
Para concluir con mis recuerdos, sino paranormales, si inexplicables para la capacidad de entendimiento de la mayoría del pueblo llano y sencillo y que, en el devenir de los años, han sido trasmitidos de generación en generación, por la piadosa tradición, y añado los que, he vivido o he sido testigo, en relación con el Cristo del Altar Mayor de Telde.
Desde mi más tierna infancia, oí de mis mayores, lo que fue la Aparición de la Venerada Imagen del Cristo Crucificado, en las bravas aguas de la costa de Bocabarranco, desembocadura del Barranco Real de Telde.
Se cree que, el barco que lo trasportaba a Europa, desde las lejanas tierras Americanas, naufragó por un temporal cerca de la costa y que, un grupo de esclavos, que viajaban en el mismo, utilizó la gran caja de madera que lo albergaba, como balsa de salvación y al llegar a tierra firme, lo celebraron con hogueras, bailes y canticos de alegría, al haber salvado la vida, más aún, cuando descubrieron su contenido al que, adoraron y veneraron.
No obstante, la piadosa tradición que, hasta mis oídos ha llegado, es bastante diferente.
Durante días, los pescadores y pastores que habitaban o pasaban por la zona, “oían cánticos y música celestial” que emanaban de una enorme caja de madera, depositada por las olas sobre aquellos peñascos que, incluso, desprendía destellos luminosos.
Recuperados del asombro que produjo en sus sencillas y monótonas vidas, deciden trasladarse a Telde e informar a las Autoridades Civiles y Religiosas lo que, para ellos, era inexplicable y sobrenatural.
No fueron bien recibidos y su información fue puesta en duda. Ante su insistencia, transcurrieron hasta dos días, para que las autoridades se decidan a visitar la zona y comprobar la veracidad del hallazgo. Llegada la comitiva a la zona y con gran estupor por lo que ante sus ojos aparece, a prudente distancia, se reúnen para tomar la mejor decisión. Son varias, los más temerosos, proponen que de alguna manera, por las barcas de los pescadores, la caja se amarre y arrastre, mar adentro, acabando a así con lo que parecía brujería o algo demoniaco. Otros, consideran más sensato sacarla de aquellos riscos y una vez en tierra firme comprobar su contenido, pero el problema estaba en quien, voluntariamente, fuese capaz de acercarse para sacarla de su ubicación y harían falta muchas personas por su volumen, e incluso, se desconocía su peso y, para algunos, la caja estaba encantada y podía traer grandes males o peligros a quienes la tocase.
Reunidas las Autoridades Civiles y Eclesiásticas, se decide nombrar a un grupo de empleados municipales que, previa Bendición en Auto de Fe e invocación al Todopoderoso, por el Párroco de San Juan, protegidos por Escapularios y Detentes, amarren y tiren de la descomunal caja hasta tierra llana y firme.
A la mañana siguiente, con la Cruz Alzada desde la Parroquia de San Juan, acompañada por el Párroco, Acólitos, Sr. Alcalde, miembros de la Corporación, Policía, obreros designados y vecinos, al que se iban uniendo, los de barrios y caseríos por los que la comitiva iba pasando, inician barranco abajo, por veredas y caminos, un peregrinaje para rescatar y desentrañar el misterio de lo que ya embargaba y sobrecogía a la población de Telde.
Llegados al lugar y tras no pocas bendiciones, plegarias y hasta conjuros, se designan a los empleados municipales para que, rodeando la destellante y sonora caja, sea amarrada y tirar de ella, hasta depositarla en lugar llano y accesible.
Los valerosos y protegidos empleados, aun temiendo por sus vidas, familias y propiedades, enfrentándose a lo desconocido, logran rodearla con sogas y ayudados por los presentes, tiran hacía tierra. Su asombro aumento cuando comprobaron que el peso era mínimo, casi flotaban en el aire. Al mismo tiempo, cesaban los canticos, música y destellos luminosos.
Repuestos del nuevo misterio, en medio de un profundo silencio, donde solo se oía el bramar del oleaje al estallar contra las rocas, nuevas bendiciones y protecciones a los arriesgados empleados, deciden abrirla.
Tras arduos esfuerzos, con las rudimentarias herramientas de que disponían, logran destapar la piramidal caja, apareciendo ante los atónitos, incrédulos y asombrados presentes, en todo su esplendor, la Imagen de un Cristo Crucificado.
