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Colaboración

Crispación, reacción o respuesta

Esteban Rodríguez

ESTEBAN RODRÍGUEZ GARCÍA 4 Sábado, 01 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 01 de Febrero de 2025 a las 09:47:55 horas

Un cambio que transformó mi vida

A lo largo de los años, he aprendido que no siempre puedo controlar las circunstancias que me rodean, aunque sí tengo el poder de decidir cómo enfrentarlas. La diferencia entre reaccionar y responder no es solo un concepto teórico; para mí, esta distinción ha sido el motor de un cambio profundo en mi comportamiento, tanto en mi vida profesional como en el ámbito social y familiar.

 

Desde el momento en que nacemos, comenzamos a buscar formas de hacernos entender. A través del mecanismo instintivo del llanto, expresamos nuestras necesidades básicas: hambre, incomodidad o cansancio. Lo entendemos como una reacción automática, ya que todavía no tenemos las herramientas necesarias para estructurar una comunicación más compleja.

 

A medida que crecemos, comenzamos a aprender el lenguaje. Este proceso, que parece natural, en realidad está profundamente influido por el entorno que nos rodea. Nuestros cuidadores, las experiencias que vivimos y la forma en que los demás responden a nuestras primeras palabras desempeñan un papel crucial en la manera en que desarrollamos nuestra capacidad de expresarnos.

 

La influencia del entorno en nuestro lenguaje

El lenguaje no solo es un medio para transmitir información, sino también una herramienta para construir nuestra percepción del mundo y, con el tiempo, regular nuestras emociones. Sin embargo, la calidad de nuestro lenguaje, así como la capacidad para usarlo de manera adecuada, depende de varios condicionantes:

 

  1. El entorno familiar: Los patrones de comunicación que observamos en casa tienen un impacto directo en cómo aprendemos a usar el lenguaje. Si crecimos en un entorno donde predominaban las críticas, las discusiones o las palabras cargadas de emociones negativas, es probable que desarrollemos un lenguaje reactivo y defensivo. Por el contrario, un ambiente donde se fomenta la comunicación abierta, el respeto y la escucha activa favorece el desarrollo de un lenguaje más constructivo.

     
  2. La educación emocional: Desde pequeños, nos enseñan las palabras para nombrar objetos y acciones, pero pocas veces nos enseñan el vocabulario emocional. Saber identificar y expresar nuestras emociones (en lugar de simplemente reaccionar con llanto, gritos o silencio) es una habilidad que se construye con el tiempo y que depende en gran medida de cómo los adultos a nuestro alrededor modelan este comportamiento.

     
  3. Las experiencias sociales: Desde nuestras primeras interacciones en la escuela hasta las relaciones en el trabajo y la vida adulta, nuestro uso del lenguaje se ve moldeado por nuestras experiencias. Momentos de rechazo, burla o incomprensión pueden llevarnos a desarrollar patrones defensivos en nuestra comunicación, mientras que experiencias de aceptación y comprensión pueden ayudarnos a construir un lenguaje más empático y asertivo.
     

En el transcurso de nuestra vida, enfrentamos constantemente desafíos, imprevistos y momentos de tensión que nos obligan a tomar decisiones inmediatas. Sin embargo, lo que verdaderamente define nuestra experiencia no es el acontecimiento en sí, sino cómo elegimos enfrentarlo. En este sentido, y desde el ámbito en el que he podido profundizar en los últimos 10 años, psicología positiva, gestión emocional y coaching, se distingue una diferencia crucial entre reaccionar y responder, ya que cada enfoque genera un impacto completamente distinto en nuestra vida emocional y relacional, intrapersonal e interpersonal.

 

¿Qué es una reacción?

Una reacción es, en esencia, un acto impulsivo. Es la respuesta automática e instintiva que surge ante un estímulo externo. Las reacciones suelen estar gobernadas por nuestras emociones más primitivas, como el miedo, la ira o la frustración, y muchas veces no están filtradas por un proceso consciente de reflexión.

 

Por ejemplo, si alguien nos critica en el trabajo, una reacción podría ser responder de forma defensiva o atacar de vuelta, sin pensar en las consecuencias de nuestras palabras. Este tipo de comportamientos, aunque naturales, tienden a intensificar los conflictos y perpetuar estados emocionales negativos.

 

Según los expertos, en términos biológicos, las reacciones están relacionadas con la activación del sistema nervioso simpático, encargado de preparar nuestro cuerpo para la respuesta de "lucha o huida". Si bien estas respuestas son útiles en situaciones de peligro físico, pueden volverse contraproducentes cuando se aplican a contextos cotidianos que requieren madurez y reflexión.

 

¿Qué es una respuesta?

La respuesta, en cambio, es una acción consciente, deliberada y reflexiva. Implica tomar una pausa, analizar la situación desde una perspectiva más amplia y actuar con intención, en lugar de dejarnos llevar por el impulso del momento. Responder requiere que ejerzamos control sobre nuestras emociones, algo que se desarrolla mediante el autoconocimiento, la práctica de la atención plena (mindfulness) y el desarrollo de la inteligencia emocional.

 

Siguiendo con el ejemplo anterior, si alguien nos critica en el trabajo, responder implicaría escuchar con calma, evaluar si la crítica es constructiva y decidir cómo abordarla de manera profesional y empática. Una respuesta adecuada no solo puede resolver un conflicto, sino que también refuerza nuestras relaciones y nos ayuda a mantener una actitud más positiva y centrada.

 

La neurocientífica Nazareth Castellanos en su libro Neurociendia del cuerpo explica que, desde el punto de vista neurológico, este tipo de comportamiento activa el sistema nervioso parasimpático, que promueve la calma, la claridad mental y la capacidad de tomar decisiones más racionales.

 

El lenguaje como herramienta para responder en lugar de reaccionar

La manera en que usamos el lenguaje está directamente vinculada a nuestra capacidad para responder conscientemente en lugar de reaccionar impulsivamente. Cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, el lenguaje no solo nos ayuda a expresar lo que sentimos, sino también a regular nuestras emociones y construir un puente hacia los demás.

 

Sin embargo, (a modo de síntesis ya que sería mucho para este artículo) para que esto sea posible, es fundamental que trabajemos al menos en los siguientes aspectos:

  1. Ampliar nuestro vocabulario emocional:
  2. Practicar la escucha activa:
  3. Elegir conscientemente nuestras palabras:
  4. Usar el lenguaje interno para gestionar emociones:

 

El adecuado uso del lenguaje depende de una combinación de factores internos y externos:

●Factores internos: Estos incluyen nuestras emociones, creencias, experiencias pasadas y nivel de autoconciencia. Por ejemplo, si tenemos una baja autoestima, es más probable que nuestro lenguaje sea defensivo o reactivo.

● Factores externos: Aquí se incluyen el contexto social, cultural y relacional. Las normas culturales, las dinámicas familiares y las expectativas sociales influyen en cómo usamos el lenguaje y en qué tan efectivos somos para comunicarnos.

 

En este sentido, el lenguaje no solo es una herramienta para expresar lo que pensamos o sentimos, sino también un reflejo de nuestro estado interno y de las influencias externas que hemos recibido a lo largo de nuestra vida.

 

El reto está en desaprender los patrones reactivos que hemos adquirido y, en su lugar, construir una comunicación basada en la empatía, la claridad y la intención. Solo así podemos aprovechar al máximo el poder del lenguaje para transformar nuestras vidas y nuestras conexiones con los demás.

 

Esteban Rodríguez García es coach y  titulado en Gestión Emocional y Mindfulness.

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