En el franquismo hubo corrupción, y mucha. No es solo cuestión de la democracia. Los ministros de la dictadura y las ‘familias’ del régimen (falangistas, carlistas, democratacristianos, integrantes del Opus Dei…) no solo se peleaban entre ellos por tener más cuota de poder sino que, también, algunos, construyeron auténticas riquezas. Recordemos el caso Matesa que estalló en 1969. Total, que en medio de la c
orrupción, cuando le iban con el recado o cuento al dictador, este miraba hacia otro lado. Simplemente, dejaba hacer; era la forma más segura de mantenerse en el poder: que los suyos se enriquecieran ilegalmente. Después de Francisco Franco, es Felipe González el personaje político (este un demócrata) que más poder e influencia ha tenido en España en el siglo XX.
Cuando González y Susana Díaz, entre otros, claman adelantar las elecciones, siendo conscientes o no, cuando menos perciben el temor sistémico. Dicho en plata, la corrupción que rodea a Pedro Sánchez no tiene ‘per se’ una alternancia bipartidista. Hace una década y algo más, si el PSOE o el PP tenían que ser castigados electoralmente porque habían cometido desfalcos, terrorismo de Estado o conductas irregulares, pasaba a gobernar el otro actor, fuese de centroizquierda o centroderecha. Eso hoy no concurre. Si cae Sánchez, nadie garantiza que Alberto Núñez Feijóo pueda gobernar sin más. Necesitaría de la ultraderecha. Y un Ejecutivo de coalición conformado por el PP y Vox, es dinamita de ruptura social y desgarro territorial.
Por tanto, se ha perdido el carácter centrípeto del sistema inaugurado en la Transición. Hay un intento de recuperar ese PSOE, es lo que denota las declaraciones últimas de González, Díaz, Alfonso Guerra, Eduardo Madina… Pero ese PSOE no existe, sucumbió con las primarias que entronaron a Sánchez. Y no hay visos de que retorne porque el mando en plaza en Ferraz de Sánchez rompió la tendencia de décadas. Supuso ir a otra pantalla.
Así las cosas, presunta corrupción al margen, el miedo sociológico de importantes sectores que votan socialista o popular, es que todos concuerdan en que late una crisis institucional de calado. Se otea un abismo. El mismo que motivó en las últimas jornadas de la campaña electoral del verano de 2023, que los catalanes y las mujeres se movilizaran y cogiesen la papeleta del PSOE por repudio a la ultraderecha. Feijóo no está en condiciones en 2025, ni a medio plazo, de decir que no tirará de Vox. Entre otras cosas, porque juega a la ambigüedad. El PP, de hecho, pactó en 2023 con la ultraderecha en diferentes comunidades autónomas y ayuntamientos. Mientras tanto, una panda de sinvergüenzas va a lo suyo y desgracian al país. Pero en el presente, a diferencia de no hace mucho, no hay repuesto que comparta las reglas del sistema del 78. Una desgracia colectiva.
























jose | Domingo, 15 de Junio de 2025 a las 10:41:28 horas
y nadie habla de quitar las pagas vitalicias de los ministros y demás chupócteros que ya no están haciendo nada
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