La contemplación de la Imagen hacer caer de hinojos a todos los presentes en actitud de Adoración y Veneración.
Repuestos, en parte, del insólito descubrimiento es, el Párroco de San Juan, quien toma el mando de la situación. Reza, Bendice y Ofrece, al Cristo Yacente, su vida y la de los presentes, pidiéndole iluminación para saber que hacer a partir de aquel momento. Todos quieren tocar la Imagen, algunos dicen haber sanado de sus males con solo haberse acercado.
Pasan las horas y, tras varias propuestas, se decide habilitar una carreta tirada por una yunta de toros que, barranco arriba, llegar hasta Telde y luego, por carretera, llevarlo hasta la Catedral de Santa Ana en Las Palmas. Al mismo tiempo, se comisiona a un emisario para que, informase al Sr. Obispo, del hallazgo, la intención de llevarlo a la Catedral y de que el pueblo ya lo consideraba, un Milagro.
Lentamente, sobre la carreta lo mejor acondicionada que se pudo, se inicia una procesión, barranco arriba en dirección a Telde, llegando al atardecer lo que, hacía inviable continuar hacia la Capital. La opinión generalizada fue que, pernoctara en el atrio de la Iglesia de San Juan y, con el nuevo amanecer reanudar el camino.
Durante la tarde/noche y el amanecer, el pueblo de Telde, en presencia masiva, venera y acompaña al Crucificado y, con sus plegarias, le instan a protección y ayuda de por vida.
El nuevo día, con un amanecer de sol radiante y cielo de azul intenso, después de la celebración de la Santa Misa y de cuantos Actos Sacramentales se le ocurrieron al Cura Párroco, sobre la carreta en que había llegado, se inicia la procesión hacia la Capital. Al frente el Párroco, revestido con capa y bonete, Acólitos con Cruz Alzada, Ciriales e Incensarios, seguidos de numerosos fieles.
La salida con el repicar de campanas, las lágrimas, de los que se quedaban, y la alegría, de los que acompañaban, entre rezos de interminables rosarios, jaculatorias, etc. se inicia el peregrinaje hacia la Capital.
Desde la Plaza de San Juan, bajando por El Finollo, hasta alcanzar la orilla sur del Barranco Real y cruzando este, todo fue normal y fluido, pero al subir la pequeña pendiente del lateral norte, de improviso, el peso aumento y la yunta apenas podía hacer avanzar la carreta. Llegando al punto, desde donde partía el camino hacia el Valle de San Roque, queda totalmente inamovible y por mucho que se estimulase a los animales, estos no logran que se avance. (Recuerdo los comentarios de mi Abuelo Materno, D. Antonio María Rivero Alzola, que dedicó toda su vida a la ganadería y a la agricultura, decir que, “una yunta de toros, bien enyugada, cuando se plantan, bajan la cabeza, al levantarla, lo que no muevan, no existe fuerza que lo haga”. Por aquel entonces no se conocían las grúas autotransportadas.)
Se pensó que, los animales, al no haber dormido en sus alpendes habituales, estaban cansados y por ganaderos presentes se ofrecieron, nuevos animales para sustituirlos, incluso, se llegó a poner, dos yuntas para salir de la zona. Los peregrinos, se unieron y arrimaron el hombro y, ni aun así, la carreta se movía.
Ante este nuevo reto, hubo opiniones de todo tipo, quizás la más generalizada fue la de que, al estar cerca de las Cuevas de Cendro, donde vivían los Zahorines, estos impedían el paso por lo que se recomendaba buscar una vía alternativa. Se optó por la más lógica, comprobar si dando la vuelta a la carreta esta se movía y devolver la Imagen a la Iglesia de San Juan, en espera de una mejor solución en días sucesivos, previos a nuevos actos de desagravio.
Dando la vuelta, la carreta quedó libre de aquella fuerza invisible que le impedía avanzar, volviendo a la Iglesia de San Juan sin ningún contratiempo, por lo que se llegó a la conclusión de que, la Imagen del Cristo Crucificado, deseaba quedarse en Telde y no el ir a la Catedral de Santa Ana.
Rápidamente se levantó un Altar y sacando la Imagen de la caja en que había llegado, fue izado en el mismo, para lo cual, todos los intervinientes, tuvieron que confesar, comulgar y recibir las bendiciones preceptivas.
