
(A la memoria de Excma. Sra. doña María del Pino de León y Castillo y Manrique de Lara, IV Marquesa del Muni).
Aunque nuestros apreciados lectores ya han sido testigos de nuestra predilección por el tema que hasta aquí traemos, en el día de hoy; nunca está de más volver sobre nuestros pasos y reflexionar sobre las tradiciones. Éstas, en ocasiones, pueden llegar a ser volátiles o solubles. El viento y las aguas del tiempo pueden acabar con ellas, pues la memoria de los pueblos, a veces, es mucho más frágil de lo que se nos dice. La llamada modernidad, que no es tal, pues la existencia del pasado y la posible existencia del futuro, hacen siempre del presente un instante efímero.
La contemporaneidad de las más diversas situaciones y cosas hacen de la tradición cimientos sobre los que se edifican, un día y otro también, nuestro presente más inmediato.
Se ha dicho del ser humano que somos memoria y que muchas de nuestras actitudes y aptitudes son meras imitaciones de las que tuvieron aquellos que nos precedieron.
¿Qué es la cultura sino la seña de identidad de un pueblo o civilización? De ahí que hablemos de Cultura Grecolatina, Cultura Judaico-cristiana, Cultura Oriental (en este último caso unificando cientos de culturas, que no tienen en común sino sus coordenadas geográficas) Y así sucesivamente.
Llegado el mes de mayo, comienza la primavera, aunque los científicos le den principio días antes en pleno mes de abril. En Canarias, gracias a nuestro clima privilegiado o no, la floresta surge por doquier sin importar el mes y estación en el que se esté. Así, el Creador es tan generoso con nosotros que no nos priva de las más variadas flores a lo largo de los trescientos sesenta y cinco días del año. Ahora bien, como diría el escritor costumbrista Pancho Guerra por boca de su alter ego Pepito Monagas: Caballeros y caballeras, mayo siempre es mayo.
De acuerdo con ello recalemos en dos antiguas tradiciones, que iban camino de perderse en la vorágine del vanguardismo cultural en el que hace tiempo estamos inmersos. Aquel mismo que sepulta la tradición para levantar en su lugar monumentos a la nada. Los españoles en general y los canarios en particular, siempre estamos prestos a asumir como nuestras las tradiciones del mundo anglosajón y en menos cantidad la de otras culturas. Así, el tan cacareado como cursi Halloween es ya una celebración más, que se presenta con mayor o menor fuerza entre las diferentes clases sociales, so pena de los Borjas y Aranchas que en sus chalets de La Moraleja o Ciudad Jardín lo venían celebrando, desde hace medio siglo, creyéndose poseedores de una cultura tan chic como clasista.
En el mes de mayo, una tradición abarcaba sus treinta y un días. Nos referimos a los Altares de la Virgen, tanto los domésticos como los públicos (estos últimos realizados en lugares comunes de la ciudadanía, léase ermitas, parroquias, santuarios, capillas de colegios, oratorios, etc).
El 13 de mayo/ la Virgen María/ bajó de los Cielos/ a Cova de Iría/ Ave, ave, María.
Así rezaba la canción que popularizó la Iglesia Católica Apostólica Romana, dando por cierta la aparición de la Santísima Virgen del Rosario o de Fátima, en tierras lusitanas.
Todas las flores contribuirían a embellecer aquellos altares dedicados a la Siempre Virgen, pero de forma especial las azucenas, los gladiolos y los claveles, eso sí, todos de color blanco, símbolo de la Mayor de las Purezas. En la casi totalidad de los colegios, al menos en los religiosos, cada día en la pizarra de las clases, se pintaba con tizas de colores una flor, explicándose con letra redondilla la Virtud Mariana que correspondía a ese momento. También se hacían concursos de poesía y redacción, cuyo tema indiscutible era la vida y obra de Nuestra Señora.
La tradición marcaba que fueran los niños/as y jóvenes los que se hicieran con el mayor número de flores posibles (antes, las floristerías eran escasas y la única manera de conseguir flores era agenciándoselas en los campos o fincas-jardines de los amigos y allegados). Después de seleccionarlas (delicada acción encomendada a abuelas, madres y tías…) se procedía a hacer el Altar. Éste tendría varias alturas. En la cima o parte superior, la imagen de la Virgen en sus versiones de Gloria (Inmaculada Concepción, Fátima, Lourdes, Sagrado Corazón de María, María Auxiliadora, Milagrosa, Virgen de Los Ángeles, Virgen de Las Nieves, etc.). Después a derecha e izquierda de su imagen y de menor a mayor (forma piramidal) y sobre mantel blanco (Liso o profusamente bordado o calado; pero siempre de muselina o lino), se disponían las jarras con sus flores, todas ellas de tallo largo para cada dos o tres días irlo reduciendo con el fin de que duraran más.
