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Sábado, 15 de Noviembre de 2025

Actualizada Sábado, 15 de Noviembre de 2025 a las 00:01:30 horas

Caminando hacia la desmemoria (XCVII)

Un cristiano y ciudadano ejemplar: Diego Suárez Florido

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

TELDEACTUALIDAD/Telde 3 Jueves, 06 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 06 de Febrero de 2025 a las 18:33:04 horas

Y su voz jamás se quebró… Reseñas biográficas de un cristiano y ciudadano ejemplar: don Diego Suárez Florido

 

Corrían los últimos años de la convulsa década de los 20 del pasado siglo, cuando en el pago teldense de Lomo Magullo, el matrimonio formado por don Diego Suárez López y doña Rosalía Florido Lozano traían al mundo al segundo de sus vástagos, Diego. Antes, había nacido el primogénito Antonio, y después de estos dos vendrán, Carmen, José y Juan.

 

[Img #1002785]Los jóvenes padres veían con orgullo el aumento de la prole, sintiendo en lo más profundo de sus corazones que cada hijo era una bendición de Dios. Si no hubiese sido por la muerte prematura del progenitor, seguramente hubiesen aumentado la familia. Eran otros tiempos y otra forma de criar. En una sociedad rural, agrícola y ganadera, basada en los más estrictos dogmas y enseñanzas eclesiásticas, a la vez que guardando sobremanera las tradiciones sociales, la felicidad de una unión conyugal se medía por el número de descendientes. Y los Suárez-Florido eran ejemplo vivo de familia bien avenida.

 

Nuestro biografiado Diego o Dieguito, como cariñosamente le llamábamos casi todos, nació en plena Dictadura del General Primo de Rivera, pero esa situación anómala de nuestro Orden Constitucional, nada o muy poco influiría en sus años párvulos. Desde 1929 hasta 1936, gozó de la vida bajo la protección de sus mayores, situación ésta que cambiaría drásticamente con la temprana muerte de su padre; doña Rosalía, de pronto, se vio sola para sacar adelante a los cinco pequeños con edades comprendidas entre los 10 y los 2 años de edad. No había otra, todos tendrían que enfrentarse a esa dura realidad. Los días pasaban lentos y pesados. Siempre a la espera de las noticias que El Parte de Guerra comunicara de lo que iba ocurriendo en la Península. Todo eran bulos, exageraciones, verdades a medias o propaganda interesada. En todo el barrio sólo existía un aparato de radio y éste era escuchado por los vecinos más cercanos, que interpretando las noticias, se las iban pasando de boca en boca, al resto, testigos mudos de aquellos aconteceres. La madre, siempre protectora, les advirtió que lo mejor en esos casos era escuchar mucho y hablar poco o nada.

 

Casi de madrugada, tan pronto salía el sol, cuando las umbrías se iluminaban, a la par que se calentaban las tierras de los pequeños bancales, plantados con toda suerte de vegetales (Papas, batatas, ñames, habichuelas, coles, colinos, coliflores, calabazas rojas y blancas, lechugas, calabacinos, zanahorias, cebollas, etc.), se levantaban la madre y los hijos. Los pequeños quedaban en el hogar, ayudando a labores simples, el mediano y los mayores, prestos a sacar el pequeño rebaño de cabras para que al otro lado del barranco, en tierras de nadie, entre riscales y derrubios de piedras vivas, encontraran sustento; completado éste, al atardecer, con unos buenos puñados de millo. Era el momento propicio para el ordeño que tanto Antonio como Diego y el resto de sus hermanos, pronto aprendieron a hacer con verdadera pericia. La leche mezclada con el gofio era un alimento más que recurrente y cotidiano. Como el ganado daba más que lo consumido en casa, doña Rosalía se ponía manos a la obra y confeccionaba de forma artesanal sabrosísimos quesos que bien por simple trueque entre las vecinas o vendiéndolos a algunas tiendas de aceite y vinagre, conseguía otros alimentos para completar sus dietas.