Por el Párroco se ordenó desmontar, cuidadosamente, la trapezoidal caja de maderas rojas, casi negras, podían ser de caoba o morera, y guardarlas adecuadamente por considerarlas reliquias que habían trasportado la Imagen del Crucificado hasta estas ínsulas. Muchos años después, se utilizaron para hacerle un habitáculo de protección al trono del Santo Sepulcro. Hoy, no se cual ha sido su destino.
Informado el Sr. Obispo de estos nuevos acontecimientos, se desplazó hasta Telde para conocer, in-situ, los hechos. Comprobando la belleza, el valor artístico de la Imagen y la devoción que ya emanaba en la comunidad cristiana, no dudo en decir que, era digno de estar en Roma junto a S.S. El Papa, pero que su verdadero destino debía de ser, el Altar Central de la Catedral de Santa Ana en Las Palmas, donde toda la isla podría contemplar y venerar, a tan hermosa Imagen llegada desde el mar y que, ante posibles contratiempos él presideria la Procesión/traslado hasta la Capital.
Enterado el pueblo, de las intenciones del Sr. Obispo, se opuso frontalmente a un nuevo intento de traslado de la Imagen, llegando a hacer guardia, ante la puerta de la Iglesia, mientras estuvo en Telde.
Desde ese lejano día, su ubicación ha sido el Altar Mayor de la Iglesia de San Juan Bautista, hoy Basílica Menor, cuyo retablo flamenco, fue confeccionado con nicho superior central, exaltado a la Venerada Imagen.
Con el devenir de los años, muchos han sido lo secretos, las suplicas, las gracias y hasta el pedirle explicaciones por hechos inexplicables. Así, desde su alta hornacina, ha presidido la unión de ilusionadas parejas en el inicio de una nueva vida, ha visto a orgullosos padres en el bautizo de sus hijos, ha contemplado como, ojos inundados de lágrimas y gargantas sin poder articular palabra, atenazadas por el dolor, le miraban en busca de un porqué y consuelo, en la despedida de los seres amados.
En recientes investigaciones, en su restauración, sobre el origen de la Imagen se ha llegado a la conclusión de que, procede de los talleres del imaginero español Matías de La Cerda e Hijo Luís, en Pátzcuaro, Estado de Michoacán, Méjico, utilizando la técnica de moler el interior de las plantas de millo, palotes, y añadiendo la savia de determinadas plantas hasta conseguir la pasta con la que recubrir la armazón de madera hasta obtener el resultado final, todo ello refrendado y comprobado en, códigos y jeroglíficos, encontrados en la Imagen y que datan del siglo XVI, entre los años 1.550 y 1.555, datos que desmontan, muchas de las creencias que, la piadosa tradición nos había legado, como que era fruto del arte de los Indios Tarascos del país azteca.
El Pbro. Dr. D. Pedro Hernández Benitez, a la sazón, Párroco de la Iglesia de San Juan Bautista de Telde, en su extensa obra de investigación y literaria, describe numerosos episodios de hechos milagrosos que, la tradición le atribuye, acrecentado así su devoción y veneración aunque, no pocos, han quedado en el anonimato de quienes los han recibido.
Antiguamente, “Las Bajadas del Cristo,” desde su hornacina, eran muy esporádicas, quizás las dificultades manuales de la operación y la carencia de medios adecuados, entre otros, hacían inviable el descenso. Solo en determinados acontecimientos que afectaban a la vida cotidiana, a la población, etc., el Párroco de turno aceptaba organizarlas, previa consulta y autorización del Sr. Obispo. Tal es así que, incluso, llegaron a afectar a la Imagen por falta de limpieza periódicas.
En esas bajadas, tardías en el tiempo, eran todo un acontecimiento en la vida tranquila y sosegada del Telde de entonces. Antes de la bajadas, como preparación, durante la bajada con procesión incluida y posteriormente, en acción de gracias, hasta la subida, el pueblo se congregaba y participaba de forma masiva en los actos.
