
(Para mi excelente amiga Carmen Dolores Arencibia Martín).
En otro tiempo y en otro lugar hemos escrito sobre la importancia de las huertas y jardines de la Ciudad de Telde en general y, muy particularmente en el Conjunto Histórico Artístico de San Juan y San Francisco, cuyos límites coinciden con los mismos que tuvo, en el pasado la Zona Fundacional de nuestra Urbe, entiéndase como tal la llevada a cabo por los castellanos tras la conquista de la Isla ocurrida entre 1478-1483.
No han sido pocos los visitantes y viajeros, que al deambular por sus antiguas calles y callejones se dieron de bruces con sus altas tapias, anejas a otras tantas construcciones domésticas, que en su conjunto, formaban los hogares de nuestros conciudadanos. Los edificios dedicados al hábitat familiar se dividían, por entonces, en dos grandes grupos: El primero de ellos formado por un conjunto de casas, cuyas superficies medias superaban los 250 o 300 metros cuadrados. Todas ellas de dos plantas, distribuidas en torno a un patio central, que sólo en algunas podían ser dos.
Esos espacios eran cuadrangulares o rectangulares, acomodándose así al solar preexistente. Una más o menos amplia galería porticada se abalconaba en el piso superior, sujetada por unas pilastras de madera ateada, cuyas bases eran cuerpos de cantería levemente decorados y coronadas por zapatas del mismo material que el fuste, simulando volutas o cuernos de cordero. De finales del siglo XV a mitad del siglo XIX esa imagen no cambió, pero a partir de ahí, muchas familias optaron por cerrar con altas cristaleras todo el frente, convirtiéndolas en espacios cubiertos, evitando así las inclemencias del tiempo y aprovechándolas como lugares de reunión, debido a la paz y sosiego que transmitían, pues en algunos casos albergaban pequeños invernaderos, en donde el helecho de a metro, las orquídeas, las violetas y otras plantas delicadas, se daban con suma prestancia. Los muebles allí existentes solían ser de los llamados de terraza, realizados a base de mimbres o cañas, la mayor parte de las veces sillón largo dual combinado por dos o más sillones individuales. La perezosa o mecedora, destacaba por estar posicionada en el mejor lugar.
Algunos domicilios particulares, poseían patios en forma de ele, abriéndose en dos de sus lados hacia amplias huertas o jardines, esto sucedió en la casa de los Quintana Zumbado, la mansión del doctor en Medicina don Juan Castro y los hogares familiares del también doctor don José Brito, así como el de la familia Chil Naranjo (Don Gregorio Chil y Naranjo, célebre Médico, Antropólogo y Arqueólogo, fundador de La Sociedad Científica El Museo Canario). Idéntico caso es el que mantiene hasta el día de hoy la casa solariega de don José Martín Calderín y su esposa doña Dolores Jiménez Quintana, bisabuelos de los actuales dueños, los hermanos Arencibia Martín.
Este más que notable propietario agrícola teldense, tenía su hogar familiar en la antigua Calle de La Cruz, hoy Licenciado Calderín, además una amplia huerta-jardín que corría a lo largo de dicha rúa, dirección Este-Oeste, hasta encontrarse con el callejón de El Duende. Así lo heredaron sus hijos don José y doña Dolores Martín Jiménez. Después de la partición pertinente quedó de la siguiente manera: La casa principal y parte de la huerta para José y, el resto de la misma con una segunda vivienda dando fachada a la anteriormente mentada calle de El Duende para doña Dolores. Tras la muerte de ésta, sus hijos y herederos, don Rafael y don Juan Jiménez Martín, vendieron dicha propiedad al Cabildo Insular de Gran Canaria, quien a principios de los años ochenta del pasado siglo XX, la adquirió para lugar de recreo de los infantes internos del Centro de Acogida de Menores Santa Rosalía, establecimiento de beneficencia, que justamente quedaba en frente de dicho espacio rústico. Fue entonces cuando se creó una zona bellamente ajardinada, derribando los tapiales en sus contorno y colocando en el lugar de éstos, un medio muro, sobre el cual se dispuso una empalizada que dejaba a la vista del viandante su interior.
Otras transformaciones sufridas por esa porción de la antigua huerta, fue el cambio sustancial de elementos vegetales. En un principio existían allí varios ejemplares de árboles frutales, cítricos en su mayoría, plataneras y algún que otro papayero (Todo ello regado a manta gracias a la generosas aguas de la Heredad de El Chorrillo). Los esbeltos aguacateros de frondosa copa, aún permanecen y, a éstos actualmente le acompañan otras plantas ornamentales más propias de jardines que de huertas. Así mismo, se diseñó un pequeño parque infantil con senderos serpenteantes, en torno a un diminuto lago que cuenta con un gracioso puentecillo de madera. Toboganes, columpios y otros juegos crean un mundo de fantasía con la funcionalidad de alegrar a la chiquillería.
