
El Dia del Soltero, el Black Friday 2024, apenas unos días y ya estamos inmersos en plenas fiestas de Navidad. Son los últimos baluartes que el consumismo impuso a la sociedad canaria este año, pero hubo más, muchos más: rebajas de enero, de febrero, Carnaval, San Valentín, Día del padre, de la madre, rebajas de verano, rebajas de invierno, Halloween… Pero con estos, además de cerrar el ciclo, contribuimos a cuadrar cuentas ajenas, a vaciar los stocks de fábricas y almacenes, a que orienten las próximas tendencias de consumo y, en definitiva, a preparar la pista de salida para la próxima carrera de consumo del 2025.
Los comercios de los pueblos y de las ciudades, o las grandes superficies comerciales ya no venden a los plazos de la antigua usanza, ni se firman letras o pagarés… porque casi todos los consumidores disponen de tarjetas de crédito o débito de su propio banco, de tarjetas de este o aquel centro comercial con las que se facilita el pago en la forma que mejor convenga. Un monedero de plástico que enmascara la inconsciencia a que nos abocan los expertos en marketing y publicidad, de cuyos excesos nadie protege a la población más vulnerable.
Detrás de esta hipnosis consumista, detrás de esta hiperestimulación a la que inducen las luces y los sonidos de estas fechas, está la pobreza, la exclusión social, el paro, la inflación, los bajos salarios, demasiados problemas, demasiados riesgos y, desde luego, la gran insatisfacción social que amenaza con hacerse permanente.
No queremos ser aguafiestas, ni zahoríes del “resentimiento” de quienes no pueden participar en estas euforias consumistas. Siendo loables y muy meritorias las iniciativas de donación o recogida de alimentos, las campañas de juguetes, el trabajo ingente del voluntariado, tanto a nivel particular como en las ONG. En Drago Canarias creemos que es necesario, además, contraponer a tanta fanfarria un compromiso institucional decidido ante una realidad socioeconómica muy preocupante en las Islas. No son impresiones, son datos tristemente recientes.
Reflexionaba el filósofo Confucio, cinco siglos antes de que naciera Jesucristo, que en un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza, y en uno mal gobernado debe inspirar vergüenza la ostentación de la riqueza. Me temo que, en Canarias, a los distintos gobiernos no les causa vergüenza ni lo uno ni lo otro. Veamos.
El pasado 17 de octubre, Día internacional para la Erradicación de la Pobreza —instituido por la ONU en el año 1992—, se presentó en el Parlamento de Canarias el llamado “Estudio de la Pobreza. Seguimiento de los indicadores de la Agenda UE 2030”, que muestra unos datos relativos a esta Comunidad que causarían sonrojo a cualquier responsable público incompetente en la materia: 750.000 personas están en riesgo de pobreza, el 33.8 % de la población total, y sólo por debajo de Andalucía en este triste ranking del Estado. Además, un total de 1,4 millones de personas manifiestan tener serias dificultades para llegar a fin de mes, el 64,8 % del total de los residentes y un 4,1 % más que el año anterior.
Hay otros datos verdaderamente tremendos, y muy difíciles de asumir por una sociedad que se dice democrática y desarrollada. Cifras que, según recoge también dicho informe, serían aún más escandalosas si no fuesen amortiguadas por la acción de las prestaciones sociales de ayuntamientos, cabildos, Banco de Alimentos, Cruz Roja, Cáritas… que evitan que aquellas aumenten en varios cientos de miles de personas.
Esta situación no es algo inocuo para el desarrollo normal de la sociedad. No es un informe más de los muchos que se manejan, son cifras que apuntan a dramas humanos y a graves disfunciones sociales del día a día de las familias: más de 400.000 inquilinos presentan retrasos en el pago, desempleo, subempleo, economía sumergida, menor consumo de agua y de luz, una dieta alimenticia desequilibrada, deficiente atención a los mayores, índices de fracaso escolar, bajas tasas de conexión a internet, escaso consumo de productos culturales y ocio, emigración forzada, desentendimiento de la participación sociopolítica, alteración de valores y debilitamiento de las identidades colectivas, imposibilidad de tomar vacaciones, nulo margen de ahorro, desigualdades y mayor brecha de género, abandono del medio rural, dificultades para ejercer derechos, de acceder con garantías a la legalidad, a la educación superior, a las nuevas tecnologías… Y, mientras tanto, este gobierno, los anteriores y la vieja política continúan engordando esa máxima perversa de que “la política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí les importa”.
Estos resultados contrastan con el último informe del Instituto Nacional de Estadística —del 18 de diciembre de 2023— en el que Canarias es la segunda Comunidad Autónoma con mayor crecimiento de su PIB en términos de volumen y también de “distribución” por habitante —9,7 % y 13,4 %, respectivamente, sólo por detrás de Illes Balears —12,5 % y 16,5 %—. Unos índices sorprendentes que indican con claridad el suspenso sin paliativos en las políticas de redistribución eficaz de esa teórica riqueza que genera esa bonanza económica.
Un sencillo análisis por sectores indica que el aumento del turismo es la causa de ese avance tan significativo del Producto Interior Bruto de Canarias, pero es socialmente engañoso. El turismo se ha convertido, de facto, en un nuevo monocultivo extractivo, y en el exponente más claro de la economía colonial de las Islas con la inexcusable complacencia del Gobierno de Canarias y los diferentes Cabildos. Lo verdaderamente grave es que, al contrario que ocurrió con los anteriores —caña de azúcar, cochinilla, vino, plátano, tomate…—, la masificación turística genera más población, fuertes desigualdades, abundantes residuos, consumos insostenibles y, en definitiva, destruye absolutamente los frágiles territorios insulares.
Puede que los conservadores vean en estas cifras de crecimiento el nuevo Dorado, y en los índices de pobreza y exclusión el mal menor. Y es de suponer que quienes se dicen nacionalistas, insularistas, canaristas… cuando concluyan ese duelo goyesco a garrotazos en el que andan enzarzados, se sientan concernidos por la gravedad de este informe de pobreza y exclusión social o que, preocupados o no, se inclinen por mirar para otro lado. Porque no nos engañemos, son datos estadísticos que devienen de los años del llamado Pacto de Las Flores firmado por Ángel Víctor Torres, Román Rodríguez, Noemí Santana y Casimiro Curbelo —PSOE, NC, PODEMOS y el comodín de La Gomera— en base a un programa que, entre otras cosas, abogaba por el desarrollo sostenible de Canarias, por la regeneración política o por una política fiscal más justa.
Drago Canarias, sus militantes y entendemos que también los simpatizantes de todas las Islas y territorios, decimos alto y claro que estas cifras nos avergüenzan profundamente, y aun así, abstrayéndonos de responsabilidades ajenas, hacemos un llamamiento para que, de una vez por todas, se enfrente ese gran pacto canario que aborde la transformación progresiva de un modelo económico canaricida, así como la urgente redistribución de la riqueza disponible, que permitan avanzar en la erradicación de esa lacra que es la pobreza y la exclusión social. Un pacto que transmita a la ciudadanía que hay esperanza, que hay solución, en definitiva, que hay un futuro más justo y sostenible para Canarias.
Ese es nuestro compromiso.
Héctor Morán es secretario de Organización y Confederalidad de Drago Canarias






















Monsi | Domingo, 05 de Enero de 2025 a las 12:12:13 horas
Buen artículo. Lástima que ya haya visto muchas veces con distintas siglas todo lo que usted dice. El sistema político es el problema. Cuando se vota se legitima, por tanto, se valida un mal sistema. Los buenos gestores no están en la política.
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