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Primera Plana

Cuidado con los odios

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL 1 Domingo, 01 de Diciembre de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 01 de Diciembre de 2024 a las 07:48:15 horas

No es lo mismo que te lo cuenten o lo estudies a vivirlo y sentirlo. Pueden ser complementarios. Pero lo segundo adquiere una viveza mayor pues se siente y, por tanto, descoloca. El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 de Francisco Franco y sus conmilitones contra la legalidad y el orden constitucional de la Segunda República, acaeció un sábado en el calendario. Sí, un sábado que (en principio) tend[Img #1017475]ría que haber sido una jornada más de mercado, café en terrazas y paseos en la España de entonces. Y no lo fue. Y nosotros hoy lo comprendemos. Y, sin embargo, nunca podremos asumir (naturalmente) la conmoción que supuso para los que experimentaron aquel verano. Tuvo que ser perturbador, sumamente preocupante para la sociedad civil y la gente de bien, las personas de buenas intenciones.


En el presente en el que reina el sectarismo y el reparto de carnés de inmaculada razón ante el resto, al galope de la instantaneidad y las redes sociales, conviene rescatar que no todo es negro o blanco. Que hay numerosos grises, matices, puntualizaciones y contraargumentos. Esa es la democracia. Mas hay que cuidarla. Sobre todo, porque el odio lleva al odio. Otrora se mataron, entre 1936 y 1939, por no mentar la salvajada represión de la dictadura franquista una vez terminada la Guerra Civil. No hubo piedad, no concurrió la reconciliación. Tocó esperar hasta la Transición. 


El odio no se genera de un día para otro. Va gestándose poco a poco a modo de un veneno en la sociedad que se inculca por la degradación que comporta el totalitarismo y la puridad pretendida de los que creen estar en las atalayas de la verdad suya inalcanzable para terceros. Por tanto, en 2024 se dispara el odio de la misma forma (o más) que en el periodo de entreguerras europeo. No nos matamos, es verdad, pero da asco ver cómo proliferan los insultos en los gallineros de internet. La exclusión ‘per se’ del que piensa distinto. Se espolea una espiral de autoconvencimiento donde no cabe la discrepancia o que la otra persona te convenza. Sin eso, no hay democracia. Es algo elemental.


Qué mala dinámica demócrata debe ser aquella en la que siempre, y digo siempre, uno tiene la razón y el otro se equivoca. O eso nos hacen creer desde el pretendido ágora digital. Y sabemos que no es verdad. Que es una apariencia que nubla el pluralismo político y, por ende, la razón de ser demócrata.

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