
La actual ola política ultraconservadora que recorre Occidente ha construido un discurso sobre su modelo de civilización que pretende anclar en la Grecia clásica, la Roma imperial y el Cristianismo. Esta tríada es presentada en términos de un legado histórico y cultural que está amenazado y que debe ser restaurado para combatir la decadencia moral, el multiculturalismo y el cosmopolitismo que, según argumentan, corroen las naciones occidentales.
Obviamente, los promotores de la nueva derecha reaccionaria no apelan a la totalidad histórica de estas épocas, sino a una selección interesada de parte de sus elementos, convenientemente idealizados y reinterpretados para que puedan servir a su agenda política. Así, en la invocación de la Grecia clásica el énfasis se centra en privilegiar un modelo de orden social “espartano”, jerárquico y militarista para fundamentar una concepción de la ciudadanía basada en una "comunidad de sangre y tierra" y en la defensa de sus fronteras contra el "bárbaro". Todo ello con el fin de justificar sus políticas migratorias restrictivas y criticar realidad multicultural de las sociedades contemporáneas.
De la Roma imperial se rescata la idea de la Pax romana basada en un poder centralizado y fuerte capaz de imponer el orden y la ley a través de un extenso territorio. También las virtudes beligerantes y el culto por los ancestros de la tradición romana son promocionados como garantes de su estabilidad, grandeza y duración. Con estas sesgadas visiones lo que se pretende es reivindicar el Estado autoritario, a menudo personificado en un líder dictador, y el retorno a los valores tradicionales.
Finalmente, el cristianismo es presentado como el marco moral común de la identidad cultural europea y occidental, reinterpretando la historia de Occidente como el conflicto civilizatorio de la cristiandad frente a otros credos. Y estos pretendidos "valores judeocristianos" se invocan en oposición a los principios seculares y de igualdad radical provenientes de la Ilustración y de los movimientos políticos democratizantes que han posibilitado las actuales sociedades abiertas y plurales.
La selección de elementos realizada por la ultraderecha es, ante todo, un acto falaz de anacronismo y de descontextualización interesada de la complejidad y contradicciones de esas épocas históricas. Y así lo pone en evidencia la crítica histórica y el análisissociológico. De hecho, las polis de la Grecia clásica -incluida la oligárquica “democracia ateniense”- eran fuertemente jerárquicas, extremadamente masculinistas y brutalmente represivas ya que se sostenían explotando una vasta población de personas esclavizadas. También el clasismo, el patriarcalismo y el esclavismo caracterizaban a la Roma imperial. No obstante, socialmente no era ni racial ni culturalmente "pura", pues la ciudadanía romana no era un concepto étnico, sino legal y político, concebido estratégicamente para garantizar la lealtad y la administración de su vasto imperio.
Así mismo, la apropiación del cristianismo como un marcador de identidad cultural y nacionalista entra en conflicto directo con la sanguinolenta historia europea de luchas intestinas de religión y de cismas de ruptura del dogma. Y, aun con sus trasnochados elitismo y antifeminismo, los principios teológicos cristianos, que, al menos en el Libro,son de carácter universalista y basados en la compasión con los pobres y los marginados, también chocan con el discurso reaccionario de odio al extranjero, de justificación de la desigualdad social y de exaltación de la violencia.
Por lo que, manipulaciones aparte, el modelo civilizatorio que propone la ultraderecha es, así mismo, intrínsecamente antidemocrático, pues se opone al principio fundamental de la igualdad de toda la ciudadanía ante la ley, a la deliberación y debate públicos, al consenso y a la protección de las minorías, rechazando el reconocimiento y la coexistencia legítima de diferentes valores, creencias y formas de vida en una misma sociedad.
Tras los discursos supuestamente edulcorados de Giorgia Meloni o recios de Santiago Abascal se esconde la misma peste: un ultra autoritarismo que, como siempre, se disfraza de rigor moral y va a la caza de incautos e irresponsables entre la ciudadanía para conseguir implantar la supremacía irrestricta de los poderosos a los que sirven, mediante la opresión y la explotación de los pueblos a los que, hipócritamente, dicen defender. Este es un reaccionarismo extremo que se ha acrecentado en las últimas décadas gracias a los continuados incumplimientos democráticos y las corruptelas políticas de los partidos pretendidamente moderados que llevan turnándose en el poder. Por lo que no cabe la tolerancia con sus promotores, ni la complacencia con sus facilitadores.
Xavier Aparici es filósofo y experto en gobernanza y participación.
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