Por cada perro que se muere, se va una etapa vital tuya. Dejan un hondo vacío. Una orfandad de cariño y hábitos en la convivencia. Los peludos nos alegran la vida. Merecen la máxima atención. No entiendo cómo hay quienes maltratan a los animales. Quien maltrata a las mascotas, no siente. Durante la madrugada de ayer se marchó el mío. Expiró tras un par de horas agonizando. Fue inesperado. Como dicen en la Canarias profunda, le llegó la hora. Y ya no está. Y te embarga la pena.
Hace diez años fui a buscarlo a Arucas. A juicio del que lo tenía, aún muy cachorro, iba ya camino del albergue al día siguiente, a ser carne de cañón perruna en caso de no ser adoptado. Era demasiado grande para su casa. Ahí se unieron nuestros caminos. Hasta ahora. La colección de amores perrunos se agolpa a medida que cumples años. Quedan en la posteridad. Arturo Pérez-Reverte tiene una novela titulada ‘Los perros duros no bailan’ (Alfaguara, 2018) cuya dedicatoria al comienzo la destina precisamente a los perros que ha tenido, los nombra uno a uno. Hermoso gesto. El libro narra andanzas y desventuras de estos animales, clases sociales distintas entre los peludos y demás hazañas callejeras. Es una buena lectura.
Si pueden, adopten. No compren. No contribuyan al mercado, al capricho de la oferta y la demanda como si fueran neveras o cualquier otro tipo de electrodoméstico intercambiable. En el Albergue Insular de Animales de Gran Canaria, que pertenece al cabildo, los tienen de todos los tipos, tamaños y colores. Están deseando que les den una oportunidad, al menos una. Y te devuelven un amor enorme, infatigable e insobornable. Acudan, hagan una visita. Hay más albergues en Canarias, los ayuntamientos también disponen. Y nunca olviden que no son un regalo al uso, un clínex de usar y tirar. Toca cuidarlos, ser responsables.
El mío era un majorero con mezcla de algo. Siempre me quedaba en lo de majorero cuando tocaba hablar de él ante los demás o presentarlo en sociedad con motivo de una visita. Me acompañó más de una década. Y también lo imaginaba en ambientes más rurales, más suyos; como si su destino tenía que haber estado ligado a las alturas, como un perro cumbrero. Arrostrando fríos, noches veraniegas de calor apretado y deambulando por paisajes isleños, allá por los altos de Gáldar o Artenara. Era leal. Adiós, compañero.
Ciudadanolpgc | Martes, 04 de Febrero de 2025 a las 12:08:58 horas
Estoy absolutamente identificado con estas apreciaciones. Salvo una cosa: son animales porque genéticamente así son descritos.
Para mí sin familia. Otra especie, pero familia. Además, su amor, su cariño es incondicional. Es increíble.
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