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Domingo, 16 de Noviembre de 2025

Actualizada Domingo, 16 de Noviembre de 2025 a las 09:35:53 horas

Primera Plana

La tortura política

Columna de Rafael Álvarez Gil

RAFAEL ÁLVAREZ GIL 1 Domingo, 24 de Noviembre de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Domingo, 24 de Noviembre de 2024 a las 08:03:21 horas

Después de un día viene otro. Tras un vacío existencial le sucede otro nuevamente. Así, poco a poco, aunque a ritmo mayor a medida que avanza la vida y nos hacemos adultos y ancianos, se clarifica el alma ante la vida, que es su reto. Si no lo han leído aún, porque me viene a la memoria ahora, tras haberla leído en su día, no dejen de hacerlo: ‘Pedro y el capitán’. Es una obra de teatro corta, escrita por Mario Benedetti. Y narra el avance de dos personajes, torturador y torturado, a la vez que se ahonda en el interrogatorio, nada democrático desde luego.

 

Cuando la máxima cristiana reza que en el pecado va la penitencia, es esto también. Es decir, la maldad no[Img #1017475] puede triunfar ilimitadamente pues le llega un límite que le impide ser efectiva. Vamos, que hasta el propio factor economizador del esfuerzo de ser malo acaba por tropezarse con la imposibilidad de sacar rédito (si es que lo tiene) de la propia maldad. Parece una carambola y, sin embargo, es una realidad de vida. Tajante, inevitable. Sentenciadora.

 

Torturar a otra persona es, entonces, torturarse a uno mismo. Por tanto, hacerle el mal al otro es, a fin de cuentas, hacérselo a sí mismo. Ninguno lo sabe. Pero acaba ocurriendo. La maldad, la tortura, tiene billete de vuelta. Esta pieza teatral de Benedetti nos deja esta lección. Por lo que el torturador no puede serlo eternamente o, si lo es, cada vez está más alejado de la realidad de la que se ha distanciado pecando (que en el mundo antiguo procede el término pecar de fallar la puntería con el arco).

 

Ser buena persona puede que no sea rentable. O sí. Opiniones habrá al respecto. Lo que es evidente es que la máxima expresión de la maldad, por mucha potencialidad que concentre, no resiste el paso del tiempo. Por consiguiente, el malo y el torturador terminan siendo derrotados aunque hayan pagado terceros un alto precio en el camino. Todo esto conviene tenerlo presente cuando los hay que se abonan a carcomer la convivencia colectiva en el espacio democrático que no hemos otorgado. Disentir no implica distanciarse. Al contrario, se puede tener una relación mejor y más afín con alguien que piense distinto que con uno con el que ideológicamente se coincida. Y si esto es así a nivel personal, ¿por qué los políticos no ponen de su parte para encontrarse mutuamente? E invoquen a la sensatez por salud democrática.

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