
Fue el pasado sábado por la mañana, en la cola para pagar de una de las ferreterías de Santa Brígida, vi su rostro y escuché su cloquido. No tuve duda. Y me lancé: ¿Eres la hija de Pedro? Me dijo que sí, sorprendida por el asalto inesperado mientras se le enrojecieron los ojos por el recuerdo mañanero a su padre, Pedro Lezcano, en medio del ajetreo de las fiestas navideñas, tras más de dos décadas ya muerto. Le confesé enseguida que soy admirador de su progenitor. En realidad, la mayoría de las isleñas e isleños lo somos.
Pedro Lezcano (1920-2002) vivió su última etapa en Santa Brígida. Su casa está en un pasaje peatonal doblando la esquina de la calle Tenderete, santo y seña satauteño donde la gente queda a tomar algo, pasea, comprueba los cupones de la ONCE premiados la noche anterior, brotan las conversaciones y depositan las cartas de amor en el buzón de la oficina de Correos y Telégrafos, si es que aún quedan cartas de amor, si es que todavía permanece latente el amor… Murió un 11 de septiembre, justo un año después de los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York. ¿Cómo viviría Lezcano aquellos acontecimientos viendo el televisor en el salón de su domicilio? Una vivienda, ya vendida a terceros, que ojalá el cabildo rescatase como museo, abrigada por un patio espléndido por lo que se observa desde fuera. Me gustaría conocerla por dentro, recorrerla y protegerme a la sombra de sus arbustos; cómo hubiese querido parlamentar largo y tendido con Lezcano, en tantas tardes veraniegas donde las horas se saborean con la pausa que precisa la vida.
Quizá me crucé con él por el casco de Santa Brígida una o varias veces, mas (desgracia la mía) no supiera quién era, lo que significaba para Canarias. No tenía la madurez suficiente para advertirlo. Lo que sí recuerdo perfectamente es cuando, siendo adolescente, me enteré de su fallecimiento. Estaba en el coche, en el asiento del copiloto, justo detenidos en el semáforo que está al lado de la Base Naval de Las Palmas de Gran Canaria. Y en la radio soltaron a bocajarro la noticia, tuvo que ser una oyente que entró en directo porque la propia presentadora se sorprendió y se apenó de su despedida.
Lezcano fue polifacético. Es el poeta, el dramaturgo, el ajedrecista, el buceador, el gestor de imprentas y el político ingenuo y cándido que llegó a ser diputado (1987-1991) y presidente del Cabildo de Gran Canaria allá por los noventa alzándose en estandarte cultural de la izquierda de nuestra tierra. Uno de esos perfiles que se antoja hoy imposible que tengan cabida en un espacio partidista hipotecado por la sobreprofesionalización y la degradación espoleada por la mediocridad.
De vuelta a casa me acordé de su poema titulado ‘De la amistad’, en esos versos donde reza que, después de muerto, será inmortal si algún amigo le erige un buen recuerdo, y guardarán silencio… Eso pasó, con la hija, el sábado en las medianías de Gran Canaria. Gracias, Pedro. Por cierto, Delia, tenemos pendiente un café.
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