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Primera Plana

Guía de vida

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Miércoles, 23 de Abril de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Miércoles, 23 de Abril de 2025 a las 07:02:54 horas

El hecho religioso es innegable. Unos lo cubren de una manera y otros de otra. El dilema existencial concurre, en todo caso. Algunos lo niegan (ateísmo) o lo dejan en suspense (agnosticismo) durante su trayectoria. Pero hay un resurgimiento de la necesidad de plantearse las grandes preguntas y tratar de cubrir el oasis de la soledad existencial. Esto lo percató enseguida el papa Francisco: siendo llano, accesible, uno más, me acerco al arquetipo de hombre y mujer que deambula en unas sociedades occidentales cada vez más cosificadas.


[Img #1017475]Ese es el problema: la sociedad del descarte, la de la persona ignorada o arrinconada. Y todos llevamos parcelas de desgate de este tipo que debemos anular, achicar. Solo así gozamos del esplendor espiritual que nos conecta con la grandiosidad de la vida. Y, por ende, unirnos a los demás. Y solo con el resto podemos, a modo de un círculo de bondad, retroalimentarnos en el crecimiento. Disueltos no somos nada, agrupándonos somos más y mejores; más humanos, que es lo realmente importante. 


Con vidas cada vez más precarias en la última década, nos llegó un papa jesuita y argentino. Un papa de periferias. Un pontífice que trajo consigo un discurso social, influenciado por el peronismo pero también por las enormes desigualdades del Sur, a una Europa castigada por la austeridad tras la Gran Recesión de 2008. Y entonces usó un lenguaje que desde el primer instante nos puso tiernamente entre la espada y la pared: ¿Quién eres? ¿A qué nos debemos? Frente a la tentación del ego, misericordia. Ante la tarjeta de crédito a desenfundar, austeridad. Frente a la sociedad de consumo, virtudes y actitudes espartanas. Y para contrarrestar la opulencia y victoria que ensalza el individualismo, hacernos chicos, pequeños, insignificantes pero irradiantes de amor.


La muerte sin amor, no es vida. Solo con amor se alcanza la transcendencia. Quien muere sin amor, no es nada. Quedó atado e hipotecado por las inmundicias terrenales. Y de eso hay que liberarse cuanto antes o, por el contrario, eres pasto del ego. Si haces mejores a los demás, tú también lo logras en el camino. Y es, en suma, una andadura que comporta el dilema espiritual, el hecho religioso. La madurez es asimismo jalonar la vida hacia la trascendencia. Todo esto subyacía en el obrar de ese párroco argentino que se hizo grande y amplificó su mensaje porque su época enganchó con la digitalización. Toda una revolución vaticana. El papa Francisco estableció un antes y un después.

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