
La desigualdad social aumenta. El salario ya no es elemento corrector. Las rentas del trabajo son cada vez menos importantes ante las rentas del capital. La desigualdad irá a más porque lo que distinguirán a unos con respecto a otros, por cada generación, no será la nómina sino las propiedades que hereden. El ascensor social está roto desde 2008. Y no tiene pinta de que arreglen la avería. Hace falta voluntad política. Y no la hay, o no concurre la suficiente.
Ayer en Madrid la manifestación fue un éxito a favor de la vivienda como un derecho y no como un bien de mercado. La especulación orgásmica de la vivienda a manos de los fondos buitres y el virus del alquilar vacacional, está dejando a las clases medias y trabajadoras sin acceso asequible a un techo. Alarmante. Los rostros de la ciudadanía que recorrió este domingo las calles del centro de Madrid son netamente jóvenes. Vuelve la implicación. Poco a poco, pero retorna. Solo desde lo colectivo se avanza en derechos y se subsanan las problemáticas públicas. En lo individual no se obtiene nada, es el triunfo del neoliberalismo que anestesia a los menos pudientes.
¿Cuántos sueldos son necesarios para alquilar una vivienda en condiciones? Y digo alquilar, no hipotecarte. En Canarias se ha convertido en una odisea mientras padecemos la colonización posmoderna de los extranjeros que compran a tocateja en las zonas turísticas y pueblos del sur de las islas. Viven si acaso solo unos meses, los que les convienen, el resto está vacía o la alquilan a terceros. Negocio redondo. Es nuestro suelo. Y es limitado. Es una isla.
La pancarta ayer de Comisiones Obreras en la manifestación rezaba: Trabajamos para vivir, no para sobrevivir. Ese es el punto de inflexión, vivir o sobrevivir. La Gran Recesión de 2008 nos dejó la figura del trabajador pobre. Es decir, aquel que aun teniendo nómina no vive en condiciones dignas. Pero sigue trabajando de esa manera porque no le queda otra. Porque mejor eso que nada, como sustenta la cantinela patronal que aboga por la precarización creciente y la retirada de los derechos sociales que se ganaron en el Viejo Continente gradualmente tras la Segunda Guerra Mundial. La vivienda es la proyección de lo que queremos ser, al menos en gran parte. Atesora las expectativas, también las de la pareja. Muchos juegan al Monopoly.
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