 

Poseían, según usos y costumbres del momento, otras clases de animales domésticos: Uno o dos perros, unos cuantos gatos, gallinas, palomas y conejos. Los tres grupos últimos nacían, crecían, engordaban e irremediablemente iban a parar a la olla o caldero. Por éso, Dieguito me afirmaba con rotundidad, que ni en Tiempos de Guerra pasaron hambre. Alguna que otra necesidad de calzados o ropa, posiblemente sí, como gran parte de la población española de entonces; pero la despensa de los Suárez-Florido siempre estuvo abastecida. El café era achicoria. Y los granos (Garbanzas, lentejas y judías) se adquirían entre los propios vecinos. El arroz era otro cantar y así fue durante los tres años de la Guerra Civil. El pan era escaso y negro o moreno y se conseguía a través de la cartilla de racionamiento. Y el azúcar ni se le veía, ni se le esperó ver por mucho tiempo.

 

Hoy he recordado algunas anécdotas que en su momento me contó el propio Dieguito y que tienen que ver con esos momentos, en que aún niño hacía de zagal o pastorcillo: Después de estar muchas horas, entre el inclemente sol y las tímidas sombras, guardando el ganado, llegábamos a casa con más hambre y sed que otra cosa. Y nada más entrar mi madre se ponía ante nosotros y nos soltaba una reprimenda, diciéndonos que mientras empleábamos en tiempo en jugar, las cabras se habían juleado, desperdigándose por aquí y por allá ¡Dios nos librara de dañar a alguna o de perder algún baifo lechal! También me relató, entre risas: Que una vez estando en la pared de enfrente, al otro lado del barranco vieron bajar por el cauce del mismo, algo mansas, las primeras aguas. Alertados porque podrían venir más fuertes y rápidas, salieron dando brincos de piedra en piedra hasta ponerse a buen resguardo. Llegados a la altura de la casa materna, la madre les preguntó que por qué no traían a los animales consigo. Antonio, contestó por los dos ¡Madre, es que el barranco empezaba a correr! Y ella, elevando el tono de voz les espetó ¡Las cabras lo primero! Era lógico que así pensara, pues de sobra sabía lo que valía poseer ése más que seguro sustento.

 

Dieguito también nos explicó, con toda suerte de detalles lo bien que cosía, zurcía y remendaba su madre. Siempre limpios y aseados acudían a la escuela y después de a misa dominical quedaban para la Doctrina. La formación religiosa de los hijos de doña Rosalía, fue su principal preocupación. Acciones tales como dar las buenas horas, rezar con acogimiento antes y después de cada comida, decir ante cualquier futurible, si Dios quiere, rezar cada atardecer el Santo Rosario, practicar todas las obras de caridad imaginables, confeccionar pequeños altares para ciertas festividades, ayudar al Sr. Cura en cuanto fuera menester, acudir a misa a diario, cada vez que se pudiera, no faltando a la dominical, aunque cayera chuzos, confesarse y comulgar con asiduidad, pertenecer a cuantas cofradías y demás asociaciones religiosas existieran, destacando las concernientes a los Sagrados Corazones de Jesús y María Inmaculada. Asistir con verdadera devoción a triduos y novenas, y por supuesto ser miembros activos de la Adoración Nocturna.

 

Cuando Dieguito era un mozalbete, comenzó a militar en Acción Católica, concretamente en el grupo juvenil conocido por Los Cruzados, de ello hay cumplido testimonio gracias a unas fotos obtenidas por los archiconocidos Hermanos Suárez-Robaina. Allí llegó a ocupar diferentes cargos de responsabilidad, que iban desde Tesorero a Presidente, pasando por Abanderado o portador de la insignia comunitaria o banderola. En esos momentos ganó excelentes amigos que le acompañaron a lo largo de su vida, tal es el caso del también teldense don José Macías Santana, quien fuera Delegado Provincial de la Seguridad Social, Diputado, Presidente del Cabildo y Senador del Reino. Así como don Manuel Amador Rodríguez, Alcalde de Telde y Delegado del Gobierno en la Isla de Fuerteventura, entre otros muchos. Fueron años de autoformación, en el que la lectura cubrió los huecos que la escuela dejó abiertos.

