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Martes, 23 de Septiembre de 2025

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Caminando hacia la desmemoria (LXXXV)

Francisco Hernández Benítez, el padre de los pobres

Reflexión del cronista oficial de Telde, Antonio María González Padrón, licenciado en Geografía e Historia

ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN Jueves, 03 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura: Actualizada Jueves, 03 de Octubre de 2024 a las 19:46:36 horas
Entierro de Francisco Hernández Benítez/Archivo Fedac.Entierro de Francisco Hernández Benítez/Archivo Fedac.

La Real Ciudad de Santiago de Los Caballeros de Gáldar y la Ciudad Arzobispal de Telde, cabeceras de la Patria Canarii, hoy oficialmente hermanadas por Acuerdos Plenarios de sus Consistorios, han tenido y tienen mucho en común, ya que siglos de Prehistoria e Historia les unen en un único devenir.

 

[Img #1002785]Pasear por las calles de ambas urbes es algo así como pasar una tras otra las páginas de un libro de Historia. Ambas han contribuido en el pasado y lo siguen haciendo en el presente, a los capítulos más notables y sobresalientes de la Historia de Gran Canaria; pues si bien la capitalidad insular se asentó en lo que hoy conocemos como la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, no restó a aquellas abolengos ilustres, ya que en ellas vieron sus primeros días mujeres y hombres de indudable valía. El trasiego migratorio entre las gentes del norte hacia el sur y, en menor grado, del meridión al septentrión, fortalecieron sus respectivas sociedades creando vínculos inexpugnables. Uno de estos casos, que por sobresaliente traemos aquí ahora, fue el de los hermanos Hernández Benítez: don Pedro y don Francisco, ambos sacerdotes de gran mérito y prestigio en sus respectivos curatos (San Juan Bautista de Telde y Santiago Apóstol de Gáldar).

 

Los orígenes de la familia Hernández Benítez los encontramos en los pagos teldenses de San Antonio del Tabaibal y La Majadilla, situados a ambos márgenes del Barranco Real, el primero en los bordes de la Vega Mayor y el segundo en la elevada meseta que limita ese cauce de agua por su parte norte.

 

Sus progenitores, queriendo asegurar el porvenir de su futura prole, emigraron a Cuba, Isla en la que ya se encontraban varios familiares. Al padre le correspondió un trabajo arduo y difícil, al que echaba numerosas horas, mientras la madre se ocupaba del hogar y muy certeramente de la educación de sus hijos.

 

Después de varios años de estancia en la isla caribeña, regresaron a Telde y en las inmediaciones de la Plaza-Alameda de San Juan abrieron lo que sería un poco más tarde, fructífero negocio: Una tienda de Ultramarinos o si ustedes prefieren de comestibles o alimentación. Allí también se vendían ciertos utensilios de cocina: calderos, sartenes, vajillas, cuberterías, etc. Así como otros artículos para la labranza: sogas, sachos, cedazos, etc. en ese espacio mercantil de no excesivos metros cuadrados, se ofrecían las más variadas herramientas de ferretería, tales como: Gubias, formones, martillos, tachas, clavos. Y todo ello convertía al comercio del Sr. Hernández en un lugar muy visitado por la vecindad, logrando así la familia cierta estabilidad económica que le permitía una vida acomodada, pero ciertamente sin lujos.

 

Las sorpresas vivenciales vinieron de la mano de sus hijos Pedro y Francisco, que hacía tiempo compartían una misma idea: Ser Sacerdotes.

 

El padre de ambos, católico ferviente, no se opuso, es más, les allanó el terreno. Más, con realismo de comerciante, les advirtió que dos carreras eclesiásticas tenía unos costes que él no podía asumir, de tal forma y manera que primero comenzaría sus estudios Pedro y algo más tarde lo haría Francisco. Mientras ésto ocurría, éste último se inició como carpintero, llegando a ser un experto ebanista. Éso sí, cumpliendo su iniciático servicio a la Iglesia con aportaciones de su propio trabajo y también asistiendo de forma muy activa a todas aquellas actividades devocionales, tan en boga entonces: Miembros de Acción Católica pertenencia a la Adoración Nocturna, a la vez que era catequista y cofrade.

 

Bien está que echemos un largo vistazo a lo que otros autores han escrito sobre éste Santo teldense. No se sorprendan por tal calificativo, común por usual entre los que lo conocieron, especialmente sus feligreses de Gáldar, por los que él sentía recíproca veneración. El Padre de los Pobres, como cariñosamente le conocían, dejó tras sí una estela evangélica imborrable y, hasta el día de hoy, sus restos son motivo de aprecio entre la feligresía de la capital norteña. Una lápida de mármol blanco, centrada en el pavimento gris de la Capilla de Las Ánimas del Purgatorio, cubre lo que de él queda como ser humano, su alma inmortal hace ya mucho tiempo que está en el Paraíso de los Justos.

 

El venerable sacerdote don Francisco Hernández Benítez, vio la luz en la Ciudad de Telde, Gran Canaria, el 16 de octubre de 1899. Estudió en la Universidad Pontificia de Canarias, ordenándose Presbítero el 29 de mayo de 1926, obteniendo la Licenciatura en Ciencias Teológicas el 20 de abril de 1929.

 

Su dedicación al estudio le fue premiada cuando el 15 de mayo de 1926 fue nombrado Inspector del Seminario Diocesano, cargo que ostentó hasta el 1 de mayo de 1936 en que pasó a desempeñar el de Vice-Rector de centro anteriormente mentado. En el Seminario Diocesano fue profesor en las disciplinas de Humanidades (1926-1934) y Teología Moral (1934-1938).

 

El 14 de junio de 1938 es nombrado Cura Ecónomo de la Parroquia Matriz de Santiago de Los Caballeros de Gáldar, de la que se hizo cargo el 1 de julio del mismo año, responsabilidad que compartió con la de Cura Encargado de la recién erigida Parroquia de San Isidro Labrador de la misma ciudad (19 de marzo de 1943) y Arcipreste del Noroeste, desde el 5 de julio de 1954, aunque moriría a los pocos días, concretamente el 31 de julio de ese mismo año. Las exequias fúnebres contaron con gran presencia de autoridades y feligresía, que lo acompañaron a su penúltima morada, el Cementerio Católico de Gáldar. Miles personas procedentes de toda Gran Canaria, especialmente de su Telde natal y de su bien amada Gáldar. Hasta setenta sacerdotes se dieron cita para la concelebración de la Misa de Corpore insepulto y, a la posterior procesión fúnebre. Hecho éste ocurrido el entierro el 1 de agosto.

 

Mucho tiempo después, cuando se conmemoraba el XXXIV aniversario de su muerte, el 31 de julio de 1988, sus restos mortales fueron trasladados a la por ahora su última morada: El Templo Parroquial y Santuario del Señor Santiago Apóstol. Lugar Santo que, fervientemente deseamos, sea elevado muy prontamente a rango de Basílica Menor de la Cristiandad, convirtiéndose así nuestra Diócesis en una privilegiada, ya que pasaría de poseer tres Basílicas (Santa Iglesia Basílica Catedral de Canarias -Santa Ana- en Las Palmas de Gran Canaria, Basílica Mariana de Nuestra Señora del Pino, en Teror y, la Basílica de San Juan Bautista de Telde). Si ésto sucediera sería una anomalía dentro de los usos y costumbres de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, pues cada Diócesis puede tener un máximo de tres Basílicas. Pero créanme, el que El Santo Padre acceda a otorgar tal privilegio a la Matriz Galdense, sería justa valoración a aquella en la que oraron canarii y europeos con fervoroso amor al Patrón de España.

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