Hace 25 años ETA asesinó a José Luis López de Lacalle, en Andoáin. Era un periodista. Entonces no había la digitalización de hoy, internet estaba en pañales, y su placer diario era acercarse a los quioscos a buscar la prensa. Una liturgia magnífica. Resulta que fue un defensor de la libertad, como cualquier periodista que se precie. Y fue un militante en diversas organizaciones. Primero, sufrió la represión de la dictadura franquista. Luego, la banda terrorista lo mató. Vamos, que siempre tuvo enemigos a la expresión de su palabra. Publicaba su columna en ‘El Mundo’. Y había estado mucho antes en las Comisiones Obreras de Euskadi; así como en el PCE en estas latitudes del norte peninsular.
Lo malo en 2025 es que la anestesia es creciente y pensamos que la libertad viene de antemano. Como si fuera el pan de cada amanecer que nos encontramos sin más en la puerta de casa. Cuando, lo cierto, es que lo tenemos gracias al esfuerzo del panadero; y, seguramente, también del de su mujer o pareja, pues la economía tiende a pensar que solo el trabajo del hombre que reluce es el que vale cuando detrás hay otra sinergias igual de importantes o más.
Por tanto, la democracia hay que cuidarla. Es una tarea cotidiana. Y si nadie lo hace, vienen los fantasmas. Los espectros de la sinrazón, de la barbarie, de la ignorancia… Los que sufrimos durante la larga dictadura franquista pero también al calor del pistolerismo. El dolor que causó ETA segó la vida de López de Lacalle como de muchos más.
Defender el Estado de Derecho, gozar de derechos fundamentales, asegurar la paz social, ostentar una Constitución vigente y efectiva, salvaguardar el Estado del Bienestar… son elementos estructurales que no han sido un regalo caído del cielo. En España como en los países de nuestro entorno fue fruto del avance democratizador ante los autoritarismos y totalitarismos. Y de estos solo nos salvamos nosotros mismos, coralmente, sumando denuncias colectivas y empeños individuales. El problema estriba en que hay que trasladarle el mensaje a las siguientes generaciones, para que no se difumine. El siglo XX tiene mucho que enseñarnos, nos arroja luz ante el presente que arrostramos. Y en medio de personalidades al alimón de una fama oceánica, hay actores (aparentemente) en segunda línea pero que hacen una gran labor. Este periodista nunca debió ser asesinado. Fue víctima del fanatismo.
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