En la década de los ochenta y noventa, el parque tenía como atracción complementaria unas jaulas en las que se mostraban curieles (Cobayas), pájaros de diferentes procedencias, loros… Pero la verdadera protagonista de ese pequeño zoológico era Lulú, una joven ejemplar de chimpancés que hacía las delicias, con sus acrobacias y pillajes, de niños y adultos.
El Ayuntamiento de la Ciudad de Telde, usufructuario del lugar, por decisión del Cabildo de Gran Canaria, después de recibir varias quejas y denuncias ante el SEPRONA por sus usuarios adultos, dado el grave estado de hacinamiento que sufría la anteriormente mentada chimpancé, trasladó ésta al cercano Parque Urbano de San Juan, a unas dependencias de mayor superficie. Algo más tarde, los veterinarios aconsejaron su marcha a un centro especializado en estos mamíferos, existente en la Península. De ahí que los nuevos visitantes se extrañen de su nombre popular: Parque de Lulú, pues nada saben de nuestra querida simia. Y cada día se genera la confusión de si el parque es el de Lulú o el de Santa Rosalía, o peor aún si se trata de un solo parque o son dos.
Hemos de confesar que desconocemos si la actual Ley de Protección Animal no permite la existencia de jaulas o cualquier otra dependencia habilitadas para la vida de pájaros, cotorras, loros, curieles (Cobayas), etc., pero hemos sido testigo de cómo éstas desaparecieron del lugar. Dejando a los peques para que conocieran a esos protagonistas de la fauna, a través de la televisión, móviles o cualquier otro sistema audiovisual.
Desde luego la supresión de las jaulas puso muy contentos a algunos y dejaron perplejos y desconsolados a otros. Al Ayuntamiento le ahorró alguna cantidad de dinero y no pocas preocupaciones, ya que ni tenía que preocuparse de la alimentación, ni de la limpieza, ni de la vigilancia, y mucho menos de la sanidad e higiene de los animales y del lugar. Algo por el estilo sucedió en el Parque Urbano de San Juan, del que hablaremos más adelante.
Con respecto al aspecto general del lugar, si no es de sobresaliente, sí es de notable alto. La limpieza es digna de aplauso y su mantenimiento general está a la vista de todos que participan de nuestros elogios.
El Parque de Santa Rosalía es uno de los rincones más entrañables y coquetos de la ciudad. Lugar de remanso para propios y extraños, solar de recreación infantil y ejemplo de gusto exquisito por la naturaleza, aunque ésta se presente como dominada, al decir de los expertos británicos en jardinería. ¡Ojalá, en otros tantos lugares de nuestro municipio se creen parques tan intimistas y recreativos como éste!
¡Una idea! En el Barrio de San Antonio del Tabaibal, el Ayuntamiento de Telde posee una propiedad agrícola, que formó parte de la Hacienda o Cortijo de Las Tres Suertes, cuyos últimos dueños fueron los herederos del prestigio abogado don Felipe de la Nuez Aguilar, y anteriormente, parte del Mayorazgo de la noble familia de los Castillo-Olivares. Los que son del lugar y los que por ahí hemos pasado muchísimas veces, no nos explicamos cómo los organismos públicos locales no han hecho algo de provecho en ese paraje. La casa principal, el almacén y los alpendres se han dejado de la mano incívica para destruir todo o sustraer las piezas de valor como ha sucedido con las losas y peldaños de cantería gris de Arucas. Una biblioteca saqueada y destruida en gran parte por la ignorancia de unos y la desidia de otros. Así mismo, vemos con espanto cómo los dueños de lo ajeno intentaron que el infierno fuera a más, prendiéndole fuego a parte de su estructura de madera, existente en techos y pisos altos.
Hace años, cuando el Ayuntamiento se quedó con la propiedad en compensación por permitir la urbanización de la finca adyacente, éste Cronista pidió, rogó, suplicó al alcalde y concejales del Consistorio que habilitaran esos espacios como un Centro Interdisciplinar, en donde tuviera cabida todas las indicativas culturales con falta de espacio en el resto del municipio. Así mismo, se señalaba la cercana huerta-jardín como lugar para crear un enclave naturalista que recreara lo que en un pasado allí había y que no era otra cosa que un jardín romántico, en donde se daban a las mil maravillas las plantas medicinales que hicieron famoso el lugar. Pero créanme, lo tengo más que comprobado, si algo no quieren ustedes que se lleve a buen fin, lo mejor es que lo pida el Cronista Oficial de la Ciudad, pues estén ustedes seguros que jamás habrá un político local que le haga el menor caso. A tiempo están todavía para dejarme por mentiroso, sólo tienen que ponerse a trabajar en el asunto, después de más de veinte años de no hacer nada.
Deseamos expresar nuestro agradecimiento a nuestra amiga Carmen Dolores (Maricarmen) Arencibia Martín, proveedora de toda la información necesaria para confeccionar la parte de este artículo referente a la Huerta-jardín de su bisabuelo don José Martín Calderín.
























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