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Primera Plana

Sociología de la Transición

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Domingo, 20 de Abril de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 20 de Abril de 2025 a las 07:24:13 horas

Han pasado 48 años de aquel Sábado Santo en el que Adolfo Suárez legalizó al PCE. El locutor de RNE, Alejo García, dio la noticia mientras el Gobierno ‘suarista’ y los militares andaban en las Castillas o en la costa de vacaciones; lejos de Madrid, en cualquier caso, para que les cogiese la sorpresa sin capacidad de reacción. Muy poco después, hubo elecciones generales; las primeras desde las últimas de la Segunda República en 1936, y postergadas tras la larga dictadura franquista. Fue todo tan rápido que el PCE acudió en desventaja a la[Img #1017475] competición electoral con respecto a los demás partidos, sin tiempo para prepararse. Aunque, bien mirado, fue el PCE (y no el PSOE) el que combatió al franquismo con mayor constancia y mejor organizado. Santiago Carrillo aprovechó la ocasión: bendijo la legalización a cambio de aceptar la bandera rojigualda y la monarquía parlamentaria. Hasta hoy.

 

En la actualidad hay quienes renuncian al valor de aquello, de aquel pacto (seguramente) desigual mas efectivo durante décadas. De hecho, concurre una izquierda que aspira a desmantelar el sistema del 78 e implementar un nuevo orden republicano. No se reconoce en aquel PCE. Y carga, incluso, contra Comisiones Obreras: la organización sindical más importante del Estado, que ostenta un millón de personas con carné (más que todos los partidos juntos) y que a diferencia de muchos otros sindicatos luchó contra la dictadura. Al sindicalismo de clase de Comisiones Obreras se le suma que sí estuvo batallando al franquismo en las fábricas y universidades.

 

Aquel 1977 que se legalizó al PCE y que se convocaron los primeros comicios a Cortes Generales, fue el mismo año en el que José Luis Garci estrenó ‘Asignatura pendiente’. Los protagonistas son José Sacristán y Fiorella Faltoyano, que encarnan a dos adultos que en la ebullición de la Transición se reencuentran por casualidad en Madrid, lejos del pueblo, y rememoran un amor de niñez y adolescencia que entonces no pudo ser pero que ahora, casado cada uno por su lado, y en circunstancias compartidas de pequeña burguesía, tienen la oportunidad de revivirlo o, mejor dicho, de hacer aquello que tanto ansiaron pero que no pudieron porque no les dejaron. Sacristán hace de abogado laboralista, defensor de un personaje interpretado por Héctor Alterio, que bien podría ser Marcelino Camacho en la cárcel.

 

Hay una secuencia en la que los protagonistas, en una escapada furtiva de amantes al campo, él le dice a ella, a modo de lamento, cuántas cosas les robó el franquismo. Les ocurre que la entrada de la democracia les llega tarde, a mitad de camino de la vida. ¿Y qué les arrebataron? Las emociones que no pudieron expresar, los sentimientos, el sexo, el intimismo, las lecturas, las experiencias iniciáticas… en fin, la libertad. Una generación que se hizo adulta con la Transición y que en el presente siente que aquel mundo es zarandeado, con toda la incertidumbre y riesgos que comporta.

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