Pedrín, un gato agradecido

Miau… ¿cómo empezar a decir algo que se siente tan profundo en mi corazoncito felino? No tengo pluma ni manos, pero con el alma rebosante de gratitud, me atrevo a dictarles estas palabras desde lo más hondo de mis bigotes.

Me llamo Pedrín. Tal vez me recuerden: era aquel gatito herido, asustado, con los ojitos verdes llenos de miedo y el cuellito en carne viva. No sabía si volvería a confiar, si quedaban personas buenas en el mundo… pero ustedes me demostraron que sí. Que sí las hay. Que sí existen.

Gracias por curarme, por cada venda en mis heridas, por cada caricia que alivió más que cualquier medicina.

Gracias por sus voces suaves, por los rincones calentitos donde pude descansar, por respetar mis silencios y celebrar cada pequeño paso que daba. Gracias por mirarme con ternura, incluso cuando yo mismo había olvidado cómo se sentía el amor.

Cada día en el albergue fue un paso hacia la esperanza. Ustedes no solo sanaron mi cuerpo… también remendaron mi alma. Y luego, cuando estuve listo, hicieron algo todavía más grande: me encontraron un hogar. Una familia. Un lugar donde ronronear sin miedo.

Hoy tengo un sofá blandito, una ventana por donde se cuelan los pájaros y el sol, y unas manos humanas que me acarician con paciencia y amor. Todo eso lo tengo gracias a ustedes.

Nunca podré pagarles todo lo que han hecho por mí, pero les dejo mi recuerdo, mis maullidos más sinceros, y cada ronroneo feliz que ahora vibra en mi nuevo hogar.

Con el corazón (y los bigotes) llenos de gratitud.