 

En éste orden de cosas aprendió los rudimentos del lenguaje musical y a tocar con cierta soltura los armonios y los órganos, ambos instrumentos muy usuales en nuestras iglesias locales. Al compás de los armoniosos sonidos, la voz de Dieguito, se hacía notar, bajo las bóvedas y demás techumbres. El Sochantre, don Diego Suárez Florido, empezó en la parroquial de San Gregorio Taumaturgo de Los Llanos de Telde para regocijo de toda la feligresía. más tarde asumió, la dirección de los Coros Eclesiásticos de esa misma parroquia y de la de San Juan Bautista de la Zona Fundacional de la Ciudad. La fama fue tal que a través de los párrocos de ambas iglesias, fue reclamado para las grandes solemnidades, tales como la Inmaculada Concepción de Jinámar, la Santísima Virgen de Candelaria en El Ingenio, Nuestra Señora del Buen Suceso en El Carrizal, así como en algunas otros templos de Las Palmas de Gran Canaria y hasta de la mismísima Basílica de Nuestra Señora del Pino de Teror.

 

Su activismo socio-religioso le lleva a ser un destacado miembro de Acción Católica, Cáritas Diocesana y Adoradores Nocturnos. Su proselitismo lo desarrolló de manera continuada en las Catequesis de para adultos y también como conferenciante y coordinador en las Charlas Prematrimoniales. Todo ello bajo la atenta mirada y protección del Cura Párroco de Los Llanos de San Gregorio, don Ignacio Domínguez Domínguez, que sería su gran valedor. El mismo sacerdote oficiaría la ceremonia religiosa de su matrimonio con doña Juana Hernández Artiles, el 15 de marzo de 1953, en la actual Basílica de San Juan Bautista de nuestra ciudad. Fruto de ese matrimonio nacieron nueve hijos: Inmaculada, Juan Diego, Rosa Delia, José Agustín, Pedro Luis, Ricardo, Dulce, Sergio y Mónica.

 

Y mientras todo lo anteriormente mentado iba sucediendo, la vida profesional de Dieguito, se afianzaba de manera exitosa. Llegados a este punto debemos señalar que los principios de ésta, fueron bastante arduos, pues como las ilusiones eran muchas los medios de los que se podía valer eran escasos. Una bicicleta a la que en su parte trasera le había instalado, como pudo, una maleta de madera, le sirvió para su venta ambulante de productos de mercería y algún que otro de perfumería. Todos los barrios y pagos de los municipios de Telde, Valsequillo, El Ingenio y Agüimes, saben de las idas y venidas de este joven emprendedor que echaba tantas horas al trabajo como kilómetros recorría para que éste fuera rentable. Todas las estaciones del año pero sobre todo los fríos inviernos y los calurosos veranos, cayeron a plomo sobre él. Y según nos contaron los que le conocieron por entonces, nunca perdió su buen humor y aquella sonrisa que le caracterizaba. Amigable y casi familiar supo crear un vínculo fraterno con todos sus clientes, a los que, a pesar de su juventud, también sabía aconsejar.

 

Corría el año 1958 cuando decidió establecerse de forma definitiva, montando su primera tienda en una antigua casa de la calle María Encarnación Navarro, la misma que demolerá para edificar un nuevo edificio en cuya planta baja se dispuso la tienda, la trastienda o almacén y el garaje. Y en el piso alto la amplia vivienda familiar. Este nuevo establecimiento se inauguró y bendijo en 1963. Debemos aclarar que durante la fabricación , Dieguito trasladó el negocio a una casa que estaba justamente en frente para así no despistar a su cada vez más numerosa clientela. A partir de la fecha anteriormente indicada y, ya en el nuevo espacio comercial, a los artículos de mercería se les sumaron otros de corsetería y ropa interior tanto de mujeres, hombres, niños y niñas. También mantuvo durante muchísimos años una nutrida oferta de ropa para infantes con marcas de reconocido prestigio nacional. Juegos de cama, mantelerías y mantas, mantillas, etc., se ofrecían a muy buenos precios, lo que permitía competir con otros establecimientos del ramo, tanto de Telde como de Las Palmas de Gran Canaria. Los famosos vales de Seguros Santa Lucía, permitían a muchas familias realizar sus compras sin problema alguno, pero también Dieguito mantenía una línea de crédito para gran parte de sus compradores, sobre todo las modistas, costureras, compostureras, sastres, etc. La frase habitual Dieguito, de parte de mi madre que lo apunte en la libreta que ella viene luego a pagarle, se convirtió en más que habitual.

