Más muertos que Atocha

Solo el pueblo salva al pueblo. Las largas columnas de voluntarios acudiendo caminando para ayudar a los pueblos afectados, es de una potencia formidable. Arroja un caudal de emoción colectiva inigualable. Es el lado positivo después de la tragedia. Pedro Sánchez compareció ayer desde La Moncloa para ofrecer todo lo que haga falta, mas la Comunidad Valenciana debe solicitar la ayuda. Lo que no se entiende es que aún Carlos Mazón vaya a remolque de los acontecimientos. No se concibe en el sentido de que no reacciona y no asume que no prepararse debidamente para la DANA ha sido un craso error por parte de la administración que dirige. ¿Llegará la asunción de responsabilidad política?

Como mínimo 211 fallecidos se contabilizaban ayer. La cantidad de desaparecidos hace presagiar que esta cifra puede aumentar considerablemente. Ya se supera el número de víctimas de los atentados de Atocha de 2004 en los trenes de cercanías de Madrid. Estamos ante un punto de inflexión que a ver cómo se canaliza políticamente. El PP está desbordado. Tanto que el propio Alberto Núñez Feijóo parece asumir que no es su turno y rebaja, por tanto, su exposición inicial para trata de criticar al Estado.

Cada hora se agudiza la intensidad del drama. Pero si estamos ante un acontecimiento cuya mortalidad rebasa la de 2004 en Atocha, obra del terrorismo, digerir esto no será fácil para Mazón y sus correligionarios populares. Los avisos de alarma llegaron tarde. La ciudadanía no fue preparada. Los trabajadores tuvieron que cumplir con sus horarios, no fueron enviados a casa por las empresas. Todo un dislate. 

Los ‘parkings’ pueden ser atroces cementerios en este momento. Lo que se encuentre dentro será una descomunal constatación de la muerte, cadáveres por recuperar se otea como tarea pendiente. Y no todos los dirigentes políticos están a la altura. ¿De qué vale el autogobierno si no lo practicas tanto cuando vienen bien como mal dadas? Mazón está tardando en dejar en manos del poder central la cobertura de la crisis. Se le va de las manos. Intenta ceñirlo a su quehacer pero es tal la gravedad de lo sucedido que le es contraproducente. Hace falta humildad para que acepte que se equivocó, por un lado, y también que necesita del Gobierno estatal, por el otro. Solo así se podrá salir del atolladero, poco a poco. Con mucho llanto.