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Relato corto

Los niños siempre dicen la verdad

JUAN JOSÉ BENÍTEZ HERNÁNDEZ Lunes, 04 de Noviembre de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Lunes, 04 de Noviembre de 2024 a las 08:25:21 horas
Imagen cortesía de Francisco Javier García PadrónImagen cortesía de Francisco Javier García Padrón

Estaba sentado, como cada día, en el renovado banco que habían puesto en el rellano del portal del viejo edificio. Pasaba allí horas escondido tras la celosía de cemento, oculto a las miradas de los que transitaban por la calle. Algún vecino curioso le preguntaba qué esperaba allí a diario. Y él, socarrón, le decía que «esperar a que vengan a buscarme». Porque se sentía pobre y abandonado.

 

La muerte de su compañera, hacía ya unos años, y el vuelo de sus hijos al extranjero en busca de una vida mejor con los estudios que él les pagó, le habían dejado solo consigo mismo. Y allí, detrás de la celosía de cemento que le impedía ver el bosque de edificios, se imaginaba lo que no distinguía. En otro tiempo, habría inventado historias de la gente que pasaba, de los edificios que se tambaleaban, o sobre la lluvia que limpiaba la calima. Pero, ahora, no tenía a quién contárselas.

 

Desde hace unos días, cuando empezaron las clases, un pequeñajo se sienta a su lado cuando la abuela le trae del colegio. Ella, sin preguntar, le deja allí y, al cabo de un rato, llega su hermana del instituto y se lo lleva para la casa.

 

Él ya no quiere hablar con nadie, y no le hace caso a las preguntas curiosas del chinijo. Pero no piensen que eso le impedía al niño seguirle interrogando. Así que era un alivio para nuestro protagonista cuando su hermana llegaba y, muy amablemente, como buena adolescente, se lo llevaba cogiéndolo del brazo, sin saludar, y sin mirar nada que no fuera su móvil.

 

Pero, hoy, todo cambió. El niño consiguió llamar su atención apenas unos minutos antes de que llegase la móvil-dependiente. Entre pregunta y pregunta, le dijo:

 

—¿Sabes? De mayor yo quiero ser como tú.

 

Pasada la sorpresa inicial, y captada por fin su atención, le habló por primera vez. 

 

—¿Por qué?

 

—Porque eres rico.

 

—No, yo no soy rico, pequeño.

 

—Sí, si lo eres. No trabajas, pasas aquí el tiempo que quieres, puedes hacer lo que te dé la gana, nadie te manda, y puedes marcharte cuando quieras. Sí, eres muy rico —le volvió a decir, antes de que el brazo arrastrase el resto de su cuerpo junto a su hermana.

 

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