Llueve en las medianías. Y el frío apura, aunque sea un frío insular, atlántico y acaramelado con respecto al alejado e implacable peninsular. Las cosas en Canarias marchan a otro ritmo, más pausado. Y los cultivos lo agradecen. El archipiélago ganará más cuando recuperemos terreno para cultivar: naranjas, papas, lo que sea. Productos del país canario. Los que compramos en los mercados de Gran Canaria y Tenerife, aquellos que nos convocan cada fin de semana. Y, de paso, adquirimos un vino de los
nuestros. Apegándonos al terruño, adquirimos conciencia del inmenso valor de lo que tenemos.
Recibimos cada año una multitud de turistas que cogen aviones en butacas incomodas durante horas. Huyen del frío, este sí casi polar, para ser recibidos por nosotros con las manos abiertas. Dejan dinero, aunque no tanto como el que quisiéramos. O, quizá, el que dejan se van a cuentas ajenas al sentir del bienestar insular. Lejos de aquí recaen los dividendos, una vez abonadas las magras nóminas de los camareros, cocineros y empleados de los hoteles. Ellas, sobre todo, se desloman arreglando numerosas habitaciones cada jornada. Es la historia de nuestro pueblo.
Santa Brígida también cuenta con su mercado. A veinte minutos en coche de la ciudad. Y los que van desconectan del ajetreo urbano donde las prisas contaminan la placidez de vivir. Sentir las medianías y lo rural, te acerca a las raíces. Unas raíces canarias que precisan de la defensa perseverante de las isleñas e isleños.
El desarrollismo de los sesenta fue mermando el interior. Poco a poco venció la construcción y el sector servicios sobre nuestro campo. Y vino la prosperidad, la deseada prosperidad, al margen de los desatinos y excesos que (en ocasiones) nos invaden; como, por ejemplo, con motivo de la burbuja inmobiliaria donde todos se creían pertenecer a la clase media. Nos dijeron que no había clase trabajadora. El señuelo de la clase media para achicar avances y derechos aún por adquirir, o mantener los ya conquistados con los esfuerzos de las generaciones que nos precedieron. Nunca un derecho fue un regalo. La vida con derechos es más vida. Sin derechos impera la precariedad y, por lo tanto, la inestabilidad emocional. Lo personal y lo familiar se zarandea y queda subyugado al afán insaciable capitalista. La prosperidad del prójimo es también la de cada uno. Ganamos todos. Y Canarias tiene metas sociales todavía por lograr. Se llama conciencia de clase.
























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