La Isleta es uno de los espacios singulares de Las Palmas de Gran Canaria. Una yuxtaposición entre la mar y la canariedad que ensalza a la ciudad. A su claro elemento popular le acompaña la raigambre del barrio que ha sido testigo privilegiado de las andanzas capitalinas y su historia. Miguel Guerra ejerció hace uno días de pregonero. El honor se debe a su padre, el doctor José Guerra Navarro, con calle propia y que es conocido como el ‘médico de los pobres’. Allá iba su hijo acompañándole a cuidar y visitar pacientes, aquellos que no tenían que pagarle más que una oración, un puñado de fruta o algún detalle; o que ya le pagarían cuando pudiesen. Cosa que el progenitor aceptaba, como buen cristiano.
Miguel Guerra García de Celis, nacido en la calle Luis Morote, recordó a La Isleta mediante la figura de su padre. Así la memoria intergeneracional va siendo depositada. Lo individual engarza lo colectivo. La memoria vecinal se nutre de trayectorias personales que, todas juntas, dieron, dan y darán vida al barrio que se tercie. Malo es cuando no queda memoria y, de ahí, la importancia de preservarla.
La Isleta significa mucho para Las Palmas de Gran Canaria. Es, desde luego, la cuna de Manolo Vieira. El humorista hizo arte retratando el costumbrismo canario; de aquellas islas que pasaron de la pobreza de la posguerra al crecimiento desbordado amén del desarrollismo y el turismo de masas. Haciéndonos reír, resulta que el isletero hizo de cronista. Sociología de andar por casa que nos distinguió como pueblo. Atestiguaba a La Isleta y al archipiélago. De lo cotidiano sacaba uno o varios chistes. Y nos lo servía por Navidad en la oferta de Televisión Canaria o en sus espectáculos habituales en su chistera ubicada en la vía de Juan Manuel Durán.
Resulta que Miguel Guerra estuvo en el órgano colectivo de la misma Televisión Canaria, hará un par de décadas. Un enclave donde es fácil quemarse porque las presiones son muchas y variadas. Guerra es, ante todo, un canarión. Socarrón, por tanto; como todos los canariones. Y es sociólogo. Su visión pancanaria la tenía bien arraigada en su etapa estudiantil en Madrid. No había allá novia posible que lo retuviese. Ya era nacionalista. Siempre tuvo claro que le tocaba regresar a su tierra. Seguro que entonces, como ahora, la emoción del padre médico sirvió como asidero para remarcar su respeto a las clases populares de La Isleta y, por ende, al pueblo canario.
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