
La historia no es un relato plano ni una secuencia de héroes y villanos. Es una construcción compleja hecha de personas, decisiones, conflictos y contextos que nos han traído hasta el presente. En ese sentido, rendir homenaje al onubense Cristóbal García del Castillo —fundador de Telde e impulsor de la Basílica de San Juan Bautista— es también un acto de reconocimiento a una etapa fundacional del municipio, a los hombres y mujeres que, con su trabajo, sus ideas y sus estructuras sociales, dieron forma al territorio que hoy habitamos.
García del Castillo, como otros protagonistas de su tiempo, encarna la expansión del modelo europeo en Canarias en el siglo XV, una avanzadilla de lo que se ha dado en llamar la primera globalización impulsada por el imperio hispano. Fue empresario, mecenas, urbanista y figura clave en el ordenamiento de la nueva ciudad tras la conquista. Desde nuestra mirada actual, no cabe duda de que su época estuvo marcada por procesos de sometimiento, desigualdad y explotación. Pero reducirlo solo a eso sería negar su papel como motor de transformación económica, social y cultural en una etapa decisiva para la historia insular.
Telde nació como una urbe nueva sobre una tierra antigua, y ese cruce de historias —aborigen, europea, mestiza— forma parte esencial de nuestra identidad. Somos producto de un mestizaje histórico que no puede ignorarse. Prueba de ello es que, a escasos metros de la casa donde se descubrió el pasado lunes la placa en honor a García del Castillo, se alza una escultura majestuosa en bronce, obra de Luis Arencibia, dedicada a los faycanes, líderes espirituales del mundo indígena. Ambas expresiones, en su coexistencia simbólica, revelan una ciudad que no niega sus contradicciones, sino que las abraza para entenderse mejor.
El trazado urbano, la basílica, el sistema de riegos, los retablos gótico-flamenco y de pincel, las relaciones comerciales y la arquitectura de San Juan son legado tangible de aquellos años. No se trata de ensalzar sin matices, sino de comprender y asumir que somos herederos de un pasado que debe estudiarse con rigor, no con resentimiento, desconocimiento supino o con análisis que pecan de una perspectiva reduccionista de la historia.
Honrar la memoria de figuras históricas como Cristóbal del Castillo o de los Faycanes de Telde no implica justificar los errores de sus épocas, sino integrar su papel dentro de una narrativa completa y madura.
La historia, para ser útil, debe recordar sin borrar, explicar sin simplificar y conectar con las raíces de una ciudad que no puede explicarse sin sus orígenes. Lo que ocurrió el pasado lunes en la Plaza de San Juan no fue un olvido: fue un recordatorio de que Telde tiene una historia profunda y entrelazada, y no debemos renegar de ella, sino aprender a mirarla con los ojos abiertos.
Carmelo J. Ojeda Rodríguez es catedrático de Geografía e Historia. Fue redactor durante 20 años de Canarias7 en Telde, posee un Máster en Comunicación y Periodismo Digital y es director de TELDEACTUALIDAD y VALSEQUILLOACTUALIDAD.
Mars | Lunes, 23 de Junio de 2025 a las 10:04:22 horas
Su artículo, Sr. Ojeda, plantea algo que, en principio, suena sensato: que la historia es compleja, que no hay que simplificar ni caer en buenos y malos, y que debemos mirar nuestro pasado con madurez. Hasta ahí, de acuerdo.
Pero cuando se rasca un poco más, el texto empieza a chirriar. Se nota demasiado el intento de quedar bien con todos, de hacer equilibrios con temas que no admiten tantos paños calientes. Por ejemplo, se homenajea a Cristóbal García del Castillo como “fundador” de Telde, urbanista, mecenas y empresario. Se reconoce, sí, que en su época hubo sometimiento y desigualdad, pero se pasa por encima de todo eso rápido, como si fuese un detalle incómodo que conviene mencionar solo de paso.
Y claro, eso deja mal sabor. Porque no se puede hablar del mestizaje como si fuera una fusión cultural simpática y sin conflictos. En Canarias, ese mestizaje vino acompañado de conquistas, imposiciones, desaparición de culturas y mucho dolor. Disfrazarlo con palabras bonitas es, en el fondo, blanquear una parte de la historia que hay que mirar sin miedo.
Otra cosa que llama la atención es ese ejemplo de “coexistencia simbólica” entre la estatua de los faycanes y la placa a García del Castillo. Como si por poner ambas cosas tan cercanas la una de la otra ya se hubiese hecho justicia histórica. ¿De verdad creemos que eso basta? ¿Que con una escultura y una placa ya hemos equilibrado el relato? Es como si su artículo nos dijera: “No pasa nada, todo forma parte de nuestra historia”. Pues sí pasa, y no todo vale lo mismo.
Resulta curioso cómo se critica a quienes hacen “lecturas reduccionistas” de la historia, pero sin mencionar nombres, argumentos ni ejemplos. ¿A quién se refiere exactamente? ¿Qué visiones está combatiendo? Así, al final, parece más una defensa del acto institucional del lunes que un análisis serio del pasado de Telde.
Sr. Ojeda, escribe Ud. bien, con oficio y con voluntad de hacer pensar, pero en este caso se queda en una versión cómoda, demasiado amable. Y la historia —si de verdad queremos honrarla— no puede contarse solo con lo que nos deja bien. Hay que contar también lo incómodo, lo injusto, lo doloroso, porque si no, más que recordar, lo que estamos haciendo es suavizar.
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