La vivienda es una preocupación transversal. Afecta a la generalidad, con independencia de la ideología o de la orientación del voto de cada uno. Atañe a las clases sociales, aunque no a todas de la misma manera, desde luego. Pero es un asunto universal. El desvelo de muchos. Cuando tocan la casa es hacerlo al hogar, a la familia. Los deudores de buena fe se preocupan en pagar al menos el alquiler antes que nada; dejarán de abonar otras facturas, pero la casa es la casa. Puedes dejar de apoquinar la lavadora comprada a plazos o la mensualidad del club deportivo, mas el domicilio es sagrado y si no rindes honor a la deuda pend
iente es porque no te queda otra, porque estás desesperado. Y, sí, también los hay de mala fe e inquilinos que se abonan a la ruta de ir cambiando de dirección en dirección mientras dejan destrozos en las cuentas corrientes de los propietarios, pero queremos pensar que son los menos.
PSOE y PP se apuran en atender la inquietud de la vivienda. Los principales partidos saben que, después de los pensionistas, viene la legión de jóvenes (o no tan jóvenes) afanados por emanciparse o, al fin, constituir una morada familiar sin estar atados a alquileres desorbitados.
El acceso a la vivienda empezó a torcerse paralelamente al calor de internet. Hasta entonces, había precios asequibles en las grandes ciudades. Entiéndase bien, lo que quiero decir es que desde que desaparecieron los intermediarios amén de la revolución digital, ha proliferado el alquiler vacacional a favor de los turistas. Los barrios de los ochenta, dejaron de ser barrios. Perdieron su naturaleza. Las urbes expulsan al autóctono y se torna en alfombra roja para los visitantes de dos o tres jornadas. En Canarias lo sufrimos, y mucho.
Los hoteles son hoteles. Si tienes un taxi otro tanto. No te compras un coche para luego ser competencia desleal en el mercado de los taxistas. Si no hay regulación, si no hay restricciones, si todo vale, pierde la mayoría social. Alguno rasca su negocio particular amén del alquiler vacacional, pero el resto pierde. Si no hay vivienda digna, no hay clases medias y trabajadoras razonablemente contentas. Porque la casa es inescindible al proyecto vital. Y si quieres bipartidismo, si ansiamos estabilidad, si apostamos por que el relato de la Transición persista ante un mundo repleto de amenazas, las viviendas y el terruño tienen que estar disponibles para la mayoría social que constituye el país. No nos hagamos trampas al solitario.

























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