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Primera Plana

Las tardes del domingo

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Domingo, 30 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 30 de Marzo de 2025 a las 08:44:35 horas

Algo tiene las tardes de los domingos que no tiene el resto de la semana. Es un ocaso. En la tarde del domingo se concentra todo. Lo que fuimos y ya no seremos, como lo que quizá aún podremos ser. A media tarde, los domingos es aquella escalera del edificio de tus abuelos que subías y bajabas por la visita de rigor. Es mirar el reloj sabiendo que, a pesar de la magua, tienes que retirarte porque hay que preparar los uniformes del colegio o revisar alguna gestión del trabajo pendiente para mañana, y no quieres irte a dormir sin repasarla. La ciudad[Img #1017475] adquiere un tono distinto durante la tarde del domingo; tiene otro color, la solemnidad del recogimiento rota solo por la guagua que hace la ruta para solitarios y los taxistas que apuran las últimas carreras aunque apenas quede público en las aceras. Si encima ha llovido, la melancolía de los charcos en la calle te retrotrae al dilema del domingo con mayor intensidad.

 

Porque el domingo es eso: la certeza de un mundo que se acaba y del otro que mañana comenzará. Todas las tardes de domingo son Semana Santa. Cuando cae la tarde los domingos, se concentra todo: la vida y la muerte. La tristeza por el ayer y la esperanza de la resurrección.

 

Los domingos por la noche, los corazones se reblandecen. Y al que no, es que no tiene piedad y todavía sigue dominado por su ego. Muchos son enterrados en el cementerio perdiéndose para siempre junto a su ego. No vivieron. Lo hicieron sus egos por ellos. Perdieron la única ocasión para vivir.

 

La piedad es una virtud. No está de moda. Domina la sociedad de consumo. Acaso nunca lo estuvo. Mas la piedad evita la cosificación del prójimo. Sin piedad no hay renacer y, por tanto, negar la piedad es quedarse atado a la muerte. La piedad puede ser omitida en el ajetreo del lunes, entre las prisas de los viandantes y la cola del semáforo. Pero la piedad es invencible. La piedad es el silencio eterno de los cementerios. El domingo avanza, con su tarde, con la melodía de la nostalgia. La nostalgia resitúa nuestro pasado. Nos permite hacer cuentas con nosotros mismos y con los demás. La nostalgia supone la añoranza de la emotividad vivida (y eso es Dios en la tierra) y la orfandad de las lagunas arrostradas. Los domingos son la banda sonora de la serie ‘Canción triste de Hill Street’ (1981) que evoca la tristeza, y la tristeza nos humaniza. Los domingos son cuando te girabas para avisar a tu abuela que ya comenzaba la emisión en televisión de ‘Lo que necesitas es amor’, con Jesús Puente. Disfruten del domingo. Quizá no haya otro.

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