Marchar al frente

¿A quién piensan enviar los gobernantes europeos a batallar y morir en el frente de guerra? En la Europa de 2025, quiero creer, está instalada la idea de la paz, de lo absurdo de la guerra. Que el conflicto de la OTAN en Yugoslavia en los noventa fue algo aislado (hasta la invasión ‘putiniana’ de Ucrania) y que por eso Estados Unidos iba a exportar la democracia (léase la ironía) a Afganistán e Irak. Esa era la brújula intergeneracional. Y esa dejó huella. Por eso el régimen ‘putiniano’ sabe que parte con cierta ventaja en cuanto que en el Viejo Continente nadie quiere ir a pegar tiros en trincheras con piojos, barros y frío. De hecho, hasta el líder autoritario ruso tiene problemas para enviar levas a Ucrania.

No se puede despachar al líder de la oposición en media hora. Del encuentro en La Moncloa entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo se esperaba algo más cuando Europa invoca al rearme y al aumento del gasto bélico. No es de recibo que el socialista se ciña a tan corto espacio de tiempo para dialogar algo tan serio con el referente de los populares. Máxime, cuando se trata de una operación bipartidista al calor de la urgencia europea. Y Sánchez lo sabe, aunque trate de soslayarlo por aquello de no molestar a los socios a su izquierda. Si lo hacen, lo hacen bien. Si PSOE y PP están en ello, que lo estarán más allá de la teatralización mutua, háganlo con seriedad. 

Con todo, ningún español irá a morir por un danés, ni un francés por un polaco… Hagan todas las combinaciones que deseen. El Estado-nación sigue pesando, mal que bien. Y las emociones son las que son; pues el patriotismo tiene un gran componente de emoción. La bandera, la que sea, es (de hecho) emoción. Que luego morir por una bandera tenga sentido, es otro debate; que no lo tiene. Y por la enseña europea nadie va a morir. Que no nos engañen.

Los jefes de los grupos parlamentarios, o escaños de referencia, pasaron esta semana por La Moncloa. El acontecimiento merecía distribuirlo en dos jornadas y, así, poder Sánchez escuchar más argumentos; aunque no le gusten. El ambiente prebélico que nos inculcan no es neutro. Y, por descontado, llegado el caso, los que irían a las trincheras son los de siempre: los hijos de la clase trabajadora. Y muchos retornarían mutilados o en féretros. Dejen de jugar a la guerra.