Un beso en agosto

El mundo avanza por una idea. Una ocurrencia toma forma reposada en algún instante, el menos pensado, en una siesta de sábado placentero de sobremesa, y rompe molduras. Esa misma idea del fin de semana se tropieza luego con el lunes, con la dureza de la mañana del lunes, en el que casa con la burocratización de mentes cerradas y la indolencia estilada por almas despiadadas en el transitar de la vida. Una idea es un beso. Un beso seco, limpio, aceptado mutuamente. Un beso de amor, desde luego. Un beso sin amor, no es un beso; es otra cosa, es un engaño, es algo sucio e impostado. Es un pasadizo a quebraderos internos. Mas un beso de verdad es saborear que la vida es vida, que los agostos son agostos, que los amaneceres guardan siempre una alegría tempranera que te aguarda.

De nada vale cumplir años si quedas encorsetado en cuatro prejuicios, en la inoperancia, en las lagunas de los egos que no crecen pues están aferrados a sus miserias que, en el fondo, son fruto de sus frustraciones previas. Solo los que son felices pueden besar. Porque besar es otorgar, es dar al otro sin doblez. ¿Cómo vas a compartir un beso si no te has encontrado a ti mismo previamente? El beso es la anarquía del amor. Es ensoñar la vida en mayúscula.

La idea, como el beso, abre caminos. Despeja mentes, libera ataduras. Como el beso es amor, es revolucionario. Y lo revolucionario supone ensanchar libertades ante normas prefijadas por poderes opacos. El beso, el amor, irradia luz a la oscuridad.

Nos pasamos la vida buscando el amor. Anhelamos amor como el que aspira a una botella de agua en el sur de la isla, en medio de Maspalomas o Playa del Inglés, desparramado entre chonis que no entiendes ni ellos a ti tampoco. Entonces te preguntas qué haces ahí, bajo un sol inclemente que recuerda hora a hora que es agosto. Mejor en casa. Mejor en la soledad de las ideas puras pendientes de ser lanzadas al mundo, aunque fuese lunes, aunque fuera viernes. El amor como estímulo a las emociones desatadas respetuosas que engrandecen el alma. El amor encandila las pasiones. Nos conmueve. El amor acaba por aterrizar en la madurez que sabe saborear el ritmo lento del mes de agosto, los veranos en los que los enamoramientos (algunos superficiales, otros no) encarnan el vacío existencial al que todos nos debemos. Unos lo encaran con mezquindades, otros con amor. Amor a uno mismo, amor al prójimo, amor al amor largamente postergado, amor a la vida. Y todo eso en un beso, aunque fuese ensoñado, que no es poco.