
Arturo Pérez-Reverte anda de gira de presentación de su última novela: ‘La isla de la mujer dormida’ (Alfaguara). Lo que comporta el tradicional baile por los medios de comunicación a son de entrevistas y encuentros. Y entonces brota el Pérez-Reverte de siempre, el reportero que conocimos en ‘Territorio comanche’. Una persona que no se casa con nadie, que tiene su propia opinión. Y que quizá por ello recibe desaprobaciones a varias bandas. Aunque suele salir airoso. Desde hace un tiempo es denostado desde ciertos banquillos políticos. En ocasiones, se equivoca en lo que expresa. Especialmente, al inmiscuirse en charcos políticos. Mas Pérez-Reverte, además de buen escritor, tiene garra, fuste y personalidad labrada por sí mismo. Y esto lo hace especial.
Soy lector suyo desde hace mucho. Y, como ocurre con otros tantos autores, hay libros que me gustan más y otros menos. Lo habitual. Pero está consagrado, por derecho propio, en el panorama literario. Haber sido periodista, corresponsal de guerra para ser más precisos, le otorga un cariz de conocimiento ante los reveses que resulta útil y le permite arrojar sugerencias y visiones en los platós de televisión y por donde allá ande de medio en medio. Comprometido, aguerrido.
Me haré con un ejemplar de su última obra. Y espero que sea de la lista de los títulos que me agrada o, a veces, de la que me hace leerlos de un tirón. Con todo, seguro que asomará entre línea y línea, párrafo a párrafo, ese Pérez-Reverte único, tan especial y característico. Un personaje real, muy real, e inusual. El que distingue, el que no se deja adoctrinar ni adoctrina. El librepensador rutinario y andante por esos mundos de Dios. La pluma afilada del que es capaz de dar un zarpazo elegante e implacable con su texto.
Él atesora 72 años. No tiene que rendirle cuentas a nadie. No le quedan hipotecas vitales por saldar. Es libre. Es más libre que otros. Y habrá cumplido con la mayoría de anhelos y objetivos que oteó. El veterano corresponsal de guerra, el que estuvo en Yugoslavia, tiene mucho que contar. Creo que va a novela por año. Es meritorio. Es disciplinado. Recibe críticas. Algunas injustificadas. En cambio, guarda cartas para sortear embestidas y puñaladas de las persona de mala baba, de los guiados por la maldad. Porque la vida es eso: superar obstáculos, crecerse ante la adversidad. Y morir con dignidad.
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