
Tardaron dos días en darme la cita en el ambulatorio. No sé fue si mucho o poco. Allí acudí, puntualmente. Y enseguida me llamaron. Crucé la puerta. Y estaba la doctora al otro lado para preguntarme qué me sucedía. Le conté que un largo pesar me acompaña en el tiempo, que me impide dormir y que el vacío existencial no hay forma de combatirlo, que se antoja como una laguna hambrienta e insaciable que contamina la mente. La médica, con la que me he tropezado algunas veces en el supermercado, con sonrisa y saludo incluido, me comentó que ella también tenía lo suyo. Que otra tristeza le rondaba en la vida desde hace meses, que se siente incapaz de protegerse ante los fantasmas del pasado, su pasado, que resurgen ahora caprichosamente.
La escuché atentamente. Se sintió aliviada. Fue alargando la conversación sin que la cola de pacientes que aguardaba fuera importara. ¿Para qué las prisas si ya nada tiene sentido? Le dije que necesitaba desconectar de su labor médica, que tenía que coger la baja. Que la vida se va, y que en aquel cubículo en el que recibe a los enfermos la dicha se evapora. Su rostro se iluminó con entusiasmo. Dio un brinco presta a marcharse, si bien antes le pedí que me dejara la bata sanitaria y que no cerrase la puerta al salir.
Di la vuelta a la mesa y ocupé su asiento. Me sentía pletórico con mi nuevo desempeño médico, tan inesperado, tan grandilocuente. Comencé a llamar al resto de pacientes. Nadie notó nada. El ahora doctor fue entablando complicidades con ancianos en soledad, personas de mediana edad que atraviesan el divorcio, jóvenes incomprendidos ante la sociedad de la falsa belleza… En una tarde conocí todos los casos: separaciones, problemas laborales, alcoholismo, ludopatía… A los que trabajan les decreté la baja. Les dije que el capitalismo nunca reconocerá sus esfuerzos, que no hay horas extraordinarias ni dinero suficiente para compensar la desidia de los cementerios. Que se marchasen por unos meses. Que no volviesen a la consulta, a mi consulta, hasta llegado el verano. Que este doctor solo quiere conocer de abrazos y besos, de afectos. Que no les iba a recetar nada. Cuando cayó la tarde, deposité la bata a buen recaudo y apagué el ordenador para marchar rumbo a la calle ya con el centro de salud en plena soledad. En portería me dijeron que se había multiplicado las peticiones de cita para el resto de la semana. Aunque mañana no sé si iré a pasar consulta, mejor me quedaré en casa.
Pepe Rodríguez | Sábado, 28 de Diciembre de 2024 a las 18:40:46 horas
Desde que leí que en dos días le dieron la cita supe que era una inocentada.
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