agonizaba su estancia Felipe González, acosado por los casos de corrupción y el terrorismo de Estado de los GAL. José María Aznar era un líder de la oposición sin carisma; nadie lo tiene hasta que no detenta el poder. Y la canción del verano era un temazo de Georgie Dan: ‘La barbacoa’. Un mito.
Así que aquel día caluroso, como ahora, el que suscribe miraba el televisor preguntándose por qué Romário no quería regresar. Aunque, bien mirado, uno tampoco quería empezar el colegio en septiembre. Con los años, vas aclarando las cosas. Mas Romário ya no juega en el Barcelona y uno no va al aula.
Así que el primero de septiembre, si en la oficina le sueltan cualquier paparruchada o le hacen una charranada, acuérdense de Romário: mientras el técnico holandés no entendía su anarquía para disfrutar del tiempo al margen del resto de la plantilla, el goleador disfrutaba de la vida. La verdad es que la desenvoltura que desplegaba en el campo hipnotizó a toda una generación. Luego le daba un toque mágico para provocar una vaselina a la que el guardameta de turno no podía hacer nada, y sumaba otro gol a su contador. Aunque recuerdo el que le metió a Cruyff aquel verano. Eso sí, solo un año más duró en Barcelona. Luego el brasileño cogió las maletas.
Arturo Fernández | Miércoles, 13 de Agosto de 2025 a las 08:09:54 horas
Si no me equivoco....ni un año duró. Creo que cogió las maletas en enero del 95 rumbo al Flamengo
Accede para votar (0) (0) Accede para responder