
El conformismo en nuestra vida tiene un precio muy alto y se paga con la misma moneda con la que suele pagarse la pereza: la inexistencia humana. Hace unos días en un reciente viaje a Toledo, uno de los comensales que nos acompañaba en una de esas cenas que compartes mesa y mantel con gente de otros territorios, repetía a cualquier interpelación que hacíamos ¡que pereza!, aquello nos marcó para toda la noche y reíamos una y otra vez con esa expresión que más bien parecía una queja a ciertas actitudes que a una expresión hueca y carente de sentido.
La pereza y las pasiones humanas hacen desconocer la justicia que, fundada en el sentimiento que tenemos de la propiedad de los otros, nos impide aprovecharnos de nuestras fuerzas para privarlos de las ventajas que la naturaleza o los avances sociales nos proporcionan. Esto ocurre en la política, que puede quedar atrapada entre la pereza y el cinismo. Pereza para no buscar nuevas soluciones a los problemas y cinismo para idolatrar el letal «no hay alternativa» como respuesta indolente a los retos urgentes que hay que resolver.
Debemos protegernos contra la indolencia de la pereza. No podemos renunciar a pensar en nuestros propios argumentos y convicciones -y en los contrarios- como el mejor antídoto contra la irrelevancia de una política secuestrada. Como escribe el consultor y analista político Antoni Gutiérrez-Rubí: “Luchemos contra la pereza y la indolencia políticas. Renunciar a explorar nuevos caminos nos aleja de nuevas soluciones. La desafección ciudadana respecto a buena parte de la política y nuestra arquitectura institucional no radica, solo y simplemente, en un juicio severo a los errores (gestión) o los excesos (corrupción), por ejemplo. La crítica más contundente está en la percepción de renuncia a dirigir”.
Estamos asistiendo a la renuncia, a dirigir dejando pasar el tiempo a ver si algo cambia, aunque no se haga nada para que cambie. La inacción política conduce a esta sensación de abandono, al automatismo ideológico que nos está conduciendo a una espiral de desestructuración social, de desapego y desafección difícil de conjugar en una sociedad más polarizada donde la clase política, haciendo alarde de una pereza descomunal, nos conduce a la melancolía y sobre todo a no participar en los procesos electorales, mientras pretenden conectar con el alma de los indiferentes, de los desentendidos, de los que están dispuestos a aceptar la corrupción, la mentira y la desigualdad.
La expresión ¡que pereza!, expresaba a sus interlocutores, falta de interés, de voluntad, o de empeño para realizar una acción, quizás por falta de motivación, de ansiedad, de cansancio, o de simple elección. Pero en todos los casos, la pereza puede generar un desajuste emocional, contradictorio que nos impida resolver un problema. Ya no entro en valorarla desde el punto de vista de la moral católica porque asistiríamos a uno de “sus pecados capitales”. La humanidad no es necesariamente perezosa. La pereza es una condición humana que puede existir en cada individuo en algún momento, pero no define completamente a toda la humanidad..., desde la acera de enfrente.
Gregorio Viera Vega fue concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Telde.
























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