Los recorridos eran, casi siempre, los mismos. Partían de la Iglesia, c/ Vega Grande, La Placetilla, c/ Ldo. Calderín, P. de Marín y Cubas, c/ Doramas, actual c/ Los Sabandeños, c/ Julián Torón, c/ León y Castillo y Plaza de San Juan. No obstante ante grandes sequías, guerras o en las celebraciones de Misiones, para reafirmar la pureza de los principios fundamentales de la Religión Católica, impartidas por Predicadores llegados de fuera de la isla, estos recorridos procesionales, eran modificados y, así en las grandes sequías, a la Imagen se le mostraba la desolación de los campos teldenses. Para ello se procesionaba por la c/ Los Baluartes, hoy Pérez Galdós, la actual Avda. de La Constitución y por la c/ Ruíz hasta avistar la zona de El Caracol y Las Medianías. Aquí en Autos de Fe se le pedía que, mitigase, con la llegada de la lluvia, la sed de los campos. Terminada la ceremonia, volvía a iniciarse el recorrido procesional, esta vez por la c/ Gago Couthino, c/ Oriente, hasta llegar a la Plaza de Arauz, actual Parque de Franchy Roca y por las c/ Congreso y Santo Domingo llegar a la orilla del Barranco Real, desde donde se divisaba toda la cordillera central de la isla. Aquí nuevos Actos de Fe y Rogativas, pidiendo la llegada de la imprescindible lluvia. Terminado esta nueva Imploración de solicitud de la deseada lluvia, se reanudaba el cortejo procesional, ahora por las c/ Lepanto, Roque y León y Castillo, hasta la Iglesia de San Juan.
Era significativo que, en estos recorridos procesionales, se evitase pasar por delante o, incluso, entrar en la Iglesia de San Gregorio. Se decía que el trono que trasportaba la Imagen, era de peana fija, no como el actual que modifica la altura, y no entraba por el atrio de la Iglesia, aunque la verdad era la enemistad manifiesta, entre los dos Párrocos, por cuestiones de competencias y por ende económicas.
Estos actos procesionales tenían otro atractivo, era “el cambio de color que, se decía, experimentaba la Imagen” cuando llegaba al límite entre San Juan y San Gregorio. Así en la zona conocida como El Molinillo, final de la c/ Pérez Galdós, Los Baluartes, y el principio de la actual Avda. de La Constitución, los fieles y acompañantes, se congregaba para ver, “in-situ,” la transformación que experimentaba la Imagen. Se afirmaba que su color cambiaba a más obscuro, terroso, incluso sus facciones pasaban a ser más duras, como si estuviese contrariado. Explicaciones, las más variadas, la incidencia de la luz, el reflejo de la vegetación circundante, plataneras y palmeras entre otros, aunque en la Comunidad Cristiana era la de, el deseo del Todopoderoso, en no abandonar los límites de la Parroquia de San Juan Bautista.
En una de esas Bajadas motivada por una pertinaz y prolongada sequía en todas las islas, cuyo resultado había sido el éxodo de la población de sus lugares de origen a otros con más futuro, incluso, a América, entre finales del Siglo XIX y principios del XX, según me contaron, en el año 1.905, durante el recorrido procesional habitual, se le mostró los secos y desolados campos y, entre lágrimas, plegarias y suplicas, se imploró por la llega de las beneficiosas lluvias. Cuando la Imagen llegó a las márgenes del Barranco Real en Los Ríos, San José de Las Longueras, se dijo que, un panadero que vivía en la zona, al ver la comitiva exclamó, “el agua que va a traer, Ese, me la pasan por mi casa.”
En días sucesivos, en las inmediaciones de Canarias, se formó una borrasca tropical que descargo con gran fuerza, lluvias torrenciales con aparato eléctrico, sobre todo el Archipiélago. Los barrancos se desbordaron. Hubo inundaciones y grandes desperfectos en la escasa red viaria, en viviendas y en fincas cercanas a los causes. La magnitud de la tormenta fue tal que, las aguas, se llevaron casas y animales, también arrancaron arboles de gran porte. Uno de ellos, un eucaliptus, tapono con sus ramas el conocido como, Puente de la Máquina del Azúcar, en el inicio de la carretera comarcal a Valsequillo, llegando a rendirlo por lo que, en fechas posteriores, hubo que hacer otro bajo el existente. Muchas personas aseguraban haber tocado con la mano el agua desde la carretera.
Se dijo que, la vivienda del incrédulo panadero, fue arrasada por las turbias y bravas aguas.
