Escuchar a Felipe González y Mariano Rajoy siempre es interesante. Otra cosa es que se coincida o no con el diagnóstico. Ambos fueron protagonistas de la inauguración de la VI edición del Foro La Toja Vínculo Atlántico, y se sirvieron de la cita para defender las bondades del bipartidismo, que las tiene, pero también un lado adverso tras cuatro décadas de funcionamiento. Es decir, algo dejó de funcionar (hace una década) para que PSOE y PP no concitan el agrupamiento de voto de antaño. Que lo tuvieron, y alto, hasta las elecciones generales de 2008 cuando superaron el 80% del respaldo popular.
González y Rajoy gobernaron tanto ostentando mayoría absoluta como mayoría simple. El primero entre 1982 y 1996. El segundo entre 2011 (los comicios fueron el 20 de noviembre de ese año) y 2018. Y los dos vivieron crisis económicas, de distinto calibre. Por tanto, tiene trienios de sobra para emitir criterio. Ahora bien, epata cómo no son conscientes para emitir la autocrítica correspondiente.
El bipartidismo dinástico y sistémico es el orden constitucional del 78. Y desde entonces hasta la actualidad el régimen político ha mutado considerablemente. Para empezar, por la cuestión sociológica. Hasta 2008 la experiencia económica fue de ir a mejor colectivamente, desde ese instante se produce un punto de inflexión que muta todo. Y eso tiene sus consecuencias políticas, en el sistema de partidos para ser concretos.
Al margen de la nostalgia, que la hay, los dos expresidentes ponen en valor la estabilidad que arrojó el bipartidismo. Pero esa estabilidad y, por ende, credibilidad, hay que ganársela. De nada vale perder pluralismo ideológico en la representación de la Cámara si después no hay rendimientos de progreso y clases medias con afán ascendente. Eso es la estabilidad. Las cosas del comer. Y esto se estropeó desde 2008, con la crisis financiera y con el ‘procés’. ¿Se puede retornar a lo de antes? Para nada. Otra cosa es retomar una senda de enderezamiento donde PSOE y PP se puedan hacer cargo del Estado, con alternancia periódica y pacífica en el poder. Eso es, a fin de cuentas, el bipartidismo dinástico y sistémico. Donde la monarquía es pieza capital. Felipe VI necesita de los socialistas (sobre todo) y populares para afianzar su reinado. Y no lo tiene difícil, aunque tenga que distanciarse de la herencia de Juan Carlos I. Vamos, que con el obrar propio se gana o se pierde réditos. Y eso sí depende de PSOE y PP.
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