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Primera Plana

Militar en la esperanza

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL 2 Miércoles, 05 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Miércoles, 05 de Febrero de 2025 a las 07:08:36 horas

El papa Francisco nos regala sus memorias. Son las primeras memorias de un papa en la Historia. Estaba previsto que fuesen publicadas tras su muerte y, sin embargo, se decide a adelantarlas. Eso ya es un canto a la vida, a la esperanza individual y colectiva. Que esta última es ya revolucionaria porque implica al otro, a la comunidad. Ternura y coraje como elementos galopantes para propagar la alegría transformadora del hombre mediante el enaltecimiento de la verdad. La verdad es crecimiento en la madu[Img #1017475]rez de la congruencia vital. La verdad cimenta nuestras vidas sobre la estabilidad rocosa de las certezas, resiste el zarandeo de la sociedad de consumo, el turbocapitalismo y la cosificación del prójimo.


El libro, titulado precisamente ‘Esperanza’ (Plaza & Janés), está en las librerías desde hace unos días. El hecho de conocerse ahora y no tras su fallecimiento debe ser la reconsideración de que es mejor ofrecer en vida el testimonio papal para que sea así un estímulo enérgico a invocar la esperanza en nuestras cotidianeidades. Y es, igualmente, un gesto de humildad. Desecha la posibilidad de que viesen la luz después de su marcha del mundo terrenal, algo que parecería (si encima es pretendido, calculado) una actitud del que se considera imprescindible. Y nadie lo es. Somos mortales en cuanto que reemplazables en los usos sociales que dictamina el dinero y el mercado. Pero no lo somos si vivimos desde el corazón, fuente de ejemplo fraternal que enaltece la transcendencia de la vida. 


El texto del papa Francisco, jesuita, gran comunicador, se lee bien. Está al alcance del gran público. Y lo hace pegado al terruño, a la sociedad líquida formulada por Zygmunt Bauman, a la apelación de los talentos de la parábola del Evangelio de Mateo como compromiso de entregar a los demás lo que nos es dado para que revierta en lo social y recalcando la pobreza que asiste al mundo. La pobreza carcome el alma mediante la indiferencia. No podemos ser indiferentes a la angustia próxima del vecindario ni a la que agita la conciencia también desde lo más recóndito con respecto al Viejo Continente. Hay que ensuciarse las manos, como diría el pontífice, para comprometerse en lo público, en lo colectivo, en la democracia.


La opulencia es un camino a la apatía que domina el espíritu. Y entonces se entra en un sótano donde solo cabe el ego y no hay espacio para los demás. Y ya, de este modo, excluimos a Dios. Dios está en nosotros en la medida que somos humildes para reconocer nuestro corazón y enlazamos con la mirada del otro que nos interpela. El valor de la esperanza está en su universalidad.

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