En las últimas Misiones, dadas por RRPP Jesuitas, a principios de los años sesenta del Siglo pasado, se volvió a Bajar al Cristo, después de muchos años sin hacerlo. La anterior había sido al finalizar la Contienda española y europea. Este acontecimiento religioso, lo viví muy de cerca por la edad, por la tradición y sentimientos que emanaban de la educación que, desde niño, había recibido en el seno familiar. Esta vez, aparte de Pláticas y Novenas, antes y después del día elegido, también se organizó el correspondiente recorrido procesional habitual por las calles de Telde. Aquí, cuando se les mostro los campos de la zona de El Caracol y de Las Medianías, la afluencia de fieles y acompañantes era masiva, multitudinaria. Ya desde que la Imagen había traspasado la línea, entre San Juan y San Gregorio, (Acequia Real de la Heredad en la zona del Molinillo), la presencia de los habitantes de la parte alta de Telde eran mayoría, no en vano, los canticos, rezos y suplicas que desde San Juna le acompañaban, “Perdona a Tú Pueblo Señor”, interminables Rosarios, etc., se iban sustituyendo por Vivas al Cristo Crucificado, a Cristo Rey, aplausos, algún que otro volador y canticos más acordes con su carácter alegre y espontaneo, horrorizando e indignado a los más tradicionalistas de la parte de San Juan que, no compartían su actitud festiva en una Procesión que tradicionalmente era penitencial. Se siguió por la c/ Oriente, derivando por la c/ Ramón y Cajal hasta la zona de Arauz. En dicha calle, en su intersección con la del Dr. José Melian Rodríguez, existía en primera planta, un almacén de empaquetado de tomates de la firma D. Diego Betancor. Aquí la afluencia de fieles y acompañantes era tal que impedía el avance normal. En un determinado momento, un grupo de vecinos, se acercan a los RRMM y al Párroco de San Juan y les piden, les ruegan que, la Imagen pernocte entre ellos, dando como lugar más apropiado el almacén, donde ellos pasaban los días y noches trabajando para mantener a sus familias. Hubo deliberación entre Misioneros, con mente más abierta, y el Párroco de San Juan más tradicionalista y conservador que no aceptaba que la Imagen quedase, una noche, fuera de la Parroquia. Al final fue convencido, posiblemente pidió autorización al Obispado, y se accedió a la insólita petición. Se pidió y exigió que, por un grupo de vecinos, se diesen garantías de protección y respeto a la Imagen. Rápidamente, por voluntarios/as se formó un grupo que juraron, ante la Imagen, defender y protegerlo con sus vidas.
De inmediato, se procedió a apilar las mesas de empaquetado y con gran destreza se formó un catafalco, esta vez en blanco, inclinado, con las cajas de tomates y tablones de las mesas, recubiertas de mantas y sábanas aportadas por el vecindario y que luego fueron guardadas como reliquias por las personas que las aportaron.
Con sorpresa y hasta con horror de los más consevadores fieles/acompañantes de, la zona de San Juan, la Imagen se bajó del trono y entre vivas, gritos de alegría y muchos aplausos, por rudas manos de curtidos hombres del sector del tomate y vecinos, fue cuidadosamente introducida en el almacén y colocada sobre el inclinado catafalco a modo de altar, pues la altura interior no permitía su colocación en vertical. Por los vecinos se aportó flores, plantas y muchas velas que, junto a objetos artesanales, iluminaban y decoraban el improvisado altar. Al unísono se organizó un turno de personas que custodiaran y protegieran la Imagen.
El acceso pronto se colapsó por la asistencia masiva de fieles y vecinos, ávidos de estar junto al Crucificado, tocar sus Pies o la base de la Cruz.
No fueron pocas las personas que mostraron su agradecimiento a Misioneros y al Párroco de San Juan, llegando incluso hasta el besarle las manos, como agradecimiento a la decisión que habían tomado de dejar que pernoctase el Cristo entre ellos.
Yo fui una de las personas que asistí a aquellos inusuales actos y conocí el testimonio verbal de una Sra. que vivía en c/ Oriente, hoy su hija vive en la zona de La Placetilla en San Juan, que decía haber pasado toda la noche junto al Cristo Yacente y, “había visto llorar a la Imagen y que ella le había secado las lágrimas con su pañuelo”. Pañuelo que guardaba junto a su corazón y mostraba, rogando a sus familiares que, con él le tapasen la cara el día de su muerte, como era tradición en la época.