 

Deseando seguir ofreciendo un esperado servicio, aumentó el personal con dos empleadas, que se unían a su mujer, a un buen número de hijos y a sus dos anteriormente mentados cuñados, lo que permitía despachar con celeridad inusual en otras tiendas. La sección de perfumería llegó a ocupar un lugar destacado en el cómputo general de ventas. Perfumes y colonias de la línea de Mirurgia, Puig, Floyd, Varón Dandy y otras firmas nacionales y extranjeras como: L’Oreal y Chanel se vendieron aquí en recipientes de diferentes tamaños, pero también a granel. El champú Geniol, bien en pequeñas capsulas o botellas de plástico, introdujo el uso de los champús. Los polvos de talco, Heno de Pravia Johnson and Johnson. Los jaboncillos Lux, Camay, Heno de Pravia, Tulipán Negro etc., eran las marcas más usuales en el consumo de los hogares teldenses de entonces. Así mismo se despachaban a granel todo tipo de lacas, que también se vendían en spray, desodorantes, maquillajes, lápices para labios y ojos, brillantinas y fijadores, lociones para después del afeitado, ceras depilatorias, y así un larguísimo etcétera.

 

El fuerte de las ventas era la amplísima gama de botones que en sus respectivas cajas de muestras se ofrecían al observador/a más quisquilloso/a. los había de baquelita, plástico, cristal, metal y los superiores en calidad hechos de hueso o cornamenta de bovino, caprino o vacuno. Las cremalleras, ese gran invento de la costurería, eran reclamadas de plástico o metal, en algodón o en poliester. La tienda del Sochantre tenía reconocida fama de poseer la más amplia oferta de tales mecanismos, tanto en longitud como en gama de colores. Nada se escondía al olfato comercial de Juanita y Dieguito, que con mimo y pericia hacían realidad los sueños de su más que aquilatada clientela.

 

Relojes, despertadores y joyería para infantas, así como toda clase de bisutería, ocupaban la parte alta de los mostradores de cristales transparentes, que no dejaban impávidos a los potenciales compradores, que si bien iban por agujas, alfileres o broches a presión, terminaban comprando alguna cosa más.

 

Gracias a profesionales del comercio como Dieguito el Sochantres y Juanita, fueron conocidos estos productos haciéndolos asequibles a gran parte de la población.

 

Más de cincuenta años de continuado esfuerzo y plena dedicación le permitió convertir su mercería-perfumería en una de las mejores de Gran Canaria, sin tener que enviar en nada a las que se tenían por tal, tanto en Telde como en la ciudad capital de la Isla. Las densas horas laborales, la entrega por entero al oficio, unido todo ello a una esmerada contabilidad. Eran tiempos sin informática y todo se hacía a mano: Vales, facturas y asientos de cifras en los libros, con la sola ayuda de una máquina muy rudimentaria que al mover la palanca y previa elección de la operación a realizar, sumaba, restaba, multiplicaba y dividía. Su esposa Juanita tenía un sexto sentido para tratar con los agentes comerciales y representantes, primero de firmas comerciales de Las Palmas de Gran Canaria y asentado ya el negocio con fábricas valencianas, catalanas y hasta del lejano Japón. Gracias a sus muy queridos cuñados Jerónimo y Paco, el aumento notorio de clientes sólo se hacía notar en la caja, pues a veces en los mostradores dispuestos en forma de L habían hasta seis o siete personas atendiendo. Todo ello les permitió poseer una saneada fortuna, que muy hábilmente empleará invirtiendo en el campo inmobiliario y abonando todos los pedidos a fábrica al contado o con letras a muy corto plazo. Como decimos en Telde, la forma preferida de pago de Dieguito el Sochantre era la del dinero oyendo la conversación.

