
Muy cerca de Canarias prosigue la guerra entre Marruecos y el Frente Polisario. Sí, a apenas 100 kilómetros desde las islas, algo más, ya se violan derechos humanos. Hay represión y presos políticos. La ocupación de Rabat de lo que llama sus provincias del sur, ha recibido una alegría sobrevenida con la victoria de Donald Trump. Fue justo este, en su primer mandato, el que reconoció la soberanía marroquí del Sáhara Occidental como la mejor opción. Luego le siguieron otros gobiernos, entre ellos Pedro Sánchez que lo hizo en soledad, sin el concurso entonces de Unidas Podemos o de lo que hoy es Sumar, porque esta plataforma tampoco ha enmendado al PSOE en esta materia.
Mohamed VI se entusiasma con que el magnate esté en la Casa Blanca con la misma intensidad con la que lo hace Vladímir Putin y Benjamín Netanyahu. Son conflictos geopolíticos distintos. El último comporta un genocidio desde hace unos meses contra el pueblo palestino por parte de Israel. Pero los tres tendrán el paraguas de la Administración Trump durante los próximos cuatro años. Que no es poco.
El Derecho Internacional es víctima de este caos que el mundo arroja después de la pandemia. La ONU y las reglas jurídicas no operan con efectividad. El mundo que nació tras la Segunda Guerra Mundial decae y se nos va de las manos. Impera la incertidumbre y nos traerá más disgustos. Ya se encargará el mismo Trump de hacérnoslo ver. La duda es a qué precio. Y sus consecuencias se notarán en todas las latitudes pues hablamos de la primera potencia. También su eco alcanzará Canarias.
Al Frente Polisario solo le cabe, a efectos prácticos, continuar la guerra. Tiene Argelia. Pero no a Putin. O solo lo tendrá en la medida que Argelia presione. Y quizá, solo quizá, Putin le haga ver indirectamente a la Administración Trump que no es mala idea darle oxígeno al pueblo saharaui. La victoria de Trump cae como un jarro de agua fría sobre los campamentos de refugiados en Tinduf. Es para sentirlo por ellos, para solidarizarse fraternalmente. Han recibido el rechazo del republicano, Sánchez y Emmanuel Macron. Son los débiles incuestionables. Aunque siguen convencidos en su legítima causa. No van a tirar la toalla. Les va la vida en ello, nunca mejor dicho. Casi resuena en Canarias el resuello de su lucha cotidiana. Están aquí al lado.
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