La noche fue larga y concurrida donde se alternaron momentos de recogimiento y penitencia, de rezos de Rosarios colectivos y otros de euforia y alegría. Vivas a Cristo Rey, aplausos, muchos aplausos y algún que otro volador en las inmediaciones. Se le canto Isas, Folias, Malagueñas y, cuantas canciones se le iban ocurriendo a los asistentes. Recuerdo, ya entrada la noche oír entonar la canción del folklore mejicano “De Piedra Será la Cama,” que horrorizó a los más tradicionalistas, por lo inapropiado del momento, pero que ellos se justificaban afirmando que, durante muchas noches, la cantaban para despejar el sueño mientras trabajaban. Hubo quien habló con los Misioneros para que prohibiesen aquellas muestras de populismo que, reyaban con la falta de respeto. Estos, le quitaron importancia, por ser el sentir del pueblo llano y sencillo, que exteriorizaba su alegría y respeto, de la forma que mejor sabían.
Durante la noche y la mañana, Misioneros y Sacerdotes se prestaron a confesar, dentro del almacén, a cuantas personas así lo solicitaron.
A la mañana siguiente, con participación multitudinaria, se celebro la Santa Misa, concelebrada, y la Comunión fue casi total de los asistentes. Una vez concluida la ceremonia, se vuelve a colocar sobre el trono que había esperado en la calle y se reinicia el cortejo procesional. El recorrido es distinto a anteriores ocasiones, por las calles Mª Encarnación Navarro y Rivero Bethencourt, se llega hasta la fachada de la Iglesia de San Gregorio por la prolongación, hoy inexistente, de la calle Juan D. de La Fuente que separaba la Plaza de la Iglesia. Con todas sus puertas abiertas y repicando las campanas, sin entrar, se gira el Trono, para mostrarle su interior. Visita, a la que acude a darle la Bienvenida, el Párroco revestido, Acólitos y la Cruz Alzada. Aquí el Prior de los Misioneros desde el atrio de la Iglesia, da una breve pero, enardecida homilía, exaltando la influencia de la Religión en la unión y buena convivencia de los pueblos.
Terminado el acto, ya con menos fieles, se reinicia el cortejo procesional por las calles de Pedro de La Ascensión y Santo Domingo hasta llegar a orilla del Barranco Real, en la zona de Los Ríos, donde mostrando al Cristo toda la cordillera central de Gran Canaria, se implora la llegada de las beneficiosas y necesarias lluvias. A continuación se inicia la vuelta por la c/ Lepanto, se enlaza con la de El Roque y de aquí a la de León y Castillo hasta llegar a La Plaza de San Juan. Antes de la entrada en la Iglesia la Imagen se vuelve hacia el pueblo que, arrodillado, pide su Bendición y Protección, esta vez en silencio.
En días sucesivos, siempre dentro de la Iglesia, se celebraron innumerables actos religiosos que culminaban el Novenario donde, los Misioneros, daban enardecidas pláticas. Al final de dichos actos, de masiva concurrencia, se procede a devolver la Imagen al nicho superior del Altar Mayor, para lo que se volvió a utilizar las grandes escaleras de madera, empatadas entre sí con sogas, que para la ocasión prestaban los vecinos/pintores del Barrio de San Francisco, c/ Montañeta de San Francisco y de la c/ Vega Grande.
Lo más arriba descrito son recuerdos/conversaciones que, la Piadosa Tradición, hicieron llegar hasta mis oídos y otros que, en el Telde de mi juventud, tuve la oportunidad de vivir y participar en ellos. Hoy, en el primer cuarto del Siglo XXI, puede que sea inviable repetirlos y celebrarlos, amén de que, el pensamiento, el comportamiento de las nuevas generaciones, dista muy mucho, de la de cincuenta años atrás. Hoy, vivir pensando en “la otra vida”, sacrificando la presente, privándonos de los placeres que nos regala la presente, para tener un “asiento a la derecha del Creador,” casi es impensable. La vorágine de noticias, de acontecimientos, el paladeo del disfrute diario de las comodidades y placeres que nos da los nuevos tiempos, nos hace un tanto insensibles a pensar en un más allá que, será o no.
Puede que, en estos actuales momentos, donde todo se estudia, se compara demuestra, esté más justificado que nunca, el pensamiento del escritor, filosofo, psicólogo, etc. ruso Fiódor Dostoyvski, (1.821-1.881), cuando se preguntaba “no sé si Dios, creó al Hombre o, Dios, fue creado por él Hombre",
Antonio Santana Rivero es ciudadano de Telde.























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