Algún día tenía que ser, y llegó: la muerte de Mario Vargas Llosa. Un escritor imprescindible de la segunda mitad del siglo XX que, a su vez, tuvo su propia evolución desde posiciones más de izquierdas hacia el ideario simplemente liberal. Hizo sus pinitos en política. Mas, en realidad, lo que era es un intelectual. Y, a fin de cuentas, un intelectual convive con sus contradicciones: ese es su camino de vida. Su empeño vital, con todo lo que conlleva. Y, por desgracia, en el universo actual se está perdiendo la figura del intelectual; fundamental en democracia, son voz anticipatoria de los males que nos acechan. A los intelectuales se les respeta, y a Vargas Llosa otro tanto; dejemos a un lado esa etapa postrera de protagonizar las revistas de papel cuché. En su obra ‘La civilización del espectáculo’ alertó precisamente de eso: de la retirada de los intelectuales de la escena pública y, por ende, la trivialidad creciente del debate al que está toda la ciudadanía convocada.
Me quedo con su mensaje antimilitarista que, quizá, sin saberlo él, cuestiona a la vez la falsa masculinidad. A su modo, hizo deconstrucción de la masculinidad impostada y criticó el machismo. Insisto, puede que no fuese consciente pero lo dejó ahí plasmado. Cuando criticaba los desmanes y excesos de los cuerpos militares, hacía lo propio hacia constructos que han perpetrado sufrimiento hacia el desigual o diferente. Y en este campo, hay dos novelas suyas que me atrevería a decir que (casi) son de obligada lectura: ‘La ciudad y los perros’ y ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’. Dos auténticas joyas. Más que recomendables para esta Semana Santa que se inicia, recoleta y presta al recogimiento.
Ahora que la jauría y la justicia tuitera impera para sentenciar al colectivo, rescatemos el pensamiento, la duda, el contraargumento, el respeto… Valores que estuvieron de moda, al menos como herencia de la ilustración y las revoluciones liberales contra el Antiguo Régimen, y que, sin embargo, son disueltos amén de la instantaneidad en la que se entroniza cualquier disparate. Y así, poco a poco, se carcomen las democracias liberales y se jalea la tecnocracia feudal.
Eso sí, los clásicos seguirán siéndolo. Y, con el tiempo, no habrá atisbo de reparo para catalogar al escritor peruano (con nacionalidad española) en la primera categoría. Ese es el mejor legado que la sociedad le podrá rendir, al margen de leerlo. Esto es, que Vargas Llosa superó los reveses de este mundo incierto que ya nos zarandea con fuerza.
Carlos Quesada | Martes, 15 de Abril de 2025 a las 07:57:16 horas
Estimado Rafael.
Me parece a mí que decir que Vargas Llosa evolucionó hacia el ideario "simplemente liberal", cuando acabó dando su apoyo a políticos de derecha extrema en América Latina como Bolsonaro, Milei o Kast, enemigos abiertos de los derechos humanos, resulta demasiado benévolo.
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