
En unos días se retirará de la vida institucional, de la primera línea partidista, que no de la política, José Miguel Bravo de Laguna. Uno de los primeros espadas de la historia de la autonomía en Canarias. Mandó, y mucho, en el PP de las islas; hasta la llegada de José Manuel Soria con el que tuvo su propia pugna. Pasado el tiempo, el propio Soria rescató (o quizá aceptó el deseo directo de Mariano Rajoy) de que Bravo de Laguna fuese candidato al Cabildo de Gran Canaria en 2011. Entonces llegó la ola electoral (la última del bipartidismo clásico) a favor de los populares, y dicho y hecho: presidente por un mandato en la Casa Palacio de Bravo Murillo. El problema vino luego para la derecha en Gran Canaria, cuando en 2015 no validaron que repitiese como cabeza de cartel y derivó en una fragmentación del voto al crear el de Bandama su propio partido.
En el perfil de Bravo de Laguna hay una clave primordial: fue un hombre de UCD. No pasó después por el CDS de Lorenzo Olarte, no prosiguió con Adolfo Suárez. Mas tanto un espacio como el otro (UCD/CDS) fue el caballo de batalla noventero de José María Aznar por conquistar ese centro que le llevase a La Moncloa en 1996, tras derrotar a un ‘felipismo’ que resistió y estaba implementado en España. Sin ese paso previo, el ‘aznarismo’ nunca hubiese accedido al poder.
Antes de que finalice 2024, Bravo de Laguna (el expresidente del Parlamento de Canarias y del cabildo grancanario, entre otras cosas) dejará la Alcaldía de Santa Brígida, justo el municipio con la renta per cápita más alta del archipiélago, en contraste con el palmero de Garafía. No habrá sobresaltos en el traspaso del bastón de mando. Y así será por la personalidad del propio aludido, porque supondrá la mejor manera de cerrar su largo ciclo político desde la Transición y, además, porque el pacto funciona. Y, atención, es un pacto de una persona de centroderecha con Ando Sataute (en la órbita ideológica de Antonio Morales) y el PSOE. Vamos, naturales competidores que, pasada la cita con las urnas, como buenos demócratas con capaces de sentarse a dialogar y pactar desde las legítimas diferencias que atesoran los unos con los otros. De eso va la democracia.
Cuidar la Constitución, las esencias de la democracia representativa y las libertades y derechos es una prioridad. Están siendo erosionadas por diversos fenómenos. Preservar el legado democrático y el del autogobierno en Canarias obliga a los mayores esfuerzos. Talantes y forjas públicas como el de Bravo de Laguna recuerdan su importancia.
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