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Jueves, 25 de Septiembre de 2025

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Colaboración

Han Kang

José Manuel Espiño

JOSÉ MANUEL ESPIÑO MEILÁN Domingo, 03 de Agosto de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 03 de Agosto de 2025 a las 20:55:52 horas

Dedicado a las víctimas de todas las guerras, y a todas las personas que, como Inseon y Gyeongha, protagonistas de la novela: “Imposible decirle adiós”, aman la vida con desesperación, incapaces de soportar el indecible e interminable dolor de los supervivientes.

Han Kang, escritora coreana, es la más reciente Premio Nobel de Literatura. Nacida en 1970, nos referimos a un escritora conocida internacionalmente desde un primer momento, desde su primera novela.

 

En 2024 se le otorgan premios de elevado prestigio por novelas como “Actos humanos” e “Imposible decir adiós” y con el mayor galardón al que puede aspirar una escritora, un escritor, el Premio Nobel de Literatura.

 

Inicié su descubrimiento a través de una de sus obras, convertida en best seller tras su nominación. Se trataba de “La vegetariana” con quien tuve mi primer contacto al observar un ejemplar agazapado entre otros libros en un pequeño anaquel, sobre una mesilla de un dormitorio familiar. Curiosa la presencia de aquel libro, entre ejemplares de autoayuda y crecimiento personal, su sugerente título me animó a extraerlo de su sitio y hojearlo.

 

No quise vencer la tentación de leer algunas líneas. Tras su lectura, supe que me encontraba frente a una de esas escritoras que dejan huella en la mente de sus lectores.

 

Devolví aquel ejemplar a su sitio, mas no tardé en buscarlo en una biblioteca pública. Sabía de su presencia en los expositores más privilegiados de todas las librerías, pero soy de los que pienso que deberíamos mantener vivo el valor de las bibliotecas, esos espacios públicos llenos de vida, de emociones y sentimientos, que abren puertas y ventanas a infinidad de mundos, sin prejuicio alguno de clases, género o nivel económico, entre otras etiquetas y lastres que muchas veces, desafortunadamente -amplío el problema a  museos, conciertos, teatro, centros de interpretación…-, relegan una buena parte de la cultura y el conocimiento al poder monetario de unos pocos.

 

El que tenía ahora en mis manos había sido leído cientos de veces. Me sentaba bien sentirlo manoseado, el pensar que decenas de ojos habían explorado antes aquel texto, habían olfateado aquella pieza rara de la literatura actual, se habían sumergido en un mundo literario -no les parezca extraña la siguiente aseveración pues siempre el tiempo disponible es inferior al necesario para disfrutar al máximo de mi pasión por la lectura-, aún desconocido para mí.

 

Luego, inmerso en el placer del escenario escogido para su lectura, unas veces las solitarias rocas de una playa, otras bajo el embrujo de los salutíferos aromas de pinos canarios en cualquiera de las cumbres insulares, disfruté el libro con tal intensidad que, aún ahora, frente al ordenador, deseo volver a él, corroborar que fue cierto lo leído y ser capaz de ponerme, una vez más, en la piel de su autora y ratificar su figura dentro del reducido elenco de escritoras/es que configuran mi particular Parnaso literario.

 

“La vegetariana” es mucho más que la narración de un drástico comportamiento relacionado con la alimentación. Es mucho más que una justificación moral, sanitaria, espiritual que dan sentido al radical cambio en los hábitos alimenticios de uno de los personajes definidos de un modo tan extraordinario, tan real su presencia que en la mirada del lector, uno tiene la sensación de haberse convertido en auténtico “voyeur”, Yeonghye se muestra sin pudor alguno frente a sus ojos -en este caso los míos-, ávidos de saber, de conocer, de sentir, de amar.

 

“Entonces él se dio cuenta de qué era lo que le había impactado tanto cuando ella se tendió sobre la sábana al principio. Era un cuerpo exento de deseo y paradójicamente era también el bello cuerpo de una mujer joven. De esa contradicción emananaba una fuente de fugacidad, una fugacidad extraña y sólida. La luz del sol se diseminaba a través del ventanal como en infinitos granos de arena y, aunque no fuera perceptible a la vista, la belleza de ese cuerpo también se estaba desmoronando como arena pulverizada…”

 

Han Kang es una maestra en el arte de plasmar la belleza, velándola. Describe el proceso creativo del arte en la atormentada mente del artista, en su insatisfacción permanente bajo la quimera de lo supremo, lo soberbio, lo imposible de encontrar. Y lo narra al tiempo que narra lo cotidiano, lo aburrido, lo plano y neutro que ocurre, sin mayor sobresalto, en la vida de la mayoría de los seres humanos.

