
La placidez de tomarte un cortado un sábado por la mañana mientras lees la prensa, tomarte algo en una terraza de verano, sestear el fin de semana porque dispones de tiempo libre por ser un derecho que ha conquistado tu sindicato de clase y no porque nadie te lo haya regalado o quedarte en casa el sábado por la noche viendo ‘Informe semanal’, eso era el bipartidismo. Un relato emocional de un ciclo histórico que ha marcado, como mínimo, a un par de generaciones. Y que pivotaba sobre una certeza: la estabilidad política que, a su vez, arraigaba en un valor centrípeto. Dada la Historia de España de los siglos XIX y XX, no estaba o no está nada mal. Hablo en presente porque me resisto a que se pierda el valor del consenso; aunque ese consenso ungido en la Transición precisa (para mantenerse vivo) memoria histórica para recordar que la Segunda República fue abatida por un golpe de Estado de unos militares sublevados que, al fracasar parcialmente, derivó en una Guerra Civil. Solo asentando esta premisa, la del pronunciamiento militar contra el orden constitucional y la legalidad republicana de 1931, se preserva el legado de la Transición a salvaguardar.
Por eso Vox es la paradoja de sí mismo. Cuando arremete contra el siglo XX, confundiéndolo todo en aras de ensuciar la memoria democrática, mas luego rescata el pasado imperial de hace cinco siglos, toda una ironía, arremete contra la Transición y la Constitución de 1978. Y, de paso, descoloca al PP. Con la extrema derecha como compañero de viaje de poder, el PP estará secuestrado. El papel de los populares (democratacristianos, conservadores, liberales…) es otro: ejercer de partido dinástico y sistémico del neoturnismo del 78.
Y eso implica que las siglas que están en la oposición, el PP en este momento, tiene el deber de lucir cuál es su alternativa. Es una lógica esencial en el turnismo. Es decir, explico qué modelo propongo sobre unas bases comunes (más o menos) con el PSOE. Dicho en plata, el bipartidismo sin clases medias es imposible. Requiere de un umbral de prosperidad y reparto de la riqueza.
Si el PP no desempeña su rol ‘per se’ sino que, al contrario, está anclado a Vox, no solo pierde potencial y horizontes de poder sino que, además, carcome el relato de la Transición. En la Transición no estaban arrimando el hombro los padres ni abuelos de Vox, eran el búnker franquista. Eran el oponente. Personificaban la resistencia al proceso democratizador. Si todo lo anterior, que se compartió a izquierda y derecha durante décadas, desde el 78 hasta la fecha, se disipa y borra amén de la ultraderecha, adiós al sistema del 78.
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