 

La educación dada a sus hijos, basa en los valores social cristianos de primer orden, le hacen acreedor del respeto de otros padres. Los Suárez Hernández salieron al mundo profesional con los conocimientos adquiridos, tras horas y horas de estudios, siendo dignos sucesores de sus padres. Dieguito siempre se preocupó de la formación académica de todos los que le rodeaban y así sus hijos mayores me han recordado estos días como insistía constantemente en que sus empleadas agrandaran sus conocimientos, animándolas a matricularse en radio ECCA.

 

Siempre atento a las necesidades de los demás acudía rápidamente allí donde creía que se le necesitaba. Hombre de profundas convicciones evangélicas, optaba siempre por la discreción de hacer las cosas sin que se supieran. Así, no sólo fue refugio de muchos necesitados, sino que ayudó con espontánea generosidad a algunas Órdenes Religiosas establecidas en la Isla, concretamente la más notoria fue su benemérita entrega a la Orden de las Carmelitas Descalzas, del Convento de San José y el Espíritu Santo en las medianías de Telde. Tanto en su primera edificación como en la segunda y definitiva, después de haber tenido que derribar su primer cenobio por grave riesgo de derrumbe. Dieguito no solamente entregó una buena suma de dinero para esta causa, sino que se convirtió en un verdadero agente recaudatorio para conseguir que otros católicos teldenses se comprometieran con dicha causa.

 

De don Diego Suárez Florido podríamos escribir mil y una anécdota, ya que lo conocimos profundamente. Primero como comerciante, al mismo tiempo que como padre de amigas y amigos. En el caso de Ady y Rosa porque juntos asistimos al Instituto de Agüimes. Y fue entonces cuando Dieguito nos buscó, inicialmente una guagua y después un pirata (Pequeño vehículo de nueve plazas), cuyo propietario, Lozano de La Breña, nos llevaba y traía de nuestro centro escolar.

 

Algunos años más tarde nos confió el cuidado de su joven hijo Pepe, que con muchísima ilusión comenzaba entonces la carrera de Farmacia, terminada cinco años más tarde con un más que excelente palmarés de notas. Con Pepe conviví tres años, en nuestro común piso de la Avenida de la Trinidad en La Laguna. Ni decir tiene que siempre bien abastecidos de colonias, espumas de afeitar, lociones para después del afeitado, desodorantes, jaboncillos, champús y geles de baño, que regalados por su padre suponían un gran ahorro para nuestra más que endeble y paupérrima economía estudiantil.

 

Muchos pensarán que he sido extremadamente preciso en esta biografía, pero créanme pudiera escribir y de hecho, así ha sido, muchísimas cosas más. Valgan éstas aquí expuestas para valorar a un ser muy especial que pasó por la vida haciendo el bien y cumpliendo en extremo máximo con el primer Mandamiento de la Ley Divina: Amarás a tu Dios sobre todas las Cosas. No sólo contento con ello, fue un gran devoto de la Siempre Virgen María a la que dedicó, al menos un Rosario diario, desde que tuvo uso de consciencia hasta los momentos mismos de su muerte. Ya en la trastienda, sobre la bicicleta o en el coche durante sus numerosos viajes por la Isla, pero también en sus últimos y frecuentes paseos en la Playa de Las Salinetas (En su piso del Claveles I o sobre la arena a orillas de mar) por el Parque Urbano de San Juan, en sus últimos y cotidianos paseos, rezaba sólo o acompañado el Santo Rosario. Muchos teldenses lo echarán de menos, cuando tengan a un pariente o conocido de cuerpo presente, en el Tanatorio Municipal, su voz se oiría entonces para conminar a todos, con educación y cariño, a rezar por el allí difunto, utilizando las desgastadas cuentas de su Rosario como instrumentos garantes de la Fe que lo alentaba a conseguir el bien para los demás y la salvación de su alma inmortal.

 

Seguramente, jamás lo veremos en los altares físicos de nuestras iglesias, pero en muchos corazones agradecidos ocupará un espacio adornado con ofrendas de cariño, aprecio y sincero agradecimiento.

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