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Domingo, 28 de Septiembre de 2025

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Primera Plana

El transistor

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL Jueves, 06 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 06 de Marzo de 2025 a las 07:08:41 horas

Ya es media mañana. En la casa reina el silencio. Entra el rayo de luz. Se agradece. Han sido ya varios días de lluvia. El sol asoma, entonces, con ganas de reivindicarse. Y las horas transcurren entre ese leve frío, en ese momento de la jornada, y el brío del sol canario, que se nota incluso en marzo. [Img #1017475]Para algo vienen los chonis de tan lejos, para estar en nuestras playas. Hasta están dispuestos a venir enlatados, sin moverse del asiento, tras cuatro o cinco horas apretados en el avión. Qué necesidad.


El fontanero está en la calle, junto a la fachada, trabajando. Tiene un transistor que le hace compañía. En la tertulia de una emisora de medianías, será, están debatiendo si a uno de ellos el ayuntamiento le dio un susto o no con un recibo del IBI que le pasaron con recargo. Y así, argumento va, argumento viene, llenan el hueco del programa. La radio hace una función social. Entre otras cosas, le hace al fontanero la faena más llevadera. Como cuando estás en la cocina y la enciendes. O como cuando te vas a dormir antes de lo habitual solo para taparte como un topo y desconectar del mundo mientras escuchas los programas de la tarde o la noche. 


Aunque ese rato de media mañana, con la casa en silencio, y el sol saludando, es serenidad, es paz. Es lo más parecido a una felicidad razonable. Quedas inmerso en ti. Una experiencia intimista que no tiene precio. Así que unos vienen desde países nórdicos o de Centroeuropa para darse un par de chapuzones y hasta más ver, y tú no necesitas coger ningún vuelo. Lo tienes todo en tu mundo interior. Ese en el que solo pasa quien tú desees. Son tus fronteras. Emocionales. Pero fronteras, al fin y al cabo. Las más importantes. Es tu autoestima. Aquella de la que cuidas tú mismo o, de lo contrario, te la invaden y te la destrozan. Existe la mala fe, la maldad.


A mí los transistores me retrotraen a la Grada Curva del Estadio Insular. A las temporadas de la Unión Deportiva Las Palmas allá a comienzos y mediados de los noventa, quizá con el patrocinio de la Caja Insular de Ahorros de Canarias en la camiseta. Un graderío que olía a pipas. Un recinto en Ciudad Jardín cuyos aledaños desprendía el aroma a calamar seco. Y la jarana de los ventorrillos, entre los bombos y el ardor bufandero. Cómprese un transistor. Seguro que le cambia la vida.

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