Una velita de las llamadas de mariposa o palomita (trozo de corcho con pinza de metal ligero y cabo encerado) flotaba sobre un mar de aceite de oliva, contenido éste en un pequeño recipiente o lucernario de cristal transparente o de color rojo. Para todo ello se buscaba el lugar más vistoso de la casa, a veces los zaguanes o porterías, cuyas puertas se abrían de par en par con el fin de que los viandantes pudieran contemplarlos. Al mismo tiempo que aplaudir el buen gusto devocionario de la familia propietaria del mismo.
Tanta devoción ha tenido y tiene Nuestra Señora entre los teldenses y valsequilleros que algunas familias le dedicaron altares perpetuos, que en forma de cuevas o cuevecillas, protegían a buen resguardo la Imagen de la Siempre Virgen. En el Barrio de Los Llanos de San Gregorio, concretamente en la calle o callejón de Tomás Morales, existía uno de esos altares-cuevas. Su hacedor fue el recordado y admirado Maestro Mayor de Obras don Pancho (Francisco) Ortega, quien a base de trozos de lava volcánica levantó una cueva, que después adornó con culantrillos y helechos. En el centro de la oquedad, equidistante entre su fondo y su arco exterior, sobre un pequeño pedestal lávico, colocó una talla de Olot, que representaba a Nuestra Señora de Los Ángeles, Patrona y Protectora de su querida esposa. Los nietos de Maestro Pancho, hijos y herederos de su hija doña Nieves (Nievita) me informan que, aún hoy, dicha estructura sacra se mantiene intacta, aunque la casa lleve ya varias décadas sin habitar.
Al escribir este último párrafo la emoción me embarga, pues me veo en aquel patio florido, jugando con mi amigo Paquito Jiménez Ortega, bajo la atenta mirada de la Madre Celestial. En donde el hechizo místico sólo se rompía por los ruidos estridentes de un loro y el paso cansino de una tortuga de tierra.
Este monumento mariano, era vigilado muy de cerca por todos los miembros del hogar, siempre pendientes de la frescura de las flores, obtenidas gracias al cambio cotidiano de las aguas de las jarras y jarrones. También era objeto de control la velita, pues ésta debía permanecer encendida día y noche durante todo el mes.
En Telde y supongo que, en otras tantas localidades, se hacían verdaderos tours o recorridos por las diferentes casas de nuestro vecindario y más allá de él. No exentos de pique, algunas familias rivalizaban entre ellas por conseguir el grado de sublimes, entre las opiniones de nuestros conciudadanos. En las misas dominicales y durante la semana en los colegios, se le cantaba a María con angelicales voces ¿Quién no recuerda aquellas canciones como: Con flores a María/ que Madre nuestra es. O aquella otra que decía Ven con nosotros a caminar/Santa María ven...
Los primeros días de este mes estaban dedicados a la exaltación del Santo Madero o de La Cruz. Muchos de nuestros poetas emplearon su genio compositivo para exaltar al símbolo cristiano por excelencia. Desde Montiano Placeres, pasando por Julián Torón, Saulo Torón Navarro y Ricardo Placeres Amador, compusieron bellísimos versos sobre las Cruces de Mayo. En Telde, tanto en la ciudad como en el resto de su comarca (Actuales Municipio de Valsequillo y Telde), era muy popular la confección de cruces para colgar en balcones y ventanas, así como en los frontispicios de azoteas y altos tapiales. La noble labor de hacer cruces floridas era trabajo del común de la familia. Los mayores, casi siempre abuelas o abuelos, con temblorosas manos y otros tantos no exentos de lágrimas emocionales, les iban dando forma. Y mientras tanto, se rezaban antiguas jaculatorias.