 

Esta inmersión en la búsqueda de la belleza y el hecho artístico, dentro de la cotidianidad de una sociedad tradicional, costumbrista y sumisa, la hace única. 

 

“En medio del silencio absoluto, una exaltación radiante que no había experimentado jamás en toda su vida se derramó desde algún rincón desconocido de su cuerpo y se concentró en la punta de su pincel. Deseaba prolongar indefinidamente ese placer. Como la luz la iluminaba solo hasta el cuello, su rostro en la sombra parecía el de una persona dormida, pero debido al ligero temblor que percibía cada vez que el pincel tocaba la cara interna de los muslos, sabía que estaba despierta.”

 

Es Han Kang un canto a la belleza pura, a la libertad del individuo, aunque este planteamiento suponga el rechazo social y la reclusión fuera de esta sociedad.

 

La segunda obra leída no es menos inquietante. Para mí supone un modo de atrapar al lector que me atrae pues lo sumerge en una continua y profunda reflexión. “Imposible decir adiós”, galardonada con el Médicis Étranger, comienza así:

 

“Caía una nieve rala.

La llanura en que me encontraba lindaba con una colina, sobre cuya ladera había plantados miles de troncos negros.

 

Gruesos como durmientes de ferrocarril, todos tenían alturas distintas, como personas de diferentes edades. Sin embargo, no eran rectos como durmientes, sino ligeramente ladeados y curvos, como miles de hombres, mujeres y niños escuálidos andando cabizbajos bajo la nieve.”

 

Palabras más que suficientes para generar una interrogante en nuestra mente, para intentar saber de qué va el personaje que narra, qué observa, qué siente.

 

Es Han Kang escritora de personajes atormentados, pero tras esa fachada de derrotismo, de remontes personales imposibles, florece la belleza, una locura subjetiva pues sólo pertenece al lector tal pensamiento. En ellos hay belleza en la fragilidad, hay fortaleza en sus decisiones, hay enormes e inabordables ganas de vivir.

 

Una curiosidad siento al leer a Han Kang y es esa obsesión tan personal por la nieve:

 

“!Qué extraña es la nieve! ¿Cómo puede caer algo así del cielo?”

 

No falta la nieve en sus textos como no falta en los del escritor turco Orhan Pamuk que les he acercado no hace mucho tiempo. Pero el tratamiento no es el mismo. En Orhan es música, es escenario natural de sus tierras otomanas. La nieve acompaña desde la amabilidad de un encuentro deseado. En Han Kang la nieve es sorpresiva, cristalina y dura. Describe la vida con aristas y predispone su presencia a una mayor dureza en la vida de sus personajes. Metafóricamente, leyendo desde la emoción de las palabras escritas, la nieve en Han Kang es fría y cortante, mientras que la nieve en Orhan Pamuk es cálida y agradable.

 

Pero el virtuosismo en el lenguaje metafórico que utiliza las escritora al referirse a ella es sencillamente genial.

 

“Al principio pensé que eran pájaros, cientos de miles de pájaros de plumas blancas que volaban sobre la línea del horizonte.

 

Pero no, no eran aves. Eran nubes cargadas de nieve que el viento dispersaba sobre el mar. Los rayos de sol se colaban entre los resquicios nubosos y hacían brillar los copos. El resplandor se multiplicaba al reflejarse en la superficie del agua y creaba la ilusión de una bandada de pájaros blancos, alargada y brillante, sobrevolando el mar.” 

 

Esta novela cargada de tanta belleza y emoción, es el texto más maravilloso que he leído sobre la amistad. Una amistad sin medida, una amistad eterna, una entrega absoluta, un canto al amor en el más amplio sentido de este término, ensalzado muchas veces, ninguneado muchas más.

 

“Algunas noches veía la luna resplandeciendo en el cielo y las hojas de los camelios que brillaban lustrosas bajo su resplandor; de madrugada, veía grupos de corzos o gatos salvajes recorriendo el camino que lleva al pueblo; cuando caía una tormenta, veía los curso nuevos de agua que afluían a este arroyo; y tambien veía cómo el bosque de bambúes y los camelios medio calcinados por el fuego volvían a crecer frondosos”

 

No tarden en acudir a una librería o diríjanse a una biblioteca; a la escritora Han Kang es imposible decirle adiós.

 

José Manuel Espiño Meilán, amante de los caminos y de la vida. Lector empedernido, escritor y educador ambiental.

 

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