
En los últimos años, hemos sido testigos de un preocupante resurgimiento de actos violentos motivados por el odio racial, entre ellos las llamadas “cacerías racistas”, en las que grupos organizados o individuos, persiguen, agreden e incluso, asesinan a personas por su origen étnico, religión o color de piel. Estos crímenes no son fenómenos aislados, sino que forman parte de una larga historia de violencia sistémica que sigue sin ser adecuadamente confrontada.
Las cacerías racistas son un tema muy preocupante que ha estado ganando atención en nuestro país, particularmente en el municipio murciano de Torre Pacheco, a raíz de una agresión a un jubilado, por parte de personas de origen magrebí. En este pequeño pueblo, grupos ultraderechistas han llevado a cabo "cacerías" de inmigrantes marroquíes, generando un clima de miedo y tensión entre la comunidad migrante. En los últimos años, hemos visto resurgir episodios de violencia racista que recuerdan a las peores pesadillas del pasado.
Tampoco podemos olvidar uno de los casos más impactantes fue la “cacería racista”, también en Torre Pacheco en 2018”, donde un grupo de jóvenes persiguió y agredió brutalmente a dos menores marroquíes mientras gritaban consignas xenófobas. Este no fue un incidente sin más, sino parte de un patrón de ataques contra migrantes y minorías que, con demasiada frecuencia, quedan en la impunidad. A pesar de la gravedad de los hechos, la respuesta judicial fue tibia: solo tres de los atacantes fueron condenados a penas leves, mientras que otros implicados apenas recibieron sanciones menores.
Las cacerías racistas no son solo actos individuales de odio, sino el resultado de un sistema que durante siglos ha legitimado la violencia contra ciertos grupos. Mientras no se rompa el ciclo de impunidad y discriminación, estos crímenes seguirán repitiéndose. Además, no son "casos aislados", es racismo estructural, una cacería humana, un acto de terror racista que pudo terminar en tragedia. Mientras las instituciones sigan restándole importancia, estos crímenes se repetirán. No basta con condenar el racismo: hay que perseguirlo, castigarlo y erradicarlo.
Las actitudes racistas erosionan la cohesión social. Cuando un grupo siente rechazo, se produce una fragmentación comunitaria que dificulta la convivencia pacífica. Esto afecta a la confianza entre individuos y grupos diferentes. Se crean efectos sociales como la segregación por zonas geográficas y a su vez, divididas por raza o etnia. Los conflictos sociales, tensión entre comunidades diversas y desigualdades económicas, acceso desigual a recursos y servicios básicos. Todos estos elementos crean un círculo vicioso que perpetua el racismo en sus múltiples niveles. Combatir estas actitudes implica un esfuerzo colectivo hacia la inclusión y el respeto mutuo.
Las actitudes racistas se presentan de diversas formas, afectando tanto a individuos como a comunidades. Es fundamental reconocer estos tipos para abordar el problema de manera efectiva: El racismo abierto se manifiesta de forma evidente y directa. Se observa en comportamientos hostiles, expresiones despectivas y acciones que buscan discriminar. El racismo encubierto es más sutil pero igualmente dañino. Se presenta a través de prejuicios implícitos, estereotipos negativos y microagresiones. Las actitudes racistas generan efectos profundos y negativos. Reconocer estas consecuencias, es fundamental para abordar el problema de manera efectiva,
Gregorio Viera Vega fue concejal socialista en el Ayuntamiento de Telde.
Suso | Sábado, 09 de Agosto de 2025 a las 22:27:38 horas
Los racistas son ellos, ya esta bien de tildar de racista a quienes queremos una llegada ordenada y sin delincuentes. Les sueltan de cárcel en Marruecos y nos lo envía para que les mantengamos. Iguan ha hecho Maduro en Venezuela y se los envía a Perú, plagada de golfos.
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