Tomando prestado un rezado que me transmitió doña Julia Moreno Valeros de 96 años, natural de Bujalaro, en la provincia de Guadalajara, dejo constancia de uno de estos populares rezados: Rezo de los mil Jesús. Santísima Cruz, mi defensa has de ser/ en la vida y en la muerte me has de proteger. / Si a la hora de mi muerte, el demonio me tentara/ le diré que no me tiente/ ni tenga (tendrá) parte en mi alma, porque (en el) al día de la Santa Cruz/dije mil veces: Jesús, corona, clavos y cruz.
En este ambiente surgían los prontistas, que a bases de décimas, eran capaces de manifestar su Fe y devoción a la Virgen. Por aquí se le llamaban loas, aunque algunos desvirtuando la palabra que no el sentido de la misma, le llegaron a denominar lobas.
Gracias a la pericia lírica de Guadalupe Santana Suárez, podemos llenar nuestro espíritu de recuerdos imborrables. Esta poeta teldense, que capta el sentido profundo del paisaje y el paisanaje, nos dedica unos versos cargados de añoranzas, en donde llama nuestra atención sobre la tradicional confección de las populares Cruces de Mayo. A continuación, traemos hasta aquí una de sus composiciones literarias, que sobre este tema ha compuesto para todos sus admiradores, entre los que se incluye al Cronista, que escribe el presente artículo.
De tradiciones de Antaño,/ Mi madre prendió la lumbre/ y siguiendo su costumbre/ en el arraigo me apaño.// Con mi nostalgia acompaño/ su voz, que siempre fue luz;/ Me enseñó que era Jesús / La fuerza en cada desmayo/ y me inculcó, el tres de mayo/ a enramar siempre la Cruz.//
Recuerdos que en el bolsillo/ de la memoria, se secan;/ y en el corazón se ahuecan/ frescos como culantrillo.// Tras el gastado visillo/ del postigo en el zaguán, /Yo daba besos al pan/y en la pila bebí agua…// Hoy solo bebo en la magua/ de la Cruz de mi desván.
En el pago teldense de San Antonio del Tabaibal, a medio camino entre la ciudad y la mar, existe una finca llamada de La Cruz o de Las Cruces, que durante generaciones ha pertenecido a la noble familia de los Castillo-Olivares, descendientes directos de aquél Cristóbal García del Castillo, moguereño que vino a la conquista de la Isla y terminó siendo uno de los fundadores de Telde. El por qué la finca en cuestión trocó su primigenio nombre por el de La Cruz o Las Cruces, se debe a un suceso ocurrido hace ya muchos lustros. Según cuenta el historiador y antiguo Cronista Oficial, el Dr. D. Pedro Hernández Benítez, en una noche cerrada de tormenta, un rayo vino a caer sobre un robusto árbol, que en parte, daba sombra a la casa de veraneo de don Juan y don Luis de León y Castillo. El accidente atmosférico fue tan contundente que partió el grueso tronco en dos mitades y para asombro de los allí presentes, en su interior apareció una Cruz. El III Marqués del Muni (don Luis) subió hasta la Parroquial de San Juan Bautista para, con toda suerte de detalles, explicarle lo sucedido al Señor Cura. Éste se llegó hasta el lugar y viendo el prodigio mandó a hacer cientos de cruces de pequeño tamaño con el total de la madera de dicho árbol. Y al año siguiente, las repartió por todo Telde, instaurando la llamada Procesión de Las Cruces, que partiendo del oratorio de la finca (aún existente) y pasando por la ermita de San Antonio para escuchar la Santa Misa, se llegaba a los pies del Santísimo Cristo de Telde, situado en el ático del Retablo Mayor de la hoy Basílica. Hoy tenemos que lamentar la pérdida de éste tradicional encuentro, aunque todavía existen familias que conservan a manera de reliquia, aquellas cruces.
Fue mayo el mes por excelencia del Rosario, y tanto a las doce del mediodía con El Angelus como a las ocho de la tarde, las abuelas gustaban de tener a sus nietos y nietas muy cerca para hacerlos partícipes, la mayor parte de las veces a regañadientes, de su profunda devoción cristiana. Y en un sinfín de oraciones y posterior letanía, añadían Credos por las intenciones del Sumo Pontífice y Padres Nuestros por familiares y vecinos enfermos o en circunstancias adversas para sus vidas.
Hoy la ciudad de Telde ha vuelto a manifestar su Fe y tradición como siempre ha sabido hacerlo, con respeto y sin imposiciones. Este Cronista da las gracias a todas aquellas personas, que un año más, han confeccionado cruces floridas para regocijo